viernes, 15 de enero de 2010
las ambienticidas
Los grandes depredadores de la historia
Observando en los semáforos inmediatos al Hospital Militar que muchos vendedores ofrecen desde cúcalas hasta venaditos y tigrillos al mejor postor sin que MARENA se ocupe del asunto, me pregunto si el día que mi hija Elizabeth me dé nietos tendremos que mostrarle solo fotos de enciclopedia de nuestros animalitos a dichos niños, ya que la comercialización y salvajismo depredador del hombre bien podrían remitir a nuestras especies a la misma lista de extinción donde ya están el pato dodo, los murciélagos hocico morado o el lobito de Tasmania. A lo largo de la historia, algunos personajes se han dedicado a acabar con las criaturitas de Dios por el simple placer de matar.
La gula del hombre por ultimar a las criaturas por puro placer sanguinario data desde la antigüedad, pero pocas culturas fueron tan devoradoras de animales como la del imperio romano. Si bien la península itálica no estaba desprovista de especies interesantes, los romanos aprovecharon sus conquistas militares para tener acceso a las fieras. Tras las 3 guerras púnicas-recordando que en la segunda de ellas el gran Aníbal el Cartaginés sacrificó cantidades navegables de gansos y sus pobres elefantes se hicieron posicles al tratar de cruzar los Alpes Roma logró domar a los cartagineses después de quemarles su sede.
Cartago pasó a ser el granero y el surtidor de animales salvajes para la cruel Roma. Posteriores conquistas de lo que hoy es Turquía y Armenia permitiría que los romanos importaran a precio de guate mojado fieras por montón, desde elefantes, rinocerontes y leones hasta osos y lagartos. Lejos estaban estas pobres criaturitas de ir a gozar como mascotas. Eran sacrificadas a montones en parodias de luchas gladiadorescas en la arena del circo romano, y emperadores como Calígula, Nerón, Claudio, Heliogábalo y otros fomentaron la barbarie contra los animales. En una tarde de circo, unas 4 mil a 6 mil fieras eran destrozadas para satisfacer la gula por la sangre que los aberrados mandatarios fomentaban en el populacho para evitar que las clases populares pensaran en otras cosas si posible peligrosas. Para colmo, el asqueroso pervertido Cómmodo se lleva la sangrienta distinción de ser quien más avestruces decapitó cuando incursionó en varias ocasiones en el circo en papel de matador.El gusto por las luchas entre animales sería una macabra herencia de los romanos hacia el período medieval, y aún personajes como el ilustrado Carlomagno quien unificó las Galias gozaban intensamente viendo dos osos destrozarse. Los inicios de la tauromaquia también dio bastante placer a los monarcas de aquel entonces, igual a como las corridas de toro son muy populares en España, México y Colombia hoy. Guillermo el Conquistador, quien un 14 de octubre de 1066 conquistó el trono inglés al vencer en la Batalla de Hastings al monarca Harold II, era partidario de un macabro juego en el cual los jinetes descuartizaban el desafortunado cuerpo de un pato.
Para muchos supersticiosos, la muerte de Guillermo con los intestinos reventados y purulentos y su posterior entierro grotesco durante el cual hasta hubo un incendio fue apenas un castigo divino por cuantas criaturas de Dios sacrificó. Durante la Edad media, también se hizo hábito en algunos países atribuirles ciertas propiedades a la sangre, vísceras o plumaje de ciertos animales, y se sabe que Eduardo II de Inglaterra, para mantener su portentosa líbido homosexual en alta alerta, compraba polvos de rinocerontes negro y huesos de tigre de Bengala. Por otro lado la reina Isabeau de Francia, infiel esposa del monarca Carlos VI Chale Loco, solía aplicarse diariamente un emoliente de vísceras de animales en un afán de siempre presentar piel tersa a sus múltiples amantes.
Al arribar los blancos a lo que ellos llamaron Nuevo Mundo, Colón figura como el primer depredador ya que se trajo abundantes especies para quedar bien con sombrero ajenos. Luego, cada conquistador que iba estableciéndose en el área que consideraba su "patiecito" saqueaba de las selvas todo lo que podía. Muchos de estos animales, apretujados en rústicas jaulas para ser llevado a Europa, no sobrevivían al viaje, al igual que sucede hoy en día cuando en una caja de loritos de amor australianos, se considera maravilla si de 200 aves llegan vivas unas diez tras padecer todo tipo de vejámenes en la panza de carga de un barco a avión comercial.
En la Inglaterra de tiempos de Shakespeare, los osos eran traídos por centenares para echarlos a pelear con los mastines-antepasados de los bulldogs de hoy-en una horrible espectáculo que atrajo hasta a reyes como Ricardo III, Enrique VII y Enrique VIII. Uno de los reyes más aficionados a depredar fue el amariposado y feo escocés Jacobo I Estuardo, hijo de la ligera de cascos María Estuardo y su segundo e inservible esposo Lord Darnley. Una vez que Elizabeth Tudor I La Reina Virgen murió en 1603 sin dejar descendencia, el trono fue asumido por Jacobo unificando la corona inglesa con la escocesa. Una vez trepado en el trono, Jacobo I aprovechó sus privilegios para toda suerte de torticerías. Le encantaba irse de caza a buscar venados aún cuando la despensa de carne estuviera atiborrada, y una vez que llevaban a las criaturas cazadas, gustaba de meter los pies desnudos dentro del vientre aún palpitante del animal y dar saltos como si estuviera en un moderno brinca-brinca.
Otro rey que no se quedaba a la saga en su gusto por cacería innecesaria era el inservible Luis XVI de Francia. En lugar de estar tomando decisiones o cuidando que su casquivana y frívola esposa Ma. Antonieta no estuviera depredando el erario para convertirse en Madame Déficit, Luis se dedicó a cazar con tanto ahínco en el Bosque de Boulogne que en pocos años mandó a una especie de lobo a la extinción. Quizás si Luis no se hubiera dedicado a matar tanto animal y hubiera servido para gobernar, no hubiera visto su cabeza separada de su cuerpo cuando se dio la Revolución Francesa y los revolucionarios galos lo enviaron a saborear la filosa hoja de la guillotina.
Los gringos se llevan las palmas como merecedores de la presea de oro a la depredación. Entre el siglo XVIII y el siglo XIX la matanza de los búfalos a manos de hombre blanco no solo llevó a estos animales al borde de la extinción, sino que también le puso el mundo al revés a los indios, quienes utilizaban al animal de forma racional y no lo mataban innecesariamente. Desde los trenes que cruzaban Estados Unidos, sucios aventureros iban disparando contra los búfalos, dejando tendaladas de ellos aunque los que los tiraban no tenían uso práctico para las bestias. Muchas veces calculamos solamente las pérdidas humanas que se dieron en los conflictos bélicos, pero ha tenido alguien idea de cuántos animales-domésticos o no-perdieron la vida cuando Harry Truman le regaló los dos confites atómicos a Hiroshima y Nagasaki? Cuántos tigres níveos murieron en el conflicto de la Guerra de Korea? Y al lanzar napalm el ejército de EEUU sobre los bosques de Vietnam durante la guerra injerencista de los 60, cuántas especies de animales y árboles perecieron, y las criaturas que sobrevivieron ¿a dónde fueron a parar?
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