Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

viernes, 15 de enero de 2010

víctimas de su propio genio


CUANDO LA CURIOSIDAD CIENTÍFICA... ¡MATA AL GATO QUE LA EJERCE!

A menudo Mercedes, mi abuela, me decía que mi curiosidad iba a acabar conmigo. Sin embargo, varios científicos tuvieron peores finales cuando su curiosidad insaciable los llevó por vericuetos inimaginables del destino. Desde la antigüedad, el hombre y la mujer han querido explicarse de forma lógica el por que de las cosas, sin recurrir a mitologías ni dogmas religiosos.
Para Empédocles de Agrigento, filósofo de la antigua Grecia, la cosa no pudo ser peor. Después de enunciar que toda la materia estaba compuesta de cuatro elementos: agua, fuego, tierra y aire, este hermoso pelirrojo que además era poeta y sacerdote, optó por ir a husmear en el cráter del temible Monte Etna en su Sicilia nativa. Al parecer, cuando el guapo sabiondo estaba en la cima del volcán, una vaharada de ceniza lo asfixió y cayó rumbo a la lava metros abajo. Nunca se recuperó su cadáver. La curiosidad por los volcanes también habría de acabar con uno de los científicos más dotados de los tiempos dorados de Roma. El Vesubio no tuvo mejor idea que explotar encima de Pompeya y Herculano, lo cual hizo que el siempre preguntón científico Plinio el Viejo se montara en un barco que iba a rescatar a los damnificados en peligro. Una vez en las inmediaciones del Vesubio, los gases y las cenizas acabaron con la valiosa existencia de Plinio.
Su sobrino Plinio el Joven sería igualmente curioso, pero por lo menos tuvo la prudencia de jamás asomar narices por hervideros ni nada parecido, destinándose a estudiar otro tipo de curiosidades. De los tiempos del emperador-filósofo Marco Aurelio extraemos la historia de Lucrecio Eneas, un rubio galeno que tenía todo para triunfar en la vida: buena pinta, provenía de una linajuda familia romana, una esposa preciosa le adoraba, y su amor paternal estaba colmado con diez saludables hijos. Lucrecio comenzó a sentir mucha curiosidad por los efectos de ciertas plantas en el organismo humano. Una noche, se equivocó de frasco y en lugar de tomarse la pócima que él consideraba buen afrodisíaco, no reparó que un esclavo le había reordenado la mesa y Lucrecio engulló un jarabe que contenía un soporífero tan potente, parecido al láudano, que nunca más despertó.
Más adelante, los experimentos de Lucrecio Eneas servirían en el largo y tortuoso camino rumbo a la anestesia moderna, pero para este romano, los resultados no pudieron ser fatales. Djana Lazarevic era pariente de Olivera, la serbia que aprendió a odiar al sultán otomano Bayaceto I el Rayo tras convertirse en su esposa. Djana era la hermana menor de Zuleika, la aguerrida lugarteniente de Bayaceto, pero no se interesaba por la guerra. Djana había sido tutoreada por eminentes galenos del siglo XIV y su curiosidad por la gestación humana no tuvo límites. Cuando se casó, lo hizo con un eminente galeno griego, y entre ambos, comenzaron a experimentar en sus propios cuerpos.
Cuando Djana salió encinta por 5ta. vez , ésta sugirió a su consorte el monitoreo del embarazo. Sin embargo, Djana estaba destinada a morir con el vientre partido como sandía remadura cuando ninguno de los dos se percató que era un embarazo de gemelos que estaban en posición complicada. Afortunadamente, los mellizos sobrevivieron, no así su madre, para quien el experimento de una apresurada cesárea no resultó muy favorable que digamos.
Mary Wortley, Lady Montagu, fue una mujer inglesa que es considerada la precursora de la vacuna antivariólica que luego perfeccionaría su paisano Edward Jenner. Mary vio durante su estancia en el Medio Oriente cómo las madres otomanas picaban con una aguja las ampollas de viruela y le inoculaban el lîquido a sus hijos punzando la piel. Jenner posteriormente experimentaría la vacuna inyectándose a sí mismo, sin pensar dos veces en que podría morir ya que en aquel entonces pescar viruela era casi garantía segura de pasaporte al cementerio.
Louis Pasteur fue el gran científico francés a quien le debemos el proceso de esterilización de líquidos que lleva su apellido y la vacuna antirrábica. Genial en el laboratorio, Pasteur conoció la tragedia en carne propia cuando varios de sus hijos murieron chiquitos uno tras otro. Refugiado en su laboratorio, solía practicar en su propio cuerpo y sus propias mascotas cuando no encontraba otros voluntarios. Afortunadamente nunca pescó nada más serio que un buen resfrío. El colmo de lo que pasa con la curiosidad fue cuando un hermano de Alfredo Nobel -a quien debemos la dinamita y los premios que llevan su apellido-murió en un accidente probando el producto que hizo famoso a Alfred Nobel. Curiosamente, muchos diarios publicaron que era Alfred y no su hermano quien había muerto, y cuando el misántropo sueco se dio cuenta que iba a pasar a la historia como causante de tantas muertes-la de su hermano incluida -optó por crear la Fundación Nóbel para quitar un poco de escombros de su nombre.
Manya Sklodowska, más conocida como Marie Curie por su matrimonio con el francés Pedro Curie, fue una de las mujeres más geniales de la historia. No solo conquistó un premio Nóbel con su esposo, sino que siendo ya viuda se ganó otro por sí sola, siendo la única hembra de la especie en llevarse dos de estas preseas a casa. Su hija Irene, tras casarse con Federico Joliot, encontró la felicidad tanto en la casa como en el laboratorio al formar una de las parejas mejores avenidas de la ciencia. Irene y su esposo conquistaron un premio Nobel también, pero tanto para Marie como para la genial Irene el costo fue altísimo. Ambas genios murieron de leucemia ocasionada por la radiación percibida a través de largos años de trabajo científico.

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