Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás
lo dijo William Wallace

los webmasters de la primera website

los webmasters de la primera website
Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

sábado, 16 de enero de 2010

gourmets


LOS GRANDES GOURMETS DE LA HISTORIA


Observando la fruición con la cual mi gatita Mary Shelley devoraba cantidades Frankenstenianas de comida, recordé que Emigdio Suárez, quien fue mi jefe, decía que quien no goza en la mesa jamás disfrutará en la cama. Recordaremos a los más famosos gourmets hoy.
Varios de los emperadores romanos fueron buenísimos a la muela-Claudio el Historiador, Nerón, Tiberio, Cómodo y Heliogábalo- pero nadie le ganaba a Vitelio, quien se pasó su brevísimo período de mandamás saliendo de un banquete para entrar a otro. Nunca se le vio sin mover la mandíbula, y poco antes de que los furiosos ciudadanos de Roma lo destituyeran, juzgaran, desnudaran y arrastraran en un garfio hacia el Tíber, había estado comiendo alondras en miel. En la Edad Media, Atila llegó a ser tan glotón que hasta devoró las nalgas de dos de sus propios hijos. No se quedaría atrás el rubio y gigantesco Carlomagno, quien solía comerse el equivalente de unas veinte libras actuales de alimento en cada sentada. Kublai Khan, el monarca que fue nieto de Genghis Khan y además favoreció a Marco Polo, también era bueno a sus banquetes y llegó a ostentar una barriga respetable.
El titular del Sacro Imperio Romano, Federico III, era tan adicto a sus golosinas que el médico que lo atendía musitó que estaba cavando su tumba con sus propios dientes. Esta voracidad por la buena mesa la heredó su hijo Maximiliano I de Habsburgo, quien además de buen hartón llegó a ser muy diestro en la confección de los mismos platos que engullía. Maximiliano le enseñó a bien comer a su primera esposa, la famosa y rica María de Borgoña, quien al ser comprometida con él parecía la versión medieval de Popotito pero un año después de casada con Max ya ostentaba pecho de paloma cola de abanico.
En Francia, Luis VI logró adjudicarse el apodo de Luis el Gordo, y se decía que estaba tan redondo que no podía montarse a caballo pues no había equino que aguantara su peso. Isabeau de Wittelsbach, la bella bávara que fue la esposa del rey galo Carlos VI, acabó sus días más redonda que una chancha parida debido a que pasaba devorando golosinas todo el día. Fue tanto su amor por la comida que para poder mantener una gruesa pensión que le permitiera seguir forrándose el estómago a más no poder, afirmó que su hijo el delfín de Francia(futuro Carlos VII)era bastardo. No es de extrañarse que luego este hombre fuera un cobarde, dejando perecer a su salvadora Juana de Arco, ya que su propia madre glotona lo había barajado por un costal de galletas. Francisco I de Francia, el monarca que protegió a Leonardo Da Vinci en su vejez, fue otro hombre que sentía pasión descontrolada por la comida, y quien sabe qué cochinadas engulló que cuando murió carcomido por la sífilis, al hacerle la autopsia al cuerpo descubrieron que el pobre estómago lucía como campo de batalla.
Catalina de Médicis, la gorda y fea esposa del rey francés Enrique II de Valois, era tan aficionada a la cocina de su Italia natal que hizo traer cocineros a París para que le siguieran guisando sus delicias. De esta forma, la alta cocina francesa le debe mucho a la hartona Catalina el haber incluido muchos platos farináceos que tanto engordan y deleitan al paladar. Selim II, el voraz, haragán y borracho hijo de Solimán el Magnífico, es recordado como uno de los peores sultanes que tuvo Turquía en la línea de Osman, sin embargo como glotón fue un prodigio. Podía devorarse 6 pollos grandes en una merienda, todo eso acompañado de cantidades navegables de licor.
