viernes, 15 de enero de 2010
El Balón que mueve multitudes
Cosas Curiosas de la historia del Soccer
Aunque el fútbol soccer lo tuve que jugar como parte de educación física durante mis tiempos de secundaria hace tantas lunas, jamás he sentido pasión por él. Sin embargo, tanto lectores nicaragüenses como mis propios alumnos coreanos -algunos de los cuales lloraron como plañideras malpagadas cuando su país quedó optando a un honroso tercer lugar- solicitaron este artículo y vamos a tratar de responder las preguntas que me han hecho.
En efecto, fue gran tragedia que el onceno británico besara el polvo de la derrota porque fue en ese país donde el soccer nació en la Edad Media como una sencilla distracción de fin de semana. Para diferenciarlo del fútbol americano que se juega con una pelota parecida a un huevo magenta de avestruz y en el cual se conjugan algunos de los momentos más chambones de la vida, llamaremos soccer al que tanta pasión levanta en ocasión del mundial Corea-Japón.
La pelota inicialmente se revestía de cuero curtido de animales, pero cuando Cristóbal Colón en 1492 vino a protagonizar el espantoso encontronazo de dos mundos, el caucho o látex que saldría de nuestras tierras americanas le cambiaría la configuración a la bola. Antes de que eso sucediera, el soccer tuvo bastantes accidentes. Hubo reyes ingleses como Ricardo II y Jacobo I quienes prohibieron que se jugara el soccer porque en aquellos entonces, la corona inglesa no tenía un ejército profesional y cuando había guerras(que era cada día de por medio porque en esa época los reinos vivían tirándose de las mechas a cada rato) se precisaba que granjeros, obreros y todos los machos de las más distintas raleas estuvieran con buena puntería con el arco y flecha y otras armas.
Estos reyes llegaron hasta el extremo de emitir una ley prohibiendo el soccer, afirmando que los hombres perdían su tiempo haciendo goles en lugar de practicar arquería. Cuando ya la pólvora llegó a Occidente y permitió que se tomara puntería con fusiles y no con arco y flecha, estos edictos prohibitivos pasaron a ser una curiosidad histórica legal. Los guerreros de los campos de batalla sin embargo conservaron el espíritu pleitisto y se convirtieron en luchadores por el gol y en hinchas que muchas veces arman genuinas batallas improvisadas en las graderías cuando su equipo favorito va perdiendo.
El soccer vino a América con los primeros inmigrantes europeos que empacaban la pelota junto con sus joyas, cartas de amor y enseres más necesarios. En estados Unidos, los europeos se encontraron con la grata sorpresa que muchas tribus indias ya jugaban algo parecido al soccer, y que el lacrosse coincidía en muchas cosas. Los indios aprendieron velozmente a jugar el soccer y pronto produjeron algunos jugadores bastante destacados.
La introducción del soccer al Asia fue más lenta. En Turquía no fue hasta que Solimán el Magnífico se montó al trono otomano después que su rugiente padre Selim I Yavuz(El Excelente) pasó a mejor vida que hubo más intercambio diplomático entre los osmanlíes y Europa. Solimán, un hábil diplomático que vio la conveniencia de mostrar el esplendor de su imperio ante los ojos codiciosos y muchas veces envidiosos de los europeos, se entusiasmó cuando el asistente del embajador inglés le habló del soccer. Hizo muchas preguntas, pidió ver la bola, y para experimentar cómo era la cosa, se puso a practicar con los Genízaros, que era la guardia élite imperial a cargo de la custodia del sultán.
Estos genízaros eran grandes protomachos con musculatura a-lo-Schwarzennegger y pronto estaban practicando cada vez que podían. El sultán mismo jugó soccer en varias ocasiones, y su mejor amigo, cuñado y a la vez gran visir(una especie de primer ministro en aquellas estructuras otomanas) Ibrahim se hizo gran aficionado del soccer. Desde entonces, Turquía se aficionó a nivel popular de este juego.
Otra fue la historia en el Oriente lejano. Tanto en la India, donde los británicos comenzaron a hacer negocios con la sanguinolenta East India Tea Company, como en China, donde llegarían a crear la peor peste de adicción al opio en el siglo XIX, el soccer fue visto como símbolo del cruel imperialismo europeo. Era mal visto que chiquillos de familias nobles en la India quisieran jugar a este tipo de pelota, y hubo maharajás que expresamente lo prohibieron so pena de muerte en los sitios donde ellos mandaban. Tipoo Sultán, llamado el Tigre de Mysore por su valiente resistencia ante los británicos, se indignó mucho al saber que sus hijitos-al ser secuestrados y mantenidos como rehenes por los ingleses mientras Tipoo reunía una jugosa suma para pagar el rescate habían sido inducidos a jugar soccer con los hijos de varios oficiales de caballería inglesa.
