Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

jueves, 11 de febrero de 2010

Los patriotas más enamorados de sus naciones


LOS ENAMORADOS MÁS ARDIENTES DE SUS PATRIAS

Cada vez que arriba septiembre, muchos creen que ser patriotas es andar solo una banderita en el carro y gastar una pequeña fortuna en el traje de palillona para que la hija se convierta en objeto sexual en el desfile del 14. Sin embargo, en la historia hubo personas que amaron a sus terruños con una pasión tan ardiente que ofrendaron vida, alma, familia y todo por la patria y que jamás dejaron que un extranjero viniera a querer magonearlos.
En la antigüedad, una mechudo y apuesto adolescente avernio de muy buena familia decidió defender a su pueblo de los embates de los romanos bajo el mando del cuarentón y bisexual Julio César. Vercingétorix casi derrota a los romanos, pero antes que permitir que su gente fuera masacrada en una guerra continua, se entregó en sus mejores galas ante Julio César, quien se lo llevó en cadenas con todo y su caballo Abdi hacia Roma, donde tras guardarlo en prisión por casi seis años y susurrarle incontables propuestas indecentes al oído, lo hizo ejecutar en un aparatoso y vulgar desfile. De la conquista sangrienta de las Galias Julio César escribiría un libro al cual muchos hacen alusión pero pocos en realidad han leído. El pobre Julio César era salado en cuanto a los patriotas, y le salían por doquier, hasta envueltos en lujosa alfombra! Tras el episodio de Vercingétorix, Julio César se topó a la hermosa adolescente egipcia Cleopatra Filopator VII, quien con tal de conservar a su Egipto libre de la geofagia romana, hasta le tuvo un hijo al vetusto Julio. Cleo posteriormente se iría a la cama con el heredero de Julio César tras el asesinato de Julio en las gradas del senado, en un desesperado intento de librar a su Egipto de las fauces romanas. Los romanos al parecer con su voracidad de conquista tenían mal tino hasta para suscitar violentas respuestas de los patriotas. Cuando se fueron a conquistar Bretaña, una hermosa pelirroja celta luchó contra los romanos cuando llegaron a lo que hoy es Inglaterra: la reina Boadicea de los Iceni. Aunque su recién fallecido esposo había sido un entreguista pusilánime dispuesto a aguantarles de todo a los romanos, Boadicea se endemonió cuando ya siendo viuda le violaron a sus hijas. Por un pelito le gana la pelea a nada menos que Paulino Suetonio, pero la final la disciplina de las legiones romanas pudo más y la hermosa monarca debió tragarse veneno para que no la pescaran viva.
En el primer año de la era cristiana, una pareja de hermanas vietnamitas lucharon contra el invasor chino a lomos de elefante, y si estas valientes mujeres-las hermanas Trung Trac y Trung Nhi- no hubieran peleado por la autodeterminación vietnamita, quizás en el siglo XX no hubiera habido patria por la cual luchara el valiente poeta Ho Chi Mihn, a quien se le debe la independencia de Viet Nam en la época contemporánea.
Simón Bar Kochba es un patriota judío que hasta la vez es venerado en la historia del pueblo hebreo. Contando con el apoyo del rabino Akiva ,| instó a sus paisanos a rebelarse contra los romanos cuando estaba en el poder el amariposado Adriano, pero la lucha habría de costarle la vida a él y muchos otros valientes.
En el siglo XIII dela era cristiana, Rusia vería los esfuerzos continuos de uno de sus grandes patriotas y por cierto, hasta santo de la iglesia ortodoxa: Alejandro Nevsky, príncipe de Novgorod. Esta valiente y honesto caballero no solo tuvo que luchar contra los mongoles, sino que posteriormente le daría camorra a los suecos, quienes combinados con los caballeros de la Orden Teutónica, querían apoderarse de su terruño. Como monarca y unificador de su patria, la leyenda de Nevsky es tan poderosa que hasta obras musicales, teatrales y estampillas postales le han dedicado. No sería el único patriota ardiente que acabara canonizado, ya que la aguerrida pero ingenua francesita Juana de Arco, siendo una adolescente analfabeta que juraba oír voces de santos instándola a rescatar el honor de Francia, fue convertida en santa por la iglesia católica, pero antes debió morir asada sin sal ni cebolla en una hoguera en Ruán en 1431, condenada como hereje por la mismita iglesia que luego la canonizaría mucho rato después de su muerte. Ana de Bretaña fue otra azulísima luchadora por su terruño: la península de Bretaña, que hoy está incorporada a Francia. Ana buscando cómo preservar su península libre incluso se casó sucesivamente con dos soberanos franceses-Carlos VIII y Luis XII-en su sacrificio por la autodeterminación de su pueblo. Por lo menos a ella no le tocó ser descuartizada en público, que fue el triste destino del gran caudillo escocés William Wallace en el siglo XIII. A William Wallace le tocó luchar contra los ingleses bajo el mando del desalmado rey Eduardo I Pataslargas, quien en agosto de 1305 por fin se dio el gusto de mandar a Wallace al otro patio tras someterlo a los más increíbles vejámenes. Aunque Hollywood, retomando la novelita Drácula del borrachín irlandés Bram Stoker, ha vilipendiado a Vladimir Drácula echándolo a andar como degenerado vampiro, el genuino príncipe Drácula de Valaquia fue un patriota rumano quien en el siglo XV luchó contra la invasión otomana de los turcos para preservar Valaquia y Transilvania libre de injerencia extranjera. Hoy su verdadera historia ha sido rescatada por el pueblo rumano, quien lo considera todo un prócer.
