sábado, 23 de enero de 2010
la lágrima en la mejilla del tiempo
UNA LÁGRIMA EN LA MEJILLA DEL TIEMPO
Recordamos con una frase tomada del inolvidable Rabindranath Tagore los amores que tuvieron final trágico por la muerte de uno de los amantes o esposos.
Uno de los amores más conmovedores de la historia fue el de Sha Jehan y Mumtaz Mahal, y es a quienes se refiere en gran bardo hindú con la lágrima en la mejilla del tiempo. Resulta que Sha Jehan era un guapísimo príncipe mugalo- el heredero al trono e hijo del emperador de la India Jehangir- cuando Cupido se puso francotirador con su corazón. En un bazar de caridad conoció a Arjumand Banu, prima suya por parte materna, y para colmo más bella que una Miss Universo. El flechazo fue mutuo y aunque el príncipe ya estaba casado, apartó a un lado su esposa y dos hijos para casarse con su amado tormento. La boda por fin pudo realizarse al cumplir el príncipe 20 años y Arjumand 19. En la noche de bodas, el enamorado príncipe le hizo el amor a su nueva consorte en un lecho de flores exóticas y entre lágrimas de felicidad, le juró que jamás la abandonaría ni se cansaría de ella. Una vez muerto Jehangir, el príncipe se convirtió en el emperador Sha Jehan y Arjumand fue rebautizada como Mumtaz Mahal("la Joya del Palacio").Sha Jehan cumplió su promesa de ser inseparable y amoroso por siempre, convirtiendo a su esposa en su mejor confidente, asesor político, camarada de juegos y fogosa compañera de lecho(tuvieron en total 14 chicos).Pero en 1630 la dicha acabó cuando Mumtaz Mahal acompañaba a su marido en campaña militar en el Deccan.
Había tenido un embarazo un poco problemático, y tras dar al luz al quinto retoño, expiró en brazos de su esposo. Sha Jehan creyó volverse loco, su pelo encaneció en tres días y no paraba de llorar como diluvio. Juró edificar un mausoleo en su memoria y echando a trabajar mil elefantes, miles de artesanos, obreros y los mejores arquitectos, comenzó la construcción del más bello edificio de toda la pelotita del mundo: el Taj Mahal. Cuando el edificio estuvo listo, el cuerpo embalsamado de la mujer más amada del globo fue inhumado ahí. Sha Jehan después sería depuesto y encarcelado por su propio hijo Aurangzeb y desde su prisión en el Fuerte Rojo, solo atisbaba a la ventana para ver el edificio donde yacía el recuerdo de su mujer.
Otra pareja cuyo amor dejaría un sabor salobre a lágrimas sería la del rey francés Enrique IV y su amada favorita Gabriela D’Estrées, quien fue la mujer a quien más adoró aunque nunca se pudo casar con ella. Gabriela era una chela hermosísima y con un corazón de oro, y era amada hasta por el populacho pues estaba tan enamorada del rey que no podía ocultarlo. Perteneciente a la nobleza menor francesa, se hizo la querida del rey cuando el monarca aún estaba casado con Margot de Valois, primera consorte de Enrique IV. Gaby, a como era llamada, le cocinaba, le sobaba los pies, le decía cómicas naderías al oído y le parió varios chavalos, pero la tragedia tocó a la puerta cuando en abril de 1598 Gaby tuvo un parto prematuro y murió después que el matasanos-perdón , galeno-casi le descuartizó las entrañas a Gaby tratando de sacar la criatura. Enrique IV lloró tanto que por semanas anduvo su enjuto rostro más hinchado que un sapo.
Otro monarca habría de llorar amargamente cuando la muerte se le llevó a su idolatrado tormento: Alfonso XII de España. Alfonso XII, hijo de Isabel II de Borbón y su amante Enrique PuigMoltó, era un bello joven cuando se casó temblando de amor con su prima francesa Ma . Mercedes de Montpensier. El pueblo español lo amó con ternura afirmando que "el rey se casa por amor como los pobres" y la felicidad del soberano no tuvo límites al tener como esposa a quien él consideraba "la obra más maestra de la Creación". Pero Ma. Mercedes estaba tísica y la felicidad de la pareja se hizo añicos cuando la bella Merceditas murió echando los pulmones. Alfonso XII creyó morirse de dolor, y su tristeza fue tan grande que el pueblo cantó aquella copla que aún a mí me saca escalofríos "A donde vas Alfonso XII, donde vas, pobre de ti, voy en busca de Mercedes que ayer tarde no la vi."
