sábado, 23 de enero de 2010
Los momentos que jamas me hubiera perdido
LOS MOMENTOS QUE NO ME HUBIERA PERDIDO DE LA HISTORIA
Mientras impartía la clase de Historia Contemporánea I, mis alumnos y yo nos desternillábamos de la risa imaginando al altivo Napoleón Bonaparte gimoteando de dolor en la Batalla de Waterloo porque andaba una chistata de campeonato y un sangrado de almorranas que no era jugando. Desgraciadamente, muchos teachers de historia se especializan en convertir esta materia en el dolor de parto de los estudiantes, enfocando solo decretos y fechas cuando la historia puede ser de lo más divertido si uno sabe donde buscar la carcajada en el tiempo.
Muchas figuras históricas han protagonizado el Bulto, El Cuadro y El Ridículo gracias a sus egos monumentales, y Luis van Beethoven no fue la excepción al ser un soberbio de cuidado. El Divino Sordo estaba dirigiendo su Novena Sinfonía, y la orquesta y coros ya habían pasado por mí menor, do mayor y hasta La mayor cuando él iba por La M... grande más perdido que el hijo de Lindberg dirigiendo como si estuviera espantando moscas. Lo triste es que la orquesta ya había terminado de tocar, y un apesarado concertino (léase primer violinista) sacó al Maestro de su ridículo haciéndole girar para recibir la ovación del público. Cuando los fans de Beethoven se percataron que el genio ya estaba más sordo que una tapia pero era demasiado soberbio como para confesarlo, muchas lágrimas rodaron por sus mejillas. No sería el único compositor que pasara por momentos apretados.
Cuando el bellísimo gay ruso Pedro Ilitch Tchaikovsky estrenó su celestial Lago de los Cisnes, fue abucheado monumentalmente y la obra fue criticada como digna para tirarse a la basura. Y es que este pobre Tchaikovsky era salado, porque cuando estrenó ante su amigazo Antón Rubinstein el famoso Concierto No. I para piano y orquesta en Si Bemol menor pasó un gran bochorno. Tras haberle tocado de cabo a rabo el concierto a Antón, Pedro pidió su opinión sin mencionar que el concierto estaba con dedicatoria a él. Antón montó en cólera y le dijo que era lo más vomitivo que había escuchado en su vida, y Tchaikovsky se peleó con su amigo para nunca más hablarle. El concierto fue rededicado a Hans von Bulow, el marido cornudo de Cósima Liszt, y el "cornelio" lo estrenó con gran éxito, pero no hasta que el pobre Tchaikovsky hubiera llorado baldes de lágrimas por el rechazo que le hizo su adorado Antón Rubinstein.
Un 29 de mayo de 1913 Igor Stravinsky fue el compositor a quien le esperaba uno de los feos más grandes de la historia al estrenar su obra cumbre La Consagración de la Primavera en el Teatro de los Campos Elíseos de París. El local estaba de bote en bote con los mejores genios, princesas y empresarios entre el público, pero éstos comenzaron a comportarse como pandilleros cuando comenzó la obra. Mauricio Ravel aplaudía como loco, mientras el compositor francés Camilo Saint Saens gritaba indignado que se trataba de porquería. Duques, princesas y ricachones se agarraban de las mechas, se escupieron, se lanzaron sostenes y bastones y la policía tuvo que llegar a traerse presos a unos cuatro ilustres que peleaban entre sí como vivanderas peleándose al mismo hombre.
No todos los momentos bochornosos o risibles se han dado en teatros y estrenos. Algunas reyertas familiares trascendieron más allá de los palacios, como cuando una furibunda Mariana de Austria, regente de España, cacheteó a su tarado y deforme hijo Carlos II porque éste andaba en grandes migas con Juan José, su medio hermano bastardo que Felipe IV había engendrado con la actriz María Calderón. La Guerra de las Rosas de Inglaterra no pasó de ser un gran pleito familiar entre las ramas Lancaster y York agarrándose las mechas por el trono. Lástima que quienes pusieron la mayor cuota de sangre fueron los pobres soldados que eran extraídos de la baja estofa, sudando calenturas ajenas.
Entre las grandes peleas entre suegra y nuera las de Sissi Emperatriz con su formidable suegra-ogresa Sofía fueron opíparas, no quedándose atrás las de Sissi luego con su nuera Estefanía de Bélgica, a quien le sacaba la lengua y la llamaba Aborrecible Elefanta. Los pleitos maritales a menudo fueron espectaculares, y entre ellos está el del rey francés Felipe II Augusto cuando sacó en camisón a su segunda consorte Ingeborg de Dinamarca tras haber detectado anomalías en la noche de bodas en uno de los repudios más violentos de la historia...
La cara de asco de Jorge IV de Inglaterra cuando le presentaron a su futura consorte Carolina de Brunswick debe haber sido algo digno de no perderse, pero pocas escenas deben de haber sido más increíbles que la que protagonizó Guillermo de Nogaret, el asesor del rey galo Felipe IV, cuando le propinó una de las mejores zurras de la historia al Papa Bonifacio, quien era tan arrogante que se creía casi primo hermano de Dios. Lo peor del caso fue que Nogaret sopapeó al altivo papa en la propia residencia del mismo, Agnani, y fue tal la ira del pontífice que se murió de la arrechura un mes después.
Bonifacio no sería el único papa que pasara tremenda verguenza. Pío VII se sintió como pelele cuando Napoleón Bonaparte lo invitó a París solo para que lo viera coronarse a sí mismo. Y es que el liliputiense Napo fue todo un coleccionista de momentos apretados y bochornosos. Cuando Napoleón estaba recién casado con su libidinosa Josefina, pasó horrible susto cuando Fortuné, el caniche mimado de Josefina, al oír gemidos provenientes de su ama en la cama, creyó que el enano le estaba haciendo algo malo a su dueña y procedió a morderle la piernita al Pétit Géneral. Fortuné sirvió como pelota de soccer al salir volando de una pata napoleónica por la ventana.
Un campo de batalla fue buen sitio para que uno de los generales más odiosos de la historia se riera de su rival vencido. Estaba el pobre general Robert E. Lee rindiendo sus tropas sureñas confederadas en Appomattox durante la Guerra Civil de Estados Unidos, cuando George Armstrong Custer se aproximó para recibir el parte de rendición por parte de los azules de la Unión.
Tras tomar el documento en manos, Custer no pudo reprimir una risita socarrona, pero la historia demostró que quien ríe de último ríe mejor. Este detestable chele Custer habría de verse asquerosamente derrotado el 25 de junio de 1876 en la Batalla de Little Bighorn cuando las tropas combinadas de varias tribus, bajo el mando de Caballo Loco y Toro Sentado, les enseñaron a las tropas gringas con cuantas papas se hace un guiso. Custer no quedó vivo para reírse del ridículo que él mismo había protagonizado.
Para colmo, el ridículo a veces se ve invitado hasta al momento en que van a fusilar a alguien, y el chele Maximiliano de Habsburgo, emperador postizo de México, demostró que era todo un caso cuando antes de que le ejecutaran, dio monedas de oro a los soldados del pelotón de fusilamiento y se le ocurrió decir VIVA MEXICO.
.Respondiendo a la solicitud de varios alumnos quienes se rieron a mandíbula batiente con mi artículo sobre momentos increíbles en la historia universal, he aquí otro ramillete de instantes en los cuales el historiador no puede hacer otra cosa que sonrojarse o morirse de la risa.
Una de las historias más tragicómicas de las Cruzadas es cuando en la tercera de ellas, al emperador Federico I Barbarroja se le ocurrió pegarse una madre hartada de ostras antes de meterse a nadar al río Saleph en Cilicia. Al tener una soberana congestión, el germano monarca se ahogó y cuando su cuerpo fue sacado del agua, ya estaba tilinte. Ricardo Corazón de León, maricón soberano de Inglaterra, y su casi cuñado y perdido enamorado Felipe II Augusto de Francia daban vueltas en torno al cadáver como cúcalas desarboladas y así concibieron la idea de echarlo en un enorme tonel de vinagre como macabro talismán encurtido. Creyendo que el cuerpo del rey tenía poderes mágicos, lo llevaron de amuleto a la Batalla de Acre, pero cuando la tufalera de la descomposición se hizo patente, tuvieron que enterrarlo a paso de tambor de dixieland. La audacia de algunos criados muchas veces ocasionó bochornos, risas o apuros.
El jefe de cocina del gran sultán Saladino estaba apurado en pagar un cargamento de pescado que le habían llevado, pero sin la firma de Saladino el financiero del palacio no soltaba los reales. Pues el avispado criado se fue a sacudir al sultán en su diván, y sin considerar que Saladino roncaba como olla de nacatamales echándose flys en la cara de su omnipresente gata Manx Firousi, el sirviente lo despertó de una jalada de barbas. El atolondrado sultán solo pidió que le alcanzara pluma y tinta para firmar, dudándose que haya sabido lo que estaba firmando dado que aún estaba medio dormido.
El monarca Enrique VIII no hallaba donde meterse cuando vio que Ana de Cleves, una caballona flamenca destinada a ser su cuarta consorte, no era tan linda a como aparecía en el retrato que él guardaba. Sudando copiosamente, el gordinflón inglés gimoteó,"Por diosito que no puedo copular con ella, aunque la mire desnuda, mi cuerpo no va a colaborar!" Enrique se casó con su fea flamenca pero nunca pudo consumar el matrimonio, llegando a divorciarse poco después en un arreglo amigable. No solo los monarcas cheles protagonizaron bochornos, sino que la bellísima monarca negra Nzingha les armó un gran feo a los portugueses cuando vio que solo le habían puesto un taburete viejo de velvet para que se sentara para negociaciones. Nzingha pateó el taburete y exigió una silla afelpada igual a la de los portugueses.