El amor apasionado de Wallace por Escocia tuvo semejanza con el de Lautaro, toqui araucano que se negaba a someterse ante los españoles cuando arribaron a lo que hoy es Chile. Otras muestras de vivo patriotismo fueron exhibidas por dos de los primeros unificadores del Japón: el violento Oda Nobunaga(quien pagó con su vida quedando asado dentro de un templo, a mano de traidores) y su amigo Ieyasu Tokugawa, gran shogún nipón quien terminó de forjar la unidad monolítica del Imperio del Sol Naciente. Ieyasu fue tan radical en su amor al terruño que se negó en redondo a permitir que los extranjeros llegaran a hacer su agosto en el Japón, algo que nos vendría bien imitar en este pobre país donde cualquier oriental o chele viene a pegar cuatro gritos sin que nadie le oponga resistencia. Dos bellísima negras africanas se negaron a plegarse a la voluntad de los europeos: Nzingha de Ndongo y Matamba, y Ranavalona II de Madagascar. Nzingha luchó contra los portugueses, siendo formidable comandante, y Ranavalona II fue tan drástica en su alergia a la injerencia extranjera en Madagascar que prohibió la conversión al cristianismo de sus súbditos. Un oscurito quien tampoco quiso someterse a los cheles ingleses fue el sultán Tipoo de Mysore,en la India, pero al final fue cruelmente asesinado por los colonialistas en 1799.
Tecumseh, gran guerrero shawnee, se oponía violentamente a que el hombre blanco le quitara las tierras a los indios norteamericanos, y tras luchar toda su vida, fue asesinado por William Henry Harrison, un asqueroso político chele quien llegó a la presidencia gringa fachenteando que había matado al gran indio. Otros que siguieron el ejemplo de Tecumseh fueron Caballo Loco y Toro Sentado de la nación Sioux, Jerónimo, Seattle, Alce Negro, Nube Roja y el seminole Osceola.
Los movimientos independentistas de países americanos en el siglo XIX estuvieron cuajados de próceres como Simón Bolívar, Bernardo O´Higgins, San Martín, el padre Hidalgo, nuestro Miguel de Larreynaga, el cubano José Martí mientras que en Hungría el general y abogado Lajos Kossuth hizo hasta lo imposible por librarse del estrangulamiento político económico que causaba el yugo de los Habsburgo.
Unificadores como el italiano José Garibaldi y el yugoslavo Josip Broz Tito, así como el dictador turco Ataturk a quien le tocó juntar las migajas del deschincacado imperio otomano tras la I Guerra Mundial o el apasionado irlandés Michael Collins en su lucha contra los ingleses, fueron patriotas que adoraron tanto a sus países que no hubo tiempo para nada más. Pero quizás el hombre que idolatró más a Francia fue aquel a quien su misma nación maltrató con una infundada acusación de traición: el capitán judío de artillería Alfred Dreyfus. Injustamente acusado por antisemitas, Dreyfus estuvo preso en la Isla del Diablo hasta que por fin limpió su nombre, y le sobró tanto patriotismo que ya siendo un señor maduro, luchó en la I Guerra Mundial para defender a su venerado país de los Luises.
Por supuesto, este artículo no podría cerrarse si no mencionáramos como broche de oro a nuestros propios patriotas como el profesor Emmanuel Mongalo, el general José Dolores Estrada(quien murió olvidado aunque bien sirvió al país) , Benjamín Zeledón y Augusto Nicolás Calderón Sandino, quien a pesar de las controversias entorno a sus inicios políticos, debe rendírsele el charro por haber sacado a los marines de acá.
En el siglo XIII de la era cristiana, Rusia vería los esfuerzos continuos de uno de sus grandes patriotas y por cierto, hasta santo de la iglesia ortodoxa: Alejandro Nevsky, prín¬cipe de Novgorod. Esta valiente y honesto caballero no solo tuvo que luchar contra los mongoles, sino que posteriormente le daría camorra a los suecos, quienes combinados con los caballeros de la Orden Teutónica, querían apoderarse de su terruño. Como monarca y unificador de su patria, la leyen¬da de Nevsky es tan poderosa que hasta obras musicales, teatrales y estampillas pos-tales le han dedicado.
No seria el único patriota ardiente que acabara canonizado, ya que la aguerrida pero ingenua francesita Juana de Arco, siendo una adolescente analfabeta que juraba oír voces de santos instán¬dola a rescatar el honor de Francia, fue convertida en santa por la iglesia católica, pero antes debió morir asada sin sal ni cebolla en una hoguera en Ruán en 1431, condenada como hereje por la mismita iglesia que luego la canonizaría mucho rato después de su muerte. Ana de Bretaña fue otra azulísima luchadora por su terruño: la península de Bretaña, que hoy está incorporada a Francia. Ana buscando cómo preservar su península libre incluso se casó sucesivamente con dos soberanos franceses-Carlos VIII y Luis XII-en su sacrificio por la autodeterminación de su pueblo.
Por lo menos a ella no le tocó ser descuartizada en públi¬co, que fue el triste destino del gran caudillo escocés William Wallace en el siglo XIII. A William Wallace le tocó luchar contra los ingleses que estaban bajo el mando del des-almado rey Eduardo I Pataslargas, quien en agosto de 1305 por fin se dio el gusto de mandar a Wallace al otro patio tras someterlo a los más increíbles vejámenes. Aunque Hollywood, retomando la novelita Drácula del borrachín irlandés Bram Stoker, ha vilipendiado a Vladimir Drácula echándolo a andar como degenerado vampiro, el genuino príncipe Drácula de Valaquia fue un patriota rumano quien en el siglo XV luchó contra la invasión otomana de los turcos para preservar Valaquia y Transilvania libre de injerencia extranjera. Hoy su verdadera historia ha sido rescatada por el pueblo rumano, quien lo considera todo un prócer.
El amor apasionado de Wallace por Escocia tuvo semejanza con el de Lautaro, toqui arau¬cano que se negaba a someterse ante los españoles cuando arribaron a lo que hoy es Chile. Otras muestras de vivo patriotismo fueron exhibidas por dos de los primeros uni¬ficadores del Japón:el violento Oda Nobunaga (quien pagó con su vida quedando asado dentro de un templo, a mano de traido¬res) y su amigo Ieyasu Tokugawa, gran sho¬gún nipón quien terminó de forjar la unidad monolítica del Imperio del Sol Naciente.

