Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

domingo, 14 de febrero de 2010

Alejandro II el zar liberador


ZAR LIBERADOR Y SENSUAL: ALEJANDRO II
Hace poco, en una animada discusión con unos alumnos de inglés, recordábamos algunos de los asesinatos políticos más pavorosos de la historia. Un 17 de febrero de 1880, el hombre a quien se le llama el Zar Liberador casi pierde la vida en un atentado efectuado en su contra. Fue apenas un plazo que el destino le dio, pues estaba destinado a morir asesinado de todas formas un primero de marzo de 1881. Alejandro II había probado tener casi tantas vidas como un gato, pues logró sobrevivir a 7 atentados en contra suya, viviendo siempre con el miedo de que en cualquier esquina estuviese el asesino. Desde en 1879 el Comité Ejecutivo de la Voluntad del Pueblo ya había decidido pasarle la cuenta por la opresión a la que sometía a los radicales, y el bello monarca ruso ya tenía sus días contados.
Nacido un 17 de abril de 1818, Alejandro Nikolaievich Romanov era el hijo mayor del zar Nicolás I, siendo bisnieto de la hermosa y libidinosa Catalina la Grande. Cuando niño, su padre se apretaba la cabeza viendo que el chico era indolente, haragancito como él solo y no descollaba por su inteligencia. Siendo un muchacho de bellos ojos azules, cara de muñeca, de buena silueta y muy amable, las criadas se desvivían por atenderlo. Cuando llegó a la adolescencia, sus hormonas estallaron y se convirtió en un redomado sensualista. Su primer amor fue una plebeya polaca llamada Olga Kalinovskaya, con quien tuvo un romance apasionado que preocupó a su padre. A los 20 años, enviaron al hermoso Alejandro a una gira por Europa, donde se encontró muy a gusto con la princesa María de Hesse Darmstadt. Alejandro, deslumbrado con esta alemancita a quien luego haría sufrir tanto, le dijo a su padre que o se casaba con ella o renunciaba al trono.
Mientras preparaban los esponsales, Alejandro dio su vueltecita por Inglaterra y se entendió con una gordita muy vivaracha, su prima Victoria de Kent, destinada a ser la reina que más tiempo estuvo sentada en el trono británico. Victoria cuando lo conoció tenía solo un año de ser monarca y aún no se había amargado. Paseaban juntos, bailaban, se contaban chistes y tuvieron un pequeño idilio sin consecuencias. Cuando Alejandro partió de Londres, Victoria enjugó alguna lágrima y pronto se dispuso a buscarse un marido a quien pudiera someter (léase al pobretón pero apuesto Alberto de Saxe-Coburgo-Gotha) y Alejandro se dispuso a gozar sus últimos días de soltero reavivando su idilio con Olga Kalinovskaya. El 16 de abril de 1841, Alejandro y su prometida María de 17 años se casaron y de inmediato procedieron a iniciar la manufactura de una prole de 8 hijos. Al quedar María fofa y marchita de tanto parto e interesarse demasiado por la religión ortodoxa rusa, Alejandro le pagó todo esto aburriéndose de ella.
En 1848 se reavivó de nuevo la llama erótica con Olga Kalinovskaya, y esta vez la polaca le dio un hijo. Alejandro siguió devaneando entre reforma y reforma que firmaba, y tuvo numerosos affaires con damas de la corte rusa hasta que se prendó de Catalina Dolgoruki. En 1855, cuando Alejandro llegó al trono, ya llevaba más amantes en su haber que perlas un rosario, pero el encanto y la belleza de la Dolgoruki lo conquistó de tal forma que por varios años el zar no la tocó. Cuando por fin cayeron al lecho, Alejandro se mostró tan apasionado que temblaba como presa del mal de San Vito.
Cuando el affaire se descubrió, fue todo un escándalo. Muchos llamaron a Catalina Dolgoruki desvergonzada y obscena. Alejandro la llamaba "esposa ante Dios" y le escribía fervientes cartas de amor. En cuanto tenía un rato libre, la desnudaba para poder hacer dibujos eróticos de ella. En 1862 la Dolgoruki dio a luz al primogénito de los 4 hijos que le parió al zar. En 1878, el zar temió por la seguridad de su "sucursal y familia" y les instaló en el Palacio de Invierno en una habitaciones colocadas directamente encima de los aposentos de la olvidada y tísica María, quien a estas alturas escupía parte de sus pulmones como parte de su rutina diaria.
Los chiquillos de Alejandro y Catalina eran muy retozones y a menudo sus juegos alegres no dejaban dormir escaleras abajo a María, quien confesaba sentirse muy ultrajada por el revoltillo de cebo con manteca que había hecho Alejandro al meter bajo un mismo techo a esposa y amante. Por esta acción de forzar a sus dos mujeres a convivir "juntas pero no revueltas" la sociedad rusa de entonces se escandalizó y el zar fue objeto de muchas críticas amargas. En 1880 cuando se murió María, ésta apenas estaba fría en su tumba cuando Alejandro se casó con su querida, apenas conteniéndose tras 40 días de luto que obligaba la ley. Los hijos de María miraban con resentimiento a sus hermanastros, y más que padre, Alejandro II parecía referee de boxeo mediando en la reyertas entre sus hijos.

Catalina Dolgoruki no permitió que su posición de esposa debilitara la pasión que compartía con el zar. Solía bailarle desnuda y posar para sus cuadros eróticos, le leía poesía erótica hindú traducida al ruso y le escribía cartas incendiarias. "Mi gato que se aferra a mí con pasión...aquel éxtasis rayano a la locura..." son apenas algunas líneas extraídas de estas cartas. Hacían el amor en cualquier parte, y preferían un sofá vetusto tapizado en azul. Varias veces los criados los sorprendieron en sus "bingerles", que era a como Alejandro II llamaba a sus momentos de intimidad. El mismito día en que por fin los enemigos del zar lo pudieron matar, un 1o. de marzo de 1881, Alejandro II estaba recién salidito de una sesión erótica. Momentos antes del asesinato Alejandro II había pasado un interludio de explosivo sexo con su mujer.
Alejandro II fue obliterado de esta vida mediante una bomba que lo hizo saltar en pedazos. Catalina creyó volverse loca cuando le llevaron lo poco que quedó de su apasionado esposo, y durante las exequias fúnebres, ella colocó en el ataúd de su marido un mechón de su cabello. Cuando abandonó Rusia para irse a vivir a dorado exilio en París, Catalina Dolgoruki llevó consigo uno de los dedos destrozados del Zar Liberador, a quien la historia recuerda no solo como un sensual macho sino como el hombre que emancipó a los siervos en Rusia en 1861, firmó decretos para importantes cambios sociales y se ganó muchos enemigos tanto de izquierda como de derecha debido a que sus reformas rasgaban la estructura social feudal que hasta la vez había existido en Rusia.

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