Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

sábado, 16 de enero de 2010

los ultimos Romanov


LA TRISTE SAGA DE LOS ULTIMOS ROMANOV

Entre las obras rusas más destacadas para la ópera, hay una del nacionalista Miguel Glinka que se llama "Una Vida por el Zar". Cuando recordamos a Nicolás II, último monarca de la trágica dinastía rusa de los Romanov, nos percatamos que no fue una sino muchas vidas las que se dieron por este zar y su familia, y al final de cuentas Nicolás, su mujer Alexandra y sus 5 hijos pagaron la factura un 16 de julio de 1918 cuando fueron eliminados por los revolucionarios en Ekaterinburgo.

Nicolás no debió haber sido zar, pues no era el primogénito del monarca Alejandro III y su tufosa esposa María. Pero al parecer, el destino le hizo venir al mundo con un puño de sal en la manito, y sus hermanos mayores Alejandro y Jorge murieron a temprana edad, Alejandro siendo muy niño y Jorge de tuberculosis al entrar a la adolescencia.

Cuidaron mucho de su educación, y a los 21 años Nicolás no era feo... En 1890 se enamoró violentamente de la bailarina de ballet Mathilde Kschessinkaya, quien apenas tenía 17 años y una determinación poderosa de llegar muy lejos, así fuera haciendo un atajo por la cama de algún linajudo. Cuando su familia se enteró de que Nicolás estaba loco por la bailarinita, opinaron que esa liaison podría ser "inconveniente" y lo mandaron de gira. Para ese entonces, se prendó de la rubia y altiva alemancita Alexandra de Hesse-Darmstad, hermana menor de la joven esposa del Gran Duque Sergio (tío de Nicolás). Cuando regresó de la extensa gira que lo llevó hasta Siam y el Japón, Nicolás hizo a Matilde Kschessinkaya su amante, y en 1894 Nicolás le comunicó a su amante que pensaba formalizar su compromiso con la princesa Alexandra. En 1921, 19 años tras haber parido un espurio, Mathilde habría de casarse con el padre de este niño, un primo de Nicolás, el Gran Duque Andrés, quien era 7 años menor que ella.

Alexandra de Hesse entró a Rusia con el pie equivocado. Tanto el zar Alejandro III como su esposa María se oponían a que su hijo adquiriera una esposa alemana, y el pueblo ruso estaba harto de los germanos. Nicolás le había hecho mala cara a un compromiso con Helena, la bella hija del Pretendiente al trono francés. Sin embargo Nicolás prefirió insistir en que Alexandra fuera su esposa, ignorando que la muchacha era portadora del peligroso gen de la hemofilia, presente en varios descendientes de la reina Victoria de Inglaterra. Bastante fastidiado se sintió Nicolás en sus planes para casarse lo antes posible con su chela alemana cuando su padre Alejandro III se murió. Un 26 de noviembre, sin guardar mucho luto por su antecesor, Nicolás por fin pudo casarse con Alexandra, quien ya había realizado su obligatoria conversión a la fe ortodoxa rusa.

De este matrimonio por amor habría de nacer 4 preciosas niñas antes de la llegada del ansiado heredero varón, Alexis, quien para sal de todos nació hemofílico.

Muchos se preguntan cual hubiera sido el curso de la historia rusa si el pálido Tsarevich no hubiera nacido con la maldición de la hemofilia. Alexandra, quien se había apegado a la religión ortodoxa rusa de manera extraordinaria, se hizo más feroz en su devoción y propensa a caer en manos de cualquiera que le prometiera salvación para su adorado hijo. Descuidó las atenciones de amante esposa para con su Nicky -a como apodaba al zar- y se dedicó en cuerpo y alma a ser una madre opresiva, sobreprotectora y neurótica del muchachito. Era fácil presa de charlatanes, médicos y magos que prometieran algún alivio para el mal del niño, y de esa forma fue que cayó en las garras de un alto, sucio y barbudo seudomonje que se hacían llamar Gregorio Rasputín.

Mientras Nicolás II de vez en cuando se solazaba con bailarinas y hasta con la cortesana española La Bella Otero -quien lo describió como un neurótico que con costo lograba funcionar y que hacía el amor rodeado de guardias- Rasputín parecía con sus poderes hipnóticos el panacea para aliviar al pobre Alexis, quien llegaba a dar alaridos de dolor cuando estaba en medio de una pavorosa hemorragia interna. No hay que negar que el tal Rasputín, un pervertido sediento de poder, era un hombre sensual y dotado de unos ojos magnéticos a pesar de que no era muy amigo del baño, y Alexandra vio su voluntad completamente consumida por la vigorosa y apabullante personalidad del "Monje Loco." Lo colmó de favores a tal punto que se dijo que era su amante, y los envidiosos nobles hasta juraban con los dedos de los pies que el imbañable personaje hasta era incluido en ménages a trois en los cuales participaba el zar. Alexis por su parte parecía serenarse cada vez que el starets estaba con él, y para la madre afligida que era la zarina eso valía oro.

Nicolás por su parte, cada vez iba ganándose más el desprecio de su pueblo. Pusilánime a más no poder, hizo un aparatoso ridículo en el conflicto bélico de Rusia contra el Japón a inicios de este siglo, cuando miles de soldados rusos fueron mal aperados y murieron en defensa de un zar que no valía medio centavo en la opinión de muchos, a pesar de que al inicio del conflicto en 1904
el pueblo le había animado en medio de un ímpetu patriótico a no dejarse de los nipones. La participación de Rusia en la I Guerra Mundial tampoco fue muy brillante, y la revolución de Octubre ya se estaba fraguando mientras Europa entera era un teatro de batalla. Rasputín por su parte ya era el odiado número uno del pueblo y nobles rusos por igual, y un 30 de diciembre de 1916 un sagaz príncipe, tras no haberlo podido ultimar con veneno, logró que las balas arrinconaran al monje y su cuerpo cayó al río. Tres días después su cuerpo fue encontrado flotando en las gélidas aguas, y para muchos su asesinato a manos de un noble solo lo convertía en un mártir. De Rasputín quedó su leyenda de seductor que hizo estragos entre las hembras rusas -de la emperatriz para abajo-, y la honra de Alexandra quedó para siempre manchada por la devoción que sentía hacia el hombre que le daba alivio a ratos al hijo.

Tras la abdicación forzosa de Nicolás II, lo peor habría de sucederle a la familia de los Romanov. Les tocaba pagar por todos los lujos consumidos a costillas de un pueblo que les odiaba y que tragaba con amargura las sobras de la suntuosa mesa de Pascua cuando la emperatriz Alexandra y sus princesas hacían un simulacro de acercamiento al populacho durante la Pascua Rusa.
Permanecieron vigilados por revolucionarios, y aún en cautiverio, los Romanov guardaban cierta distancia de sus captores, cosa que interpretaban los resentidos bolcheviques como manifestación del desprecio que sentía la real familia por el pueblo.

Un 16 de julio de 1916 en Ekaterinburgo, decidieron acabar con la familia real rusa. Yurovsky estaba a cargo de la guarnición que cuidaba a los Romanov, y no se le dijo nada al zar y su familia de que su muerte estaba a la vuelta de la esquina. A las diez y media de la noche se fueron a la cama. A medianoche Yurovsky los levantó. Una vez sentados todos, Yurovsky dio la orden de que dispararan contra Nicolás y su familia. Nicolás quiso proteger a su esposa e hijo pero fue impactado. Las chicas se arremolinaron en torno a su madre y fueron eliminadas de inmediato, salvo Anastasia y de ahí la leyenda de que hubiera sobrevivido. Al perro Spaniel de nombre Jimmy le aplastaron la cabeza con la culata de un rifle. Mientras moría Alexis, uno de los guardias le propinó un puntapié en la cabeza, y luego le dieron dos tiros más en el oído. Anastasia recibió varios bayonetazos, pero a pesar de esto se divulgó la creencia que había logrado escapar. Los cuerpos posteriormente fueron cortados en trocitos y quemados, un proceso que tomó tres días. Finalmente las cenizas fueron echadas en un pozo en el fondo de una mina.

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