Ieyasu fue tan radical en su amor al terruño que se negó en redondo a permitir que los extranjeros llegaran a hacer su agos¬to en el Japón, algo que nos vendría bien imi¬tar en este pobre país donde cualquier orien¬tal o chele viene a pegar cuatro gritos sin que nadie le oponga resistencia. Dos bellísima negras africanas se negaron a plegarse a la voluntad de los europeos: Nzingha de Ndongo y Matamba, y Ranavalona II de Madagascar. Nzingha luchó contra los portugueses, siendo formidable comandante, y Ranavalona II fue tan drástica en su alergia a la injerencia extranjera en Madagascar que prohibió la conversi6n al cristianismo de sus súbditos. Un oscurito quien tampoco quiso someterse a los cheles ingleses fue el sultán Tipoo de Mysore, en la India, pero al final fue cruelmente asesinado por los colonialistas en 1799.

Tecumseh, gran guerrero shawnee, se oponía violentamente a que el hombre blanco le quitara las Sierras a los indios norteamericanos, y tras luchar toda su vida, fue asesinado por William Henry Harrison, un asqueroso político chele quien llegó a la presidencia gringa fachenteando que había matado al gran indio. Otros que siguieron el ejemplo de Tecumseh fueron Caballo Loco y Toro Sentado de la nación Sioux, Jerónimo, Seattle, Alce Negro, Nube Roja y el semi¬nole Osceola.
Los movimientos independentistas de países americanos en el siglo XIX estuvieron cuajados de próceres como Simón Bolivar, Bernardo O´Higgins, San Martín, el padre Hidalgo, nuestro Miguel de Larreynaga, el cubano Jose Martí mientras que en Hungría el general y abogado Lajos Kossuth hizo hasta lo impo-sible por librarse del estrangulamiento político -económico que causaba el yugo de los Habsburgo.

Unificadores como el italiano Jose Garibaldi y el yugoslavo Josip Broz Tito, como el dictador turco Ataturk a quien le tocó juntar las migajas del deschinca¬cado imperio otomano tras la I Guerra Mundial o el apasionado irlandés Michael Collins en su lucha contra los ingleses, fueron patriotas que adoraron tanto a sus países que no hubo tiempo para nada más. Pero quizás el hombre que idolatró más a Francia fue aquel a quien su misma nación maltrató con una infundada acusación de traición: el capitán judío de artillería Alfred Dreyfus. Injustamente acusado por antisemitas, Dreyfus estuvo preso en la Isla del Diablo hasta que por fin limpió su nombre, y le sobró tanto patriotismo que ya siendo un señor madu¬ro, luchó en la I Guerra Mundial para defender a su venerado país de los Luises.
Por supuesto, este articulo no podría cerrarse si no mencionamos como broche de oro a nuestros propios patriotas como el profesor Emmanuel Mongalo, el general José Dolores Estrada (quien murió olvidado aunque bien sirvió al país), Benjamin Zeledón y Augusto Nicolás Calderón Sandino, quien a pesar de las controversias en tomo a sus inicios políticos, debe rendírsele el charro por haber sacado a los marines de aquí.

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