Tipoo en realidad sentía simpatía por el juego en sí, pero el hecho que obligaran a sus dos príncipes a jugarlo como un acto de obediencia y genuflexión ante los ingleses, no le cayó muy bien que digamos al orgulloso independentista de Mysore. En la China, durante las Guerras del Opio que se dieron mientras estaba la gordiflona reina Victoria en el trono inglés, hubo padres de familia chinos que le sonaron buenas nalgueadas a sus chicos cuando se dieron cuenta que habían estado gozando con el [juego bárbaro de los rubios.
Una de las historias más curiosas del soccer la protagonizaron unas chicas norteamericanas a finales del siglo XIX. Ya para entonces, las mujeres estaban muy irritadas porque no se les otorgaba el voto. Muchas eran simpatizantes de feministas como Julia Ward Howe (la autora del famoso Himno de Batalla de la República)
O de Susan B. Anthony, una de las lideresas de las sufragistas. Pues una tarde de domingo en la cual andaban los candidatos presidenciales haciendo proselitismo político en Nueva York, las feministas no tuvieron mejor idea que quitarse las enaguas-horror de impúdicas para aquellos tiempos!-y mostrando sus largas bombachas repletas de encaje se pusieron a jugar soccer, algo que se estimaba que era un juego demasiado jayán para las delicadas miembros del sexo débil. Unos mojigatos hicieron llamar a la policía y las atrevidas y sudorosas féminas fueron a parar con sus hermosas curvas a la cárcel hasta que fueron rescatadas por sus furiosos padres, maridos, novios y hermanos bajo la promesa de jamás jugar soccer en lo que les quedaba de vida.
Las pasiones que engendra un partido de soccer solo pueden ser comparadas en su dimensión con la unidad y sentimiento de hermandad que este deporte suscita. Durante la I Guerra Mundial, en 1914, el soccer sirvió para olvidar por un rato los horrores de una de las conflagraciones bélicas más pavorosas de la historia. Para la Navidad de 1914, tenía poco de estar rugiendo la guerra. Dado que no hubo salida a casa para nadie, los soldados decidieron desobedecer las órdenes de sus comandantes y celebrar a como mejor pudiesen el nacimiento del Colochón. Los soldados de Alemania e Inglaterra olvidaron momentáneamente cuánto debían de odiarse y se aproximaron a un campo que no pertenecía a ninguno de los dos bandos.
Compartieron un poco de licor, budín de Pascua y un villancico. Entonces un soldado escocés que andaba con las tropas británicas hizo magia al sacar de su mochila un balón de soccer. Pronto los soldados, olvidando sus diferencias, estaban jugando alegremente a pesar del frío, con la fruición de una camada de gatitos Manx. Los alemanes pudieron desternillarse de la risa al comprobar que el soldado escocés no usaba nada debajo del kilt(la especie de faldita a cuadros que es el traje típico de los machos de la tierra de Wallace)y que al soplar el viento, unas sonrosadas nalgas evidenciaban que andaba cañambuco. El juego acabó con un resultado final de tres goles a favor de Alemania y dos goles a favor de los ingleses. A nadie se le ocurrió acusar al otro bando de tramposos. Quizás esta fue la batalla más recordada de la I Guerra Mundial porque la llevaron a cabo sin balas, pero con balón.
Sin embargo, en nuestra historia centroamericana una guerra no se detuvo por el soccer, sino que los resultados de un partido de este juego fueron la chispa que detonó un conflicto muy violento: La Guerra del Fútbol. En 1969, las cosas estaban bastante agrias entre Honduras y El Salvador, dos países donde este deporte goza de mil veces mayor popularidad que el béisbol. Habían roces limítrofes entre ambos países del istmo. Se estaba jugando una copa en el plano mundial y entre los equipos había muy mala sangre porque tres juegos ya habían acabado en empates. Al efectuarse el cuarto juego, y al límite marcando contra reloj, El salvador logra meter un gol por penalty.
Entre los fanáticos de ambos equipos se armó un pleito de padre y señor nuestro, pero no es solo en el estadio que las cosas se caldean. En las cantinas y bares hay gritos, llantos, escupitajos e insultos, por no decir patadas y arañazos. Las hostilidades entre ambos países crecen a tal punto que estalla la guerra entre ambos países. Aunque la lucha en sí no dura más allá de unos cuatro días, quedan muertos un total de 2 mil hombres. Este conflicto quedó grabado en los anales de la historia como la Guerra del Fútbol, y pasó del campo de juego al campo de batalla, en uno de los incidentes más bochornosos de la historia latinoamericana.
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