Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

sábado, 16 de enero de 2010

los hediondos más grandes de la historia


...Y VAYA SI ERAN IMBAÑABLES!

Hace unos días, un rubio extranjero se montó al taxi en el cual yo viajaba y consiguió agriarme la tarde con el tufo que emanaba de su cuerpo. A lo largo de la historia, hubo sus cuantos personajes que fueron imbañables. Entre ellos Carlos Marx, el compositor ruso Alejandro Scriabin, el millonario estadounidense Howard Hughes (quien estando medio loco se dejó crecer uñas, barbas y pelo y no se duchaba cuando estaba en el Inter en Managua, en 1972), el pintor flamenco Vincent Van Gogh (de quien se dice que utilizó sus excrementos para crear obras), y el ganador del Premio Nóbel de la Paz 1926 Aristide Briand, entre otros.

Muchas veces las madres para inducirnos a entrar a la ducha nos mencionaban que "la limpieza es vecina a la santidad". Esto al parecer no le fue predicado a Rodrigo Borgia, quien al asumir el solio papal hízose llamar Alejandro VI. Este hombre fue un libidinoso amante- de sus sesiones amorosas con Vanozza Catenei habrían de nacer varios hijos, entre ellos el criminal César y la
voluptuosa Lucrecia Borgia. Alejandro VI además fue gran patrono de las artes.Cuando murió a merced de una galopante sífilis contraída en una de sus incontables orgías, este irreverente papa llevaba muchos años sin acercarse a una bañera.

Otro señor que era alérgico al agua (pero no para navegar en ella para venir a deschincacarnos la raza al Nuevo Mundo) fue el chele Cristóbal Colón, cuya leonina cabellera estaba infestada de piojos y hasta miraba con horror las costumbres de los indígenas que se bañaban todos los días. Colón no fue el único explorador que gustó de conservarse en sus apestosos jugos, y el capitán inglés James Cook, descubridor de Australia y Nueva Zelanda, fue otro que le tuvo pavor al aseo. Nacido en 1728 y muerto un Día de San Valentín de 1779, el hedor que se desprendía de este explorador no fue impedimento para que los hawaianos lo asesinaran y luego cometieran la increíble chanchada de comérselo.

La realeza de todos los tiempos siempre se ha caracterizado por costumbres extravagantes. Cuando Enrique IV de Francia se casó por razones políticas con Margot de Valois, la hija menor del rey francés Enrique II de Valois, la noche de bodas se convirtió en todo un martirio para la bella y aseada Margot. El hedor que se desprendía del hermoso cuerpo de su marido era tan fuerte que Margot se desmayó antes de la consumación del matrimonio.

Margot nunca pudo inculcarle a su zángano marido el hábito del baño, y aunque Enrique IV hoy es admirado como un hombre que estabilizó a Francia tras decir que París bien vale una misa y hasta redactó el Edicto de Nantes, nadie puede decir que el pobre monarca era aseado. Otra cabeza coronada que no acostumbraba usar shampoo era la de la erudita reina sueca Cristina. La monarca, quien no era bonita ni sexy y estaba destinada a morir solterona embarcada en una pasión no correspondida por un cardenal católico, no se preocupaba por bañarse, cepillarse los dientes o peinarse, aunque sí se hacía rodear de sabios como Renato Descartes para sostener conversaciones de alto nivel intelectual.

Como si fuera poco el desaliño de Cristina, el rey portugués Alfonso de Braganza le hizo fuerte competencia al combinar el desaseo personal con la locura y la conducta criminal. El astuto monarca galo Luis XIV había logrado casar a una pariente suya, Mademoiselle de Nemours, con este espantoso ejemplar de macho portugués quien a los 23 años no podía ni leer y era
considerado tarado de nacimiento e imbécil por mayoría de votos.

Alfonso solía merodear por las calles de Lisboa con una espada, acompañado de ladrones y violadores, y su mayor diversión era atacar a cualquier parroquiano que se encontrara en su camino. Solía además atiborrarse de comida y luego vomitar encima de sus acompañantes, y se ataviaba con 7 capas de ropa pesada. Su cuerpo era una inmensa y deforme llaga maloliente a causa de la falta de baño.

