domingo, 14 de febrero de 2010
Fernando VII de España el Vendepatria
FABULOSO LADYKILLER: EL REY FERNANDO VII DE BORBON
El término inglés ladykiller-matadamas o sopapeador de mujeres-muchas veces se ha aplicado a Enrique VIII de Inglaterra, pero en España hubo un monarca glotón, patán, feo y cobarde que no se quedó muy atrás en cuanto al desgaste de varias esposas: Fernando VII de Borbón. Si bien la historia lo recuerda por haber llegado al trono después del motín de Aranjuez (cuando su padre el sonso y cornudo Carlos IV abdicó a favor de él) y porque echó por tierra la ley Sálica que prohibía a las mujeres subir al trono para que su regordeta hija Isabel II pudiera reinar, Fernando VII se llevó el dudoso honor de ser uno de los reyes más odiados en su país por sus actitudes serviles y entreguistas ante los franceses.
Era hijo de Carlos IV -considerado como un pusilánime que dejó su gobierno en manos de Manuel de Godoy, amante de su esposa María Luisa (una mujer cuya líbido desenfrenada sigue siendo comidilla). Desde chico fue malcriado, gritón y muy dado a los excesos en la mesa. Como hijo, fue muy malagradecido con sus padres y profesaba un odio muy bien correspondido hacia su madre, quien solía comentar que si lo hubiera amamantado con bilis en lugar de leche quizás hubiera salido mejor dispuesto el muchacho.
A la hora de casar a este feo y regordeto príncipe de Asturias (quien más que príncipe parecía sapo), la búsqueda comenzó temprano. Tenía Fernando apenas 13 años cuando sus padres decidieron matrimoniarlo, y cinco años más tarde en un 25 de agosto de 1802 se firmaron los papeles de la boda por poderes. La pobre víctima de esta política de casorios por conveniencia era la princesita María Antonia de Nápoles, y aunque tanto ella como Fernando ya contaban con dieciocho años, el lecho matrimonial se quedó vacío pues no hubo consumación. María Antonia había llorado a moco tendido apenas vio a su hombre titular y comenzó a escribir lacrimosas cartas a casa donde se quejaba que Fernando era un total desastre.
No fue hasta a fines de septiembre de 1803 que Fernando y María Antonia por fin estuvieron juntos, pero para entonces el regio muchacho ya había frecuentado los lechos de toda hembra de baja estofa que a su camino encontrase. María Antonia, bella y rubia con un carácter muy alegre, pronto se marchitó en la sombría corte española, dado que debía pedir permiso a su esposo hasta para ir al retrete. La reina María Luisa también probó ser una suegra de pesadilla, y después de dos abortos espontáneos consecutivos que tuvo María Antonia en 1804 y 1805, la reina se comportó como genuina arpía. María Luisa, ahora convertida en suegra, optó por revestirse de pudor tras haber sido tamaña libertina y le rompía los trajes que ella consideraba indecente a su nuera. La tisis se apoderó de María Antonia y el 21 de mayo de 1806 falleció tras una dolorosa y larga agonía. El pueblo se apresuró a acusar a María Luisa de haber envenenado a su nuera, pero la realidad es que entre la tuberculosis y la tristeza, María Antonia no aguantó el matrimonio.
Al verse viudo Fernando, y estando en Francia en el dorado exilio con sus padres debido a que los franceses estaban derramando sangre patriota en España por la intervención del Pequeño Gran Corso Napoleón Bonaparte, comenzó a buscar esposa. Quiso adular al invasor Napoleón pidiendo la mano de una sobrina de éste, una tal Lolotte habida de la unión de Luciano Bonaparte y Catalina Boyer. El cobarde y traidor Fernando, al ver que fracasaron sus intentos de casarse con Lolotte, quiso casarse con Zenaida Bonaparte, hija del usurpador del trono español José Bonaparte y de Julia Clary. Fernando para entonces ya había mandado una carta de congratulaciones al invasor José Bonaparte por el ascenso al trono que debió ser suyo.
Otro intento de matrimoniarse fracasaba cuando quiso casarse con una princesa rusa, y después de tanta rebatiña, Fernando acabó casado (tras 8 años de aparatosa viudez) con su prima portuguesa Isabel de Braganza, quien para colmo era fea, débil y pobre. A los dos meses de la boda, Isabel comenzó a sentir achaques de embarazo, pero eso no impidió que Fernando, zanganete como siempre, se fuera de francachelas con unas damas de la noche del burdel de Pepa La Malagueña. El 21 de agosto de 1817 Isabel pare una niña a la que le ponen María Luisa en honor a la temible suegra, pero la criatura murió poco después. Fernando siguió en sus devaneos con mujeres de baja ralea y el 26 de diciembre de 1818, tras un embarazo difícil, Isabel se vio en una trance espantoso.
Creyendo los médicos que la reina ya estaba muerta, quisieron extraer de su vientre el feto que cargaba desde 8 meses atrás y al practicarle cesárea sin anestesia, la pobre portuguesa pegó más gritos que un león en celo. La niña que albergaba isabel en sus entrañas estaba muerta, y la carnicería de esta cesárea fue tan atroz que la sangre corría por todo el cuarto. Al morir literalmente descuartizada, Isabel tenía apenas 21 años. Fernando, inmediatamente que enterró a su segunda esposa, se dio a la búsqueda de su tercera víctima, quien fue nada menos que María Josefa Amalia de Sajonia. El 20 de octubre de 1819 Fernando se casa con ella, pero la noche de bodas resulta ser un tragicómico suceso.
María Josefa Amalia de Sajonia había sido criada de forma tan gazmoña que albergaba la idea que hacer el amor era uno de los peores pecados. Cuando Fernando le pone la manito encima, la pobre mujer estalla en un ataque de histeria, no se deja hacer nada y del pavor se orina y hasta se defeca en la cama, saliendo el salaz Fernando mojado y maloliente a buscar baño. La soberana de apenas 16 años dijo que primero muerta antes que acostarse con su macho, y después de infructuosas intervenciones de clérigos españoles, fue preciso que el Papa de turno tomara cartas en el asunto para que María Josefa Amalia bajara sus puentes levadizos y permitiera al rey acceso a su intimidad. A menudo la reina, mojigata hasta el extremo, regañaba a su esposo por el lenguaje soez con el cual se expresaba. Durante casi diez años estuvo María Josefa Amalia regañando a su marido hasta que un 18 de mayo de 1829 murió de fiebres a los 25 años de edad en Aranjuez, sin dejar la ansiada descendencia.
Nuevamente viudo, Fernando no quiso buscarse otra mujer que prefiriera ser monja. "Estoy de rosarios hasta las menudencias!" espetó y se fijó en María Cristina de Borbón y Borbón, hija del rey Francisco I de Nápoles. María Cristina tenía 23 años de edad, y era muy bella. Fernando por su parte ya tenía su salud minada por los excesos en la comida, la bebida y la cama, y era desesperante su situación al no tener heredero. Se casaron el 9 de diciembre de 1829 y la nueva reina resultó ser una esposa modelo, sumisa, sonriente y fértil. María Cristina habría de darle dos hijas a Fernando, siendo la primogénita la controversial Isabel II y la siguiente Luisa Fernanda. Fernando decide poner fin a la Ley Sálica que prohibe que las mujeres hereden tronos y de esa forma es que Isabel puede llegar a reina de España. El 29 de septiembre de 1833 moría Fernando VII de una apoplejía fulminante, dejando tras de sí la imagen de un rey que fue el epítome de la gula, la lujuria, la cobardía y la chabacanería... Todo un ladykiller!
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