El amor por la buena mesa hizo que el papa Alejandro VI(el padre de Lucrecia Borgia) engordara mucho en sus años maduros, y hasta se especuló que aprovechando su gusto por la comida lo habían envenenado, cosa que no ha podido ser comprobada. Luis XIV de Francia fue otro consumado glotón. Adoraba atiborrarse de ensaladas y frutas, y cuando murió, se descubrió que su estómago e intestinos eran el doble de grande que la talla normal en otros humanos. En su familia hubo alta incidencia de glotones, ya que dos de sus sobrinas nietas fueron tragaldabas de cuidado. Luisa Isabel de Orléans, casada con Luis I de España, asombró a los españoles con su capacidad de hartazgo, y Ma. Luisa murió a causa de sus excesos en la comida y bebida. Ambas eran hijas de Felipe II de Orléans, sobrino del Rey Sol, y gourmet reconocido además de buen cocinero.
El Duque de Vendome, noble francés quien acompañó a Felipe de Anjou cuando éste se fue a España a coronarse Felipe V, habría de morirse de hartazgo después de comerse una porra entera de langostinos con mayonesa.
Enrique VIII de Inglaterra fue uno de los gourmets más famosos de la historia, siendo fan de las carnes y los quesos. Ante su insistencia, los cocineros ingleses perfeccionaron la ginger ale y el queso cheddar, llegando Enrique VIII a hacerse de proporciones elefantiásicas. El Marqués de Sade, pornógrafo francés, al ser recluido como "loco peligroso" en Charenton para que no estorbara a Napoleón Bonaparte, acabó siendo un lobo en la mesa después de haber sido uno de los gourmets sexuales más pavorosos de todos los tiempos. Lo mismo le pasaría a Jacobo Casanova, el famoso precursor de los playboys. Tras haber gozado inmensamente entre sábanas, acabó gozando de los manteles pues se hizo comilón consuetudinario y sin itinerario. En España, el tarado hijo mayor de Felipe II pagaría carísimo por ser tan voraz. Reza la leyenda negra que Felipe II lo hizo envenenar con un pastelote gigante cuando el joven estaba tras las rejas. En Inglaterra, Jorge IV fue glotoncito desde en la cuna. Una vez coronado, el rey se hizo opíparamente obeso pues comía frituras a toda hora. Alfonso de Portugal por su lado se hacía estimular el vómito con una pluma de pavo en la garganta para poder seguir comiendo. Tipoo Sultán, llamado el Tigre de Mysore en su lucha contra los colonialistas británicos, era otro señor que roía golosinas todo el día.
El gusto excesivo por la buena mesa no fue prerrogativa de cabezas coronadas, y grandes genios también temblaron de fruición ante un banquete. Joaquín Rossini era tan pataguino que en una fiesta náutica, cuando un pavo trufado cayó por accidente al agua, se lanzó al mar para ver si lo podía rescatar y al fallar en su intento, el autor del Barbero de Sevilla se sentó a llorar como chiquito nalgueado. Alejandro Dumas padre, quien era hijo de una mulata que cocinaba divino, fue no solo un gran gourmet sino también una de las cucharas más prodigiosas de Francia. El autor de El Mesías, Federico Haendel, también le causaba gracia a los ingleses por su monumental apetito, así como el genio italiano operático Giacomo Puccini, quien murió de un cáncer de la laringe que le empezó cuando se atoró con el huesito de un pato a la naranja. El judío francés Darío Milhaud era fan de la comida brasileña, habiendo aprendido a amar la feijoada cuando estuvo como diplomático en Río de Janeiro. Dictadores como el ugandés Idi Amín Dada, el dominicano Trujillo, el nicaraguense Tacho Somoza García y el centroafricano Jean bedel Bokassa también fueron buenos a la mandíbula, y de Trujillo, Amín y Bokassa se dice que hasta comieron carne humana, quizás imitando al muralista azteca Diego Rivera, quien siendo tan gourmet afirmó haber consumido senos de mujer hermosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario