jueves, 14 de enero de 2010
Corceles de riendas tomar
CELESTIALES BRUTOS DE LA HISTORIA
Independientemente que un periódico local esté haciendo campaña en contra de las mas¬cotas y los animales en general, yo sigo pre¬firiendo la compañía de bestias en lugar de humanos, y eso incluye mis ratones blancos (25 en total), mis seis mechudas gatas y mi ruidoso perro, aclarando que si no tengo un caballo es porque en mi casa no cabe. A lo largo de la historia han exis¬tido corceles que solo pueden catalogarse de celestiales por su dulzura, inteligencia y gran nobleza.
Parece cosa de ironía que el destino haya empare¬jado a un animal muy tierno con el más cruel gue¬rrero de la historia oriental: Genghis Khan. El cor¬cel favorito del azote de las estepas llegó a su poder como un regalo de bodas por parte de su suegro cuando Genghis desposó a la regordeta pero sonriente Burte. Genghis le otorgó el nombre de Dug, que significa tormenta, no porque el caba¬llo fuera turbulento, sino más bien como un estímulo para ver si el corcel se hacía fiero. Dug seguía a su amo por doquier, y fue su montura en las primeras incursiones de conquista. La leyenda le atribuyó a Dug la capacidad de corner carne humana, pero nunca se ha podido confirmar que el negro garañón comiera más que granos, cuajada, y frutas cuando estaban disponibles. Sin embargo, su paso fue veloz, su valor en la batalla indudable y su fidelidad por su amo inquebrantable. Cuando Dug falleció merced a una infección pulmonar, Genghis Khan le enterró con honores de alto mili¬tar y fue visto llorando en público.
Zyra es el nombre de una cobriza yegua que llegó a ser la viva adoración de uno de los monarcas más desafortunados de la historia: Humayun. Este pobre soberano de la dinastía mugala era hijo del temible conquistador Babar el Tigre, quien tras derrotar al sultán hindú se convirtió en el primer rey mugalo. Pero a pesar de haber sido el hijo de un
poderoso mandamás, Humayun salió más salado que el Mar Muerto y en todo lo que hacía le iba mal a tal punto que fue depuesto solo para conseguir de nuevo su trono poco antes de estirar la pata. Una de las pocas cosas agradables de su vida fue que en 1555, poco antes de morir al caerse par las gradas, su fanática hermana HiIdabán le regaló una preciosa y joven yegua árabe, a quien el co-merciante de caballos había nombrado Zyra que en turco significa flamífera. La pelirroja yegua ale¬gró los últimos días del salado soberano, y a su muerte, pasó a manos de su joven hijo Akbar, un adolescente predestinado a ser el más grande de los soberanos de la dinastía mugala. Akbar tomó pasesión de trono y yegua con gran entusiasmo, y la bella animalita estaría destinada a cubrirse de gloria en batallas Ilevando sobre su lomo al gran Akbar, quien a cualquier momento le regalaba higos en miel, cuajada fresca y delicadezas como fresas en conserva y avena dorada.
Hildaban, con¬vertida en una vieja chinchintorra, solía regañar a su sobrino Akbar par consentir demasiado a la yegua, pero ella también adoraba a Zyra. Zyra murió de un súbito infarto a los 21 años de edad, pero para entonces ya le había dejado numerosos potrillos de consuelo para Akbar, quien lloró como un niño sopapeado cuando su noble bruta estiró el caite, perdón, el casco.
Sir Winston Churchill, gran historiador y probable¬mente el estadista más grande que ha producido Inglaterra, era un apasionado amante de los cabal¬los, llegando a criarlos por buenas cantidades y a destinar algunos de ellos a las carreras. Entre los nombres de sus caballos figuran Cedilla, Coma, Madonna, Moll, Paniquin, Rosado, Potica, Salka, Sayala, Hermana, Sangre Turca, Velo, Aberdilla, Alba, Aura, Primera Luz, Galaxia, Gibraltar III, Halo, Sombrero Alto, Panal de Miel, Kemal, Taza Amorosa, Juglar, Lupina, Palomera, Sátrapa, Príncipe Arturo, Serafín, Sombrero Solar, Maestro Malo, Viena, Monarca Tudor, Monje Gales y Coquetería entre otros. Churchill le habla¬ba suavecito a sus caballos “como para enamorar a una mujer es el tono ideal” solía decir entre risas, les compraba chocolates italianos y apartaba cualquier cosa par estar pre¬sente en los partos de sus yeguas. Cuando había un parto difícil, solía animar a Ia parturienta con cerveza.
Notables caballos norteamericanos pasaron a la historia por su valor en las batallas. El corcel cono¬cido como Little Sorrell, a cargo de Stonewall Jackson durante la pavorosa guerra civil gringa, tuvo ganado un entierro con honores pero su triste destino al morir fue que al igual que el famoso Marengo de Napoleón Bonaparte, optaron par dis¬ecarlo y así lo exhibieron en el Hogar del Soldado en Richmond, Virginia. No fue hasta en 1997 que las huesos de Little Sorrel fueron misericordiosa¬mente cremados y sus cenizas fueron esparcidas debajo de la estatua de Jackson en el Instituto Militar de Virginia bajo un manto de tierra tomada de los campas de batalla donde el brioso corcel sirvió muy bien a su amo. En esta sepultura también le incluyeron zanahorias y herraduras...por si acaso hay un más allá para los equinos. En el siglo XIX era muestra de amor disecar al caballo muerto, y par eso Comanche, el único sobreviviente equino de la caballería estadounidense después de la Batalla de Little Bighorn cuando los cheles gringos se enfrentaron a los indios para despojarlos de sus tierras, fue disecado. Comanche era oscuro, con buena visión y carácter alegre. Al ser herido par una flecha este caballo en 1868, le cambiaron el nombre a Comanche. Posteriormente habría de destacarse en numerosas batallas entre blancos e indios, y sobreviviría a Ia aparatosa derrota que sufrieron los cheles cuando un 25 de junio de 1876 los cheyennes y sioux les enseñaron a los gringos con cuántas papas se hace un guiso. Keogh, el soldado que montó a Comanche, sostuvo las rien¬das de su corcel aún después de muerto en una muestra patética de su apego por el caballo.
Seis heridas graves tenían medio turulato a Comanche entre la carnicería del campo de batalla, y un capitán lo iba a ultimar cuando dos soldados echaron agua en sus sombreros y llorando como magdalenas, pidieron que se salvara al valiente equino. Lentamente, Comanche se recuperó. Nunca nadie lo volvió a montar parque el coronel Samuel D. Sturgis, del 7mo. regimiento de Caballería de los Estados Unidos, emitió órdenes específicas en cuanto a Comanche. Adolorido par la pérdida de un hijo en Little Bighorn, Comanche fue remitido a un cómodo establo, considerado como héroe militar. Nunca más trabajaría ni sería mon¬tado, y hasta una mala mirada al corcel podría ser penada por corte marcial. Tuvo varios sirvientes, entre ellos Gustavo Korn, quien lo idolatraba. Comanche se aficionó al buen whisky, Ia cerveza, las peras Bosco y el helado de vainilla. A menudo visitaba una taberna donde militares con gusto le invitaban a unos heladas cervecitas. Comanche era posesivo con su cuidador Korn, y relinchaba bravo si se tardaba mucho en una visita. Al morir Korn, Comanche se afligió y murió de pena moral. En 1891 Comanche fue disecado y puesto en caja de vidrio en el museo de la Universidad de Kansas, donde se convirtió en leyenda como el corcel que tuvo más vidas que siete gatos puestos juntos.
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