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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

domingo, 14 de febrero de 2010

Ranavalona III de Madagascar


LA ULTIMA REINA DE MADAGASCAR: RANAVALONA III

Una de las mujeres más dulces, encantadoras y bellas de la historia convulsionada del Africa indudablemente fue Ranavalona III, quien nació un 13 de octubre de 1861.Desgraciadamente, en el mundo en que vivimos las peores cosas pueden sucederle a quienes menos merecen sufrir, y Ranavalona III habría de encontrarse numerosas ocasiones en las cuales derramar lágrimas.
Era sobrina de otra Ranavalona, precisamente la reina Ranavalona II, bajo cuya custodia ella creció ya que sus padres eran de la noble estirpe de los monarcas de la bella isla de Madagascar. Ranavalona III al nacer era chiquita y escuálida como una ranita,y se llamaba Razafindraheti. Con muchos mimos y buenos tutores logró llegar a ser una morena adolescente de subyugante belleza. Fue cuando su poderosa tía, quien se había negado a plegarse a las potencias extranjeras y aborrecía el cristianismo con pasión febril, se dio cuenta que sería la mejor opción para el trono.Ranavalona recibió una esmeradísima educación, llegando a hablar francés con fluidez, un poco de inglés que poco a poco fue perfeccionando y comenzó a escribir poemas en los pocos ratos que el protocolo y el estudio le dejaba para estar a solas. De corazón dulce, amaba a las criaturas por sobre todas las cosas y recogía animalitos para criarlos en el palacio. Hasta la vez se mencionan los gatos negros de pezuñas blancas como "gatos Ranavalona" por la predilección de la reina por estos micifuces, sin embargo el origen de esta peculiar raza de miaus yace en Mozambique y no en Madagascar, a como erróneamente se ha repetido hasta el cansancio.

Una vez que su educación hubo concluido, Ranavalona III tuvo que aprender los intrígulis de la política, cosa que no le gustaba, ya que era espontánea y sensible y odiaba mentir. Estando en su primera juventud, sufrió lo suyo al enamorarse de uno de los guardas del palacio. El amor entre ambos era un imposible, pues además de estar casado el guapísimo negro, a ella le reservaba la tradición un enlace de conveniencia.
En 1883, Ranavalona subió al trono como Ranavalo Manyaka III y posteriormente fue llamada Ranavalona III. Tanto por decisión de su tía-a quien a veces la joven le tenía pavor pues era muy violenta- como por elección la joven quedó establecida como monarca. Ranavalona III no solo heredó el trono de su tía, sino también el consorte.Al arribar al trono, Ranavalona III ya había enviudado del príncipe Ratrima, con quien la había unido un gran afecto pero nunca una pasión desbordante. Este primer matrimonio de Ranavalona III no dejó hijos, ya que la reina al parecer tenía problemas congénitos y el embarazo era una remota posibilidad. Rainitairarivoy había sido el marido de Ranavalona II, era el primer ministro del reino y se destacaba por un carácter zorruno. Ranavalona III se tuvo que resignar a ser buena esposa de un hombre quien la consideraba solamente como un costal de poder con bellas pantorrillas, y a menudo la anulaba en público haciéndola pasar enormes bochornos. Malcriado y mal educado, el marido de Ranavalona III también le dio bastante quehacer con otras mujeres, y con una de ellas se rumora que tuvo un espurio. Anteponiendo los intereses de su pueblo a su felicidad personal, Ranavalona III comenzó a dar los pasos para empujar la rueda del progreso en su isla.
Poco después de su segunda boda por conveniencia, Ranavalona III dio el paso que su rebelde tía se había negado a tomar: se bautizó en la fe cristiana. Sería un craso error. Ranavalona III tomó otras decisiones que fueron consideradas sabias, como leyes que permitieran que la nueva tecnología arribara al país. Desgraciadamente, el arribo de nuevas maquinarias permitió el acceso a extranjeros a la isla, y estos no tenían siempre buenas intenciones. Una serie de pestes afectaron la salud de los malgaches, y no faltó quien afirmara que la gente moría por desidia del ministro de salud, quien era amigo personal de la reina y a quien no se atrevía a destituir.
Ranavalona III enfureció a los franceses cuando afirmó que los límites de su reino empezaban en la playa, proclamándose reina de la isla entera.Al igual que Estados Unidos depusiera a la reina Liliuokalani del Hawaii para anexarse las islas, los franceses pronto depusieron a Ranavalona III y ella salió hacia un triste exilio. En 1897, Ranavalona III abandonó su trono, presionada por los blancos. En París se referían a ella burlescamente como la Reina Mono, y "esa asquerosa negra", pero se duda mucho que las riquezas que provenían de Madagascar fueran recibidas con tales epítetos... Refunfuñando y acusándola de no haber podido hacer nada, su maridazo se fue con ella tras las maletas. En el exilio, el agrio consorte de Ranavalona III se convirtió en un vocinglero loro lleno de malos humos y reproches, insistiendo en vivir como rey aunque nunca lo había sido de hecho. Ranavalona y su odioso esposo inicialmente pasaron un tiempo en la isla de Reunión y posteriormente se fueron a Argelia, que aún era una posesión francesa.
Lo irónico del asunto fue que el gobierno francés, una vez que se la quitaron del medio, decidió darle honores de segunda. El embajador francés en Tananarivo, la capital de Madagascar, sugirió que su gobierno debía darle la Legión de Honor, distinción crada por Napoleón Bonaparte para distinguir a personajes que han hecho grandes aportes a Francia. Indudablemente que el aporte de Ranavalona a Francia fue inmenso, ya que los franceses se dedicaron a explotar la gran riqueza de esta hermosa isla... la sugerencia sin embargo, más bien parecía un chiste cruel. En 1917 Ranavalona III moriría lejos de su amada patria por la cual dio todo lo mejor de sí. Madagascar continuaría siendo parte de la mancomunidad francesa. El marido gruñón de Ranavalona III la seguiría a la tumba poco después, muriendo también en Argel. No fue hasta que en el siglo XX, aproximándose la década del 60, por fin los malgaches obtuvieron de nuevo su independencia, pero el reino pasó a ser un recuerdo de un pasado glorioso que nunca regresaría.

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