La francesita que era su esposa no quiso seguir yéndose al lecho con él y se confabuló con el guapo hermano menor de Alfonso, Pedro de Braganza. Entre ambos, lograron conseguir una bula papal para anular el matrimonio entre ella y Alfonso, lo declararon incompetente y se deshicieron de él lanzándolo al tabo, donde murió con la razón completamente astillada y rodeado de un séquito fiel de moscas y cucarachas.

Selim el Borrachín a como es llamado el hijo de Solimán el Magnífico que subió al sultanato otomano una vez que el legendario Solimán se fuera de esta mundo, fue otro monarca que le tuvo pavor al agua y le huía al jabón. Selim el Borrachín era el hijo de la segunda mujer de Solimán, la intrigante y asesina rusita Roxelana (llamada Khurrem en turco). Este beodo había logrado heredar el trono luego que su avispada madre mató a Mustafá, el primogénito de Solimán con su primera esposa Mahi Debran Gulbehar.

Selim el Borrachín una vez hizo ejecutar a una odalisca suya por haberle sugerido ésta, en un afán de lograr que su hombre pusiera pie en un baño y no resultara tan repulsivo, que hicieran el amor en una alberca.

Nicolás II, el último zar de Rusia, fue otro rey que nunca tuvo buenas relaciones con la limpieza. La Bella Otero, la cortesana y bailarina española que estuvo con él en varias ocasiones cuando la zarina Alexandra de Heese se preocupaba más por el hijito hemofílico Alexis que por los andanzas de su barbudo maridazo, lo recuerda como un hombre de tez mortecina, maloliente y
desgreñado, poseedor de un aliento de dragón y de los pies más hediondos del mundo. Curiosamente, mientras Nicolás II devaneaba conservado en su jugo con La Bella Otero, la zarina Alexandra se veía poderosamente atraída por otro imbañable: el barbudo monje loco Rasputín, quien no solo huía de una tina de espumeante agua sino que además se untaba semen de animales en la barba y las menudencias como especie de fijador afrodisíaco.

Carlos I de España y V de Alemania fue un hombre de armas tomar. Nieto de los Reyes Católicos e hijo de Juana La Loca, quien muriera sin bañarse confinada a Tordesillas por su propio padre, fue un monarca vigoroso y bastante ojo alegre. Engendró en medio de sus piojos a Juan de Austria con la campesina Bárbara Blomberg, y con su bella esposa portuguesa Isabel a Felipe II.

Sin embargo, la bella Isabel se hartó de estar empujando a su marido hacia la tina de baño, y tuvo oportunidad de refocilarse con el pintor Tiziano, quien se veía obligado a bañarse por lo menos despu és de cada sesión de pintura.

Dos líderes políticos se destacan por su falta de aseo: el dictador italiano Benito Mussolini, y el inolvidable Mao Tse Tung. Benito Mussolini, quien contrajo sífilis en su juventud, no se rasuraba, jamás se lavaba los dientes y si tomó baños en su vida fue solo cuando era chico y su madre lo aseaba. Sin embargo, sudado y cochino, así pudo atraer a la bellísima y joven Clara Petacci, la
mujer que al momento de la ejecución de Mussolini quiso salvarlo interponiendo su cuerpo entre las balas y el dictador.

Mao Tse Tung por su parte nunca fue vanidoso, se bañaba muy poco y solía hurgarse las fosas nasales con los dedos aún delante de dignatarios extranjeros. Otras de sus gracias era emitir gases por el posterior y en una ocasión reveló su trasero desnudo a unos mandatarios que visitaban Pekín aduciendo que hacía mucho calor.

Josefina de Beauharnais, la casquivana viuda que fue la primera esposa de Napoleón Bonaparte, fue una mujer que amaba el baño, pero se vio convertida en imbañable por las exigencias del Pequeño Gran Corso. Cuando éste le escribía desde el frente de guerra, le solicitaba que no se bañara para que lo recibiera "hirviendo de pasión en las esencias naturales."

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