sábado, 16 de enero de 2010
locuritas de grandes filósofos
LAS LOCURAS E INCREIBLES NIMIEDADES DE LOS GRANDES FILOSOFOS
"Es una clase en la cual uno se pone a ver crecer el musgo," me dijo uno de mis alumnos universitarios de filosofía, tratando de explicar la apatía ante esta materia. Sin embargo, la historia ha demostrado que los grandes filósofos han tenido sus ángulos macabros, risibles y hasta inverosímiles. Veamos un puñado de ellos.
Entre los grandes pensadores del glorioso pasado griego habían unos cuantos señores de gustos muy peculiares. El gran Diógenes era un malcriado de tomo y lomo que en una ocasión, a mediodía en punto, le dio por andar con una linterna encendida por toda Atenas buscando "un genuino hombre". Este estrambótico sabio solía pernoctar en un barril, no era muy amigo del agua y se manejaba desnudo. Misántropo a más no poder, afirmaba que le estorbaba la gente. Otro de los genios presocráticos fue Heráclito de Efeso, quien era tan pesimista que le apodaron el Llorón.
Era peor que el célebre Pitufo Gruñón del Cartoon Network, pero tenía su contraparte en un científico loco que no paraba de reír todo el tiempo: Demócrito de Abdera. A Demócrito le fue mejor como científico que como filósofo, pues la agradecida ciencia hoy lo recuerda como el hombre que llamó "indivisible" al átomo. Un encantador sacerdote, poeta y filósofo pelirrojo llamado Empédocles de Agrigento fue uno de los casos de muerte extraña más recordados de la historia. Nacido en la soleada Sicilia, cuando estaba en la cumbre de su fama no tuvo mejor cosa que hacer que irse a meter a las humeantes fauces del cráter del temible volcán Etna. Se cree que el genio se vio asfixiado por las fumarolas y luego cayó al vacío para quedar su cuerpo empanizado en lava. Tanto Pitágoras de Samos como Aristóteles eran vegetarianos, rehusando a ser la causa de muerte de animales, pero Aristóteles tenía un lado oscuro que pocos le conocen: defendía la esclavitud y buscaba formas prácticas de avalar su existencia.
El homosexualismo de Sócrates ha sido objeto de las más diversas acusaciones por parte de sus detractores, pero es innegable que el célebre sabio era un encarnizado luchador contra la corrupción estatal que pululaba en la antigua Atenas. Sócrates fue víctima de la doble moral que aún impera en las esferas gubernamentales, ya que muchos ciudadanos atenienses gozaban de relaciones amorosas con muchachos, pero solamente a Sócrates se le acusó de corruptor de menores y se le ordenó beber la cicuta que acabaría con su vida. Al morir el barbudo Sócrates sus enseñanzas fueron seguidas por su amado alumno Platón, quien fundó su Academia con la cual atrajo a muchos intelectuales a Grecia. Al morir Platón, su nieto Espeusipo fue quien continuó la Academia, pasando el relevo posteriormente a Carneádes, quien además fue un elegantísimo diplomático.
Una de las figuras más deliciosas de la antigua Grecia fue un hombre-orquesta llamado Xenofonte. Militar, gran orador, filósofo y escritor, hoy en día lo recordamos por su exquisito manual para domar caballos. Recordemos que el fabuloso Xenofonte fue el que por fin le domó al arisco y gordo Bucéfalo a nada menos que Alejandro Magno.
La escuela estoica, fundada por Zenón de Citio, habría de agrupar algunas de las mente más privilegiadas de aquellos entonces. Todo el rigor del estoicismo atrajo a dos notables españoles: Séneca, y el emperador Marco Aurelio. Séneca se destacó como filósofo y además fue el profesor privado de Nerón, pero cuando este asqueroso romano comenzó a hacer barbaridades desde el trono de Roma, Séneca se convirtió en la voz de la conciencia que no quería escuchar, y en uno de los casos más pavorosos de alumnos malagradecidos, Nerón ordenó a su ex teacher que se suicidara abriéndose las venas en una tina de agua tibia. Desgraciadamente, Séneca le hizo caso. Marco Aurelio fue uno de los más benévolos
Emperadores de Roma. Era tan apacible que permitía que su esposa Faustina recibiera las eróticas visitas de gladiadores por la noche, y de esta forma Marco Aurelio lució elegantes cachos cuando Faustina parió a Cómodo como fruto de una de esas "noches de copas".Marco Aurelio fue un genuino monarca filósofo, y como muestra de sus pensamientos nos legó uno de los libros más preciosos de todos los tiempos: Meditaciones.
Muchos filósofos se ganaban su pan cotidiano siendo tutores de personajes encumbrados de la nobleza o la realeza. Lactancio, uno de los primeros apologetas cristianos, fue el tutor del indómito Crispo, hijo del emperador Constatino que fundara Constantinopla .Aristóteles fue el maestro de Alejandro Magno de Macedonia, y tanto Boecio como Casiodoro estuvieron al servicio del monarca Teodorico. Ya en el fin del Renacimiento, el feo ex mercenario francés convertido en filósofo y matemático Renato Descartes estaría en la corte de la erudita reina Cristina de Suecia. Cristina sería la culpable indirecta del deceso de Descartes merced a una pulmonía que el sabio pescó una madrugada de invierno en Estocolmo, cuando Cristina lo hizo salir de su cama y atravesar largos pasillos bajo la nieve ataviado solamente con un fino camisón para filosofar antes que saliera el sol. A otros filósofos les tocaría pelear incesantemente con los monarcas, a como le pasara al italiano San Anselmo, el primer gran escolástico.
San Anselmo se trenzaba a gritos con nada menos que el indomable Guillermo El Conquistador tras coronarse éste rey de Inglaterra. En el Renacimiento, Thomas More perdería la cabeza literalmente por meterse en los líos de faldas del alborotado rey glotón Enrique VIII en ocasión en que el gordinflón rechazo a Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena. Enrique ni corto ni perezoso hizo decapitar al pobre autor de Utopía. El renacentista florentino Nicolás Maquiavelo prefirió no trabajarle directamente ni a los Médicis ni a los Borgia, pero no la pensó dos veces en dedicar algunos de sus escritos a Lorenzo El Magnífico y al peligroso César Borgia, por si las moscas. El que no precisó involucramiento con cabeza coronada alguna para acabar mal fue el pobre Pedro Abelardo de Francia.
Guapísimo, repleto de dinero y encantos, este brillante canónigo y filósofo de la Edad Media se enamoró violentamente de Eloísa, la bella y brillante adolescente que era su alumna, y por cierto sobrina del malvado canónigo Fulbert. Tras preñar a la chica y casarse a escondidas con ella, Eloísa le pidió que mantuviera secreto el matrimonio de ambos tras el nacimiento de Astrolabio, el fruto de sus amores. Fulbert creyó que Abelardo andaba de bandido y mandó a cuatro hombres para castrarlo. Abelardo sobrevivió de puro milagro en una época sin antibióticos, pero el matrimonio se acabó y tanto Eloísa como su muco esposo se dedicaron solo a la vida religiosa.
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