Pedro I el Severo de Portugal lloraría lágrimas de bilis por su venerada tercera esposa Inés Pirez de Castro cuando ésta fue asesinada por sicarios enviados por el rey Alfonso(padre de Pedro). Inés había llegado a Portugal como la dama de compañía de Constancia Manuel, la segunda esposa de Pedro. Nomás conocerse, Pedro e Inés experimentaron el típico coup de foudre y aunque Constancia se daba cuenta del violento enamoramiento de ambos, nunca dijo nada y cuando Constancia murió tras darle 2 hijos a Pedro, los enamorados pudieron dar rienda suelta a toda su pasión. Inés y Pedro se casaron en secreto, legitimando a los varios hijos que tuvieron juntos. Pero el suegro de Inés la odiaba tanto que envió a unos matones a asesinarla en presencia de los niños. Pedro lloró tanto y manifestó tanta rabia que se fue a la guerra contra su propio padre. Una vez que Alfonso pasó a revolcarse al infierno y Pedro se coronó, pasó lo más descabellado que una pueda imaginarse. El rey Pedro hizo desenterrar a Inés para vestirla con ricas ropas y ponerle el anillo de coronación, obligando a los nobles a jurarle lealtad a ella también.Tras la macabra ceremonia, Pedro enterró de nuevo a su adorada esposa.
Marco Aurelio es recordado como el emperador romano más benévolo y gran filósofo autor de Meditaciones. Al casarse le eligieron a Faustina, de quien ya estaba horriblemente infatuado. Faustina estaba destinada a serle tan infiel que Cómmodo, el emperador que sucedió a Marco Aurelio, no era hijo biológico del pobre cornudo, sino el hijo habido en noche de copas que un gladiador. Sin embargo, Marco Aurelio siempre fue fiel a Faustina, la adoró y cuando se le murió en un accidente mientras andaban en campaña en las Guerras Marcománicas, Marco Aurelio casi enloquece de dolor y tras enterrarla en rico mausoleo, dio su nombre a una ciudad como Faustinópolis. Tras la muerte de Faustina, la diabetes de que padecía el emperador empeoró y nunca volvió a sonreír.
El amor no siempre dejó llorando a tristes viudos. Entre las viudas más inconsolables de la historia estuvo una bella princesa española, hija de los Reyes Católicos: Juana La Loca. Cuando la casaron con Felipe El Hermoso de Habsburgo, la pobre joven se enamoró tan ardientemente de él que solo quería pasarla en el lecho. Sin embargo, Felipe nunca sintió amor por ella y mientras más infiel le era el príncipe, más enloquecía de celos y rabia Juana. Cuando el tal marido se le murió de un resfrío a los 28 años de edad, Juana perdió la razón y se dio a la fuga arrastrando el cadáver de su esposo por lo largo y lo ancho de España hasta que su papi Fernando El Católico la encerró en Tordesillas de por vida y por fin enterró al apestoso finado. María Curie, gran genio polaca que ganaría dos premios Nóbel y sería madre de otra galardonada, nunca se pudo reponer de la muerte de su adorado Pedro
Curie, quien murió atropellado por descuido. Pedro dejaba tras de sí al morir a una mujer aún joven y dos hijas. Pedro había sido el marido perfecto, el compañero de laboratorio ideal y el mejor amigo de la pobre María. Quizás la más patética de las viudas fue la mojigata y regordeta reina Victoria de Kent. Victoria se casó enamoradísima de su alto y guapo príncipito pobre alemán Alberto de Saxe Conurgo Gotha, con quien fabricó 9 hijos. Cuando el príncipe consorte murió tras un disgusto que le propinó el primogénito de ambos, Victoria se cerró de luto de por vida.
Extrañaba tanto a Alberto que dormía con un camisón de él, y diario hacía que los criados pusieran la muda de ropa del hombre como si fuera a emerger sonrosado y desnudo del baño a cualquier minuto. Pero el extremo del amor de una viuda fue el de la escritora Mary Godwin Shelley, esposa del bardo Percy Bysshe Shelley. Al morir ahogado éste, Mary hizo extricar el corazón de su marido y lo guardó en una bolsa de terciopelo oscura que llevaba consigo hasta cuando iba al retrete.
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