sábado, 23 de enero de 2010
ringside entre papas y monarcas
RINGSIDE MAYOR: LAS GRANDES REYERTAS ENTRE PAPAS Y MONARCAS
Desde que hubo sucesores del gran Pedro, han habido pleitos monumentales entre los reyes y los papas. Uno de los "clinches" más ruidosos entre sumo pontífice y soberano lo protagonizaron Gregorio VII, quien venía de una rica familia de judíos cristianizados, y Enrique IV, mandamás del Sacro Imperio Romano. A pesar de que en la Edad Media había una buena dosis de respeto hacia los papas, a Enrique se le ocurrió usar los sermones del papa Gregorio VII como kleenex, y decidió que no era mala idea imponer su punto de vista sobre las investiduras laicas. Gregorio VII dictó que un rey no podía tener tal autoridad, esperando que Enrique con su arrogancia se autodesgraciara. Sin embargo, el germano fue más astuto que Gregorio, y montó tremendo show al irse descalzo y en ropas raídas cruzando los Alpes a pie para buscar el perdón papal. Gregorio, quien estaba en el palacio de Canossa, hizo esperar a Enrique por tres días antes de recibirlo. Hubo más besitos que en una telenovela barata pero apenas Enrique volvió a su palacio, desafió al papa cuando volvió a prohibir que los reyes concedieran investiduras laicas y aunque a Enrique le sobraban las ganas de mandar a matar a Gregorio VII, se tuvo que contentar con instalar un antipapa para socavar la autoridad de Gregorio.
Felipe Augusto, rey de Francia quien vivía solamente en pleitos y fue uno de los cruzados más controversiales, fue otro monarca que tuvo que soportar que el sumo pontífice de turno hasta se inmiscuyera en su vida amorosa. Este Felipe Augusto era el hijo del famoso cruzado Luis VII de Francia y su tercera mujer, Adela de Champagne. Habiendo tenido como primera esposa a Isabel de Hainault, cuando ésta murió Felipe Augusto tomó por segunda consorte a una chela fea llamada Ingeburga de Dinamarca. Felipe Augusto en su noche de bodas salió, según las malas lenguas, dando alaridos como coyote mal tirado de su alcoba, negándose a copular con su nueva mujer. Pidió que la retiraran de su vista, expresando un rechazo sin límite. Celestino, quien era el papa de turno, concedió que el rey galo se divorciara, pero puso como condición que nunca más se casara. A estas alturas del campeonato Felipe Augusto estaba prendadísimo de Agnés de Meran, una encantadora mujer, y Celestino se negó a jugar a la celestina, negando permiso para que el rey se casara con Agnés. Tras ser sucedido Celestino por Inocencio III, éste se negó a concederle permiso al rey para casarse con su adorada, y amenazó con la temida sentencia de interdicción sobre Francia si el soberano no renunciaba a Agnés. Felipe Augusto dijo que prefería hacerse musulmán antes que perder a su mujer y durante 4 años resistió, pero cada vez que algo salía mal sus súbditos le echaban la culpa llamándolo maldito. Agnés abandonó el palacio para sumirse en el convento, Inocencio III legitimó a los hijos del rey con Agnés, y cuando ésta murió, el papa impuso a Felipe Augusto de que recibiera de vuelta a Ingeburga, pero no lo pudo obligar a que se acostara con ella. No sería el único rey francés cuya vida se viera amargada por un papa. En el siglo XIII, el guapo monarca galo Felipe IV el Bello se metió a una trifulca mayor con el papa Bonifacio VII. Resulta que a estas alturas del campeonato Inglaterra y Francia estaban a un pelito de irse a los puños y el rey francés precisaba dinero para financiar un ejército. Decidió sacar el monetario de las costillas de los religiosos, algo que irritó al papa, quien amenazó con excomulgar a Felipe. El monarca entonces respondió con una serie de airados insultos contra Bonifacio, a quien acusó hasta de sodomía. Una tregua a medias fue alcanzada cuando Felipe además amenazó con no mandar dinero a la Santa Sede, pero en 1301, cuando el monarca echó preso a un obispo que representaba al papa, Bonifacio perdió los estribos. Un 18 de noviembre de 1302 emitió una bula papal anulando cualquier poder de los monarcas terrenales. Furioso, Felipe mandó a su allegado Guillermo de Nogaret a que se metiera a la fuerza a la residencia papal de Agnani, donde Bonifacio fue abofeteado y secuestrado. Para el orgullo monumental de Bonifacio fue una humillación pavorosa el haber sido zurrado, y murió de pena moral un mes después de la paliza. Tras la muerte de Bonifacio, el papa francés Clemente V movió el sumo pontificado de Roma hasta la ciudad francesa de Avignon.
Los pleitos entre el emperador Federico II y el papa de turno fueron monumentales. Federico II, llamado "Stupor Mundi" por ser una maravilla de erudición, quedó en poder del papa Honorio cuando su mamá murió, y poco hizo para congraciarse con su tutor cuando se le ocurrió preguntar qué rayos hacían los ángeles todos los días. Gregorio IX sucedió al ex teacher de Federico II, y esta vez el emperador se encontró con un hombre duro que no se reía ante sus irreverencias. Gregorio IX estaba tan furioso contra Federico II por haber sido electo Sacro Emperador Romano y luego no cumplir con su promesa de encabezar una sexta cruzada que optó por llamar a los caballeros Templarios y Hospitalarios para que atacasen a Federico cuando éste pusiera pies en Palestina.
Los reyes ingleses a menudo vivieron en pleitos con los papas. A Juan sin Tierra, quien agarró el trono de Inglaterra tras la muerte de su odiado hermano Ricardo Corazón de León el papa le hizo saborear la verguenza de la excomunión. Los nobles se agarraron de esta humillación para hacerle aceptar como píldora amarga la Magna Carta. A Enrique VIII, el glotón rey inglés, le tocaría pelear con el papa para poderse divorciar de su ajada y aburrida primera esposa Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos de España. Enrique esperaba que el sumo pontífice Clemente VII le concediera el divorcio para poderse casar con su amante Ana Bolena, pero la Santa Sede no cedió y Enrique VIII tuvo que divorciarse de Roma y crear su propia iglesia anglicana para poder cambiar de mujer como quien se muda de ropa. La hija habida de este segundo matrimonio de Enrique VIII también tendría grandes jaquecas a causa de un papa: Pío V. Pío al ver que Elizabeth la reina Virgen apoyaba a los protestantes la excomulgó, y hasta se atrevió a proponerle al ex cuñado de ésta, el rey español Felipe II(quien estuvo casado con María, la amargada hermanastra mayor de Elizabeth), a que fraguara un plan para asesinarla dado que al no ser católica era "digna de ser eliminada".Posteriormente Felipe II habría de arrepentirse de no haber seguido tan cristiano y piadoso consejo del papa Pío V, dado que fue la mismita Elizabeth la que mandó la flota inglesa a deschincacar la Armada Invencible en una de las batallas navales más aparatosas de la historia.
A pesar de haberse autollamado católico, Carlos I de España y V de Alemania, nieto de los Reyes Católicos y padre del antes mencionado Felipe II, echó sus tropas contra Roma cuando sus reyertas con Clemente VII llegaron al punto de hervor. Napoleón Bonaparte, a pesar de no haber nacido con sangre azul, pronto copió la actitud desafiante de algunos reyes legítimos hacia los papas, e hizo humillar a Pío VII. A este pontífice lo invitó a su coronación para que estuviera de espectador mientras Napo se coronaba a sí mismo con sus propias manos en uno de los bochornos más grandes de la historia.
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