Parece increíble que alguien de la inteligencia del gran unificador Shaka Zulu hubiera creído que un tinte de cabello era la fuente de la eterna juventud, pero eso fue lo que el gran monarca y guerrero africano creyó cuando su mamá Nandi apareció con el cabello tan negro como en la juventud. Un inglés le había regalado a Nandi el tinte, pero cuando Shaka vio que su mamá seguía con los mismos dolores artríticos y la regla no le volvía, le preguntó muy airado a los ingleses por qué la pócima de juventud no funcionaba por completo. Los ingleses, temblando de miedo ante la posibilidad que Shaka los decapitara o los empalara por el engaño, procedieron a explicarle lo mejor que pudieron en cuanto a las propiedades del tinte.
Algunos monarcas hicieron pasar grandes verguenzas a sus súbditos. Ma. Teresa de Austria, siendo la madre de numerosos hijos, se arrogaba autoridad de mami hasta con los ajenos, y en una ocasión sopapeó a un chiquito rubio que casi se cae de un palo. El díscolo chele quedó con las nalgas hinchadas y años después Ma. Teresa lo reconoció como el gran compositor Francisco José Haydn. Para colmo, en el reencuentro la emperatriz le recordó a Haydn de la paliza, diciéndole, "Verdad que valió la pena evitar que te rompieras la crisma cayéndote del palo?" "No se preocupe, majestad, que mi posterior aún recuerda su mano,"le ripostó el genial Haydn.
En otras ocasiones, los súbditos hicieron sonrojar a sus monarcas. Cuando el español Alfonso XII regresaba a tomar el trono español, unas vivanderas de Barcelona lo recibieron con animados gritos. Al agradecer los vítores, Alfonso conversó con las jóvenes, quienes le dijeron que gritaban de alegría de verle, pero que igual habían gritado "cuando echamos del trono a la puta de tu madre", refiriéndose a la reina Isabel II de Borbón.
Nell Gwyn, amante del rey Carlos II de Inglaterra, en una ocasión abochornó a la plebe que gritaba creyendo que en la carroza iba una amante francesa del rey. Nell, quien era muy bella y buena actriz, se bajó de la carroza y regañó al populacho,"No jodan, no me abucheen que yo soy la puta protestante del rey!" La plebe estalló en sonoras carcajadas y dejaron pasar la carroza de Nell. Luis XV pasó tremenda vergüenza cuando Pedro I de Rusia visitó París.
Felipe de Orléans, su tío abuelo y regente para mientras crecía Luis XV, le llevó al gigantón zar y el ruso al ver el rey niño se enterneció tanto que lo alzó en brazos y lo cubrió de traviesos besos como si fuera cualquier otro chiquito. Luis XIV, bisabuelo de Luis XV, había sido un experto en abochornar gente, ya que recibía a sus ministros mientras comía, o mientras pujaba en una bacinilla colocada en una regia pata de gallina llamada Chaise perceé. Esta costumbre de dar audiencia mientras evacuaba el vientre llevó a que un cortesano italiano le comentara al Rey Sol sobre su maravilloso "c...o d´angelo."
Todo cepillo acaba pelón, y el legendario Conde Ferdinand Lesseps (constructor del Canal de Suez que fracasó al querer repetir la hazaña con el canal de Panamá) pasó gran rubor cuando se acercó a la odiosa Eugenia de Montijo-la burguesita española convertida en emperatriz de Francia por su boda con Napoleón III-y le dijo ,"Es usted la Isabel la Católica del mundo Moderno!" en la ceremonia de inauguración del Canal de Suez. La envanecida y cabecita hueca Eugenia lo apartó de un empujón, dedicándole solo una mirada de desprecio y asco. La servil Elena de Wittelsbach, hermana mayor de Sissi, se quedó como tonta con los brazos extendidos para recibir unas rosas rojas durante el baile imperial en el cual Francisco José I de Habsburgo anunció que se casaba, pero con la bella Sissi.
El hacer un buen ridículo no estuvo limitado a cabezas coronadas, y entre los presidentes gringos y próceres latinos hubo sus cuantos instantes risibles, como cuando Manuela Sáenz ayudó a su amante Bolívar a escaparse por una ventana cuando la gente lo quería linchar. Abraham Lincoln, tras ser electo por primera vez en 1860, tuvo que entrar por la puerta trasera de la Casa Blanca tras un agitado viaje de medianoche en un tren, dado que ya se juntaban los nubarrones del conflicto que sería la Guerra de Secesión de Estados Unidos y él era considerado non grato.
Teddy Roosevelt sintió verguenza cuando vio que sus serviles amigos le habían atado un oso cholenco a un árbol durante una cacería, y el presidente mandó al oso al zoo y esta anécdota sirvió para que el constructor del canal de Panamá prestara su nombre para los ositos de peluche. Otro Roosevelt, Franklin Delano, casi se muere de la verguenza cuando su adorado can Fala mordió en la nalga a un senador en la Casa Blanca, y Warren Gamaliel Harding años antes había palidecido del susto cuando su mujer Florence casi lo halla haciendo amores de conejo asustado con Nan Britton en el clóset del despacho Oval. Dwight Eisenhower como presidente también atrajo críticas cuando echó a las ardillas listadas de su curso de golf en la Casa Blanca, originando con su pleito con los roedores a la caricatura Elsania.
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