Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

viernes, 15 de enero de 2010

un vistazo al diabético por dentro


LA SENDA DEL AZUCAR A TRAVES DE LA HISTORIA

Cuando el 31 de enero de 2003 me diagnosticaron diabetes mellitus tipo 2 tras haber registrado 235 en ayunas en una examen de sangre, este veredicto iba a cambiarme la vida de una vez por todas. Todos los 15 de noviembre se celebra a nivel mundial el Día de la Diabetes, y en Nicaragua se cuenta con más de 500 mil personas que padecen de esta enfermedad crónica. Objeto de burlas, discriminaciones e ideas preconcebidas, a los diabéticos nos pueden llamar inservibles y hasta negarnos oportunidades de empleo con el pretexto de que uno ya no sirve. Mi abuela Merceditas como consecuencia de sus neuropatías quedó en silla de ruedas, solo para verse azotada por iletradas hijas suyas que afirmaban que no tenía dolor ni caminaba por pura maña. Esto es apenas parte de la ignorancia que rodea a este mal, en un país en el cual hasta gente involucrada en el quehacer educativo, de saco y corbata, ni siquiera leen el periódico cotidiano.
Algunos pacientes nos vemos controlados por pastillas de glibenclamida, cuya función es reducirle nivel de glucosa en nuestro torrente sanguíneo. Pero cuando el páncreas-que es la glándula endocrina que segrega la insulina para ejercerle control de azúcar en nuestra sangre-ya se declaró en huelga permanente, no hay más remedio que recibir picotazos de insulina por medio subcutáneo. En la antigüedad, los diabéticos se percataban de su mal porque el orín salía azucarado. Quizás no se imaginen al gran general griego Alcibíades probando su propia orina para saber cómo andaba del azúcar, sobre todo cuando estaba ocupado haciendo pactos y barbaridades en la guerra del Peloponeso. La misma palabra diabetes mellitus viene del griego iónico y significa sifón, ya que el diabético a menudo orina hasta el doble de lo que la persona normal lo hace. El genial Areteo de Capadocia usó el término diabetes en el segundo siglo de la era cristiana para denominar esta dolencia.
En el imperio romano, los médicos le prohibían el consumo de cerdo y dulces a los pacientes, lo cual no significó mayor sacrificio para el filósofo emperador Marco Aurelio, quien de por sí era vegetariano y adoraba el queso y las verduras. En la Edad Media, nadie sabe cómo el canónigo galo Pedro Abelardo logró sobrevivir a su castración debido a que siendo diabético, pudo haber tenido gangrena ya que cualquier herida tarda demasiado en sanar en los diabéticos.

No fue hasta en el siglo XVI que los galenos comenzaron a entender más cómo era el asunto de este mal. Ya se le identificó como una enfermedad con identidad propia. El odioso galeno Fagon, médico titular de Luis XIV, protagonizó horribles reyertas con el azucarado monarca, quien de alguna forma misteriosa logró capear la triste suerte de quedarse impotente que tanto aflige a los machos diabéticos tras los 50 años de edad. Sin embargo, el divino monarca luchaba por no consumir los higos confitados que tanto le gustaban, sobre todo después de una sesioncita de amor con su favorita y golosa Montespán.
No fue hasta a mediados del siglo XIX que el rol de glucorregulador del páncreas fue determinado por los doctores. Así surgieron algunas explicaciones a medias para los cambios químicos en la persona afectada. Lo primero que el médico advertía a sus pacientes diabéticos era que su vida sería corta, dolorosa y sin placeres. Esto era antes del descubrimiento de la insulina. En la segunda mitad del siglo XIX el médico germano Paul Langerhans notó pequeños nódulos de células en exámenes hechos al páncreas. Estos nudos fueron llamados isletas de Langerhans. Luego su colega belga Jean de Meyer les llamó insula, del latín para isla. La hormona que bajaba el nivel de glucosa fue llamada insulina. No fue hasta en la segunda década del siglo XX que se podría contar con insulina para tratar a los diabéticos, y fue gracias a un equipo formado por Frederick Banting, Charles H.Best, James Collip y J.McLeod. Las primeras pruebas fueron hechas por Banting, McLeod y Best. Cuando Collip colaboró con ellos, se mejoró el resultado. Desde esa primavera de 1922, el futuro comenzó a sonreír para los diabéticos, ya que dos años antes a las 2 de la madrugada del 31 de octubre de 1920 apuntó en su diario la forma de aislar las isletas que podrían proteger la secreción de insulina.
El primer paciente humano fue un chavalo de 14 años, Leonard Thompson. El primer intento falló, pero el 23 de enero de 1922, se usó un nuevo preparado hecho con la ayuda de Collip. El angustiado adolescente vio su nivel de azúcar reducido a la normalidad y sus malestares desaparecieron. En 1923 Banting y McLeod ganaron el premio Nóbel de medicina por haber descubierto la insulina, compartiendo posteriormente su premio con Best y Collip. Hoy en día la insulina garantiza a muchos pacientes-tanto humanos como animales ya que existe este mal en perros y gatos-una calidad de vida con la cual ni todo el oro de la emperatriz china Wu Chao (a quien le amputaron una pierna por su diabetes) hubiera podido comprar. Los pinchazos han llegado a ser indoloros gracias a la tecnología médica moderna y hoy, un diagnóstico de diabetes no es la sentencia de muerte que solía ser antes.

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