Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

domingo, 3 de enero de 2010

cuando ni la amnesia nos hace olvidar


LA LAGUNA EN MI OLVIDO (L´HISTOIRE DU SOLDAT)
Para Pachacuti y Vespasiano, mis emperadores gatunos fallecidos en diciembre 2005

La idea de que vos vivís en una laguna dentro de mi cabeza, en la yema azul zafiro de un huevo imaginario cuya clara es turquesa intensa, me vino una noche después de haber soñado que el Valle de Ticomo se había vuelto a llenar hasta colmarse de unas aguas perfumadas, intensamente azules. Recuerdo haber sentido un asomo húmedo de miedo durante el sueño en sí, como si yo iba por una especie de cornisa de tierra muy roja como la sangre del remordimiento, y desde ella atisbaba con miedo a caerme a un intensamente azur ojo de agua redondeado, inquieto, aguas que se movían como en sentido de las manecillas de un reloj preciso. Las aguas estaban vivas, sentían, susurraban algo.

No sé por qué asumí que era el Valle de Ticomo-el cual me explicó en una ocasión Jaime Incer Barquero que hace tantas lunas había contenido agua y ahora solo era un fértil hoyo granjero-pero algo, no me preguntés qué, me dijo que era el valle de Ticomo. Ya despierta, de alguna manera compaginé el ojo de agua impresionante de mi sueño con el Ticomo que me sirvió de fondo para mi penúltima sesión fotográfica con Franco Peñalba, y la inquietud se apoderó de mí. Visto desde un helicóptero bélico en mi sueño, el enorme valle repleto de aguas no era solamente una inmensa alberca natural, sino el ojo único de algún dios extraviado, un ojo entre esmeralda y turquesa que se movía viendo angustiado a un cielo furioso.

Ahora viene la pregunta tuya, quizás espetada con exasperación desde tu enorme escritorio de caoba -perfecto talismán del depredador para un ecologista- y te recomiendo no tardés en soltarla:-Y qué tiene todo esto que ver conmigo si tengo siglos de no saber nada de ella?
Pues esto tiene todo y nada que ver. Ni siquiera con tus ojos, pues a veces ni siquiera se notan que son verdes, y me hacen pensar que te hubiera convenido más el haber nacido mujer pues de serlo, hubieras gastado fortunas en rimmel y sombras (de marca notable, porque cuando tenemos el ego frágil nada nos reafirma más que poder vanagloriarnos de Levi´s o Benetton o Lancome) para destacarlos y garantizarte en un 300 por ciento que todos los notáramos a un kilómetro de distancia.

Pero si hubieras nacido mujer, Oberon Selim, yo no te estuviera escribiendo este cuento absurdo. Algún siquiatra extraviado me diría que ese sueño fue un reclamo de mis sentidos a los cuales fallaste estruendosamente hace 21 años, un reproche de mi memoria porque en ella vivís pero no te recuerdo a diario, una amonestación de la conciencia que no debo tener. Por eso tomé el sueño como el eco de una premonición, y busqué montones de lagunas en Internet (donde también busqué referencias tuyas y solo una borrosa hallé pero mi ego se relamió viendo que en Google o Yahoo me dedican hasta 7 páginas a mí). Fijáte que hasta pedí unas postales de los baños de Pammukkale allá en Turquía para ver si había alguna coincidencia macabra, pero todo acabó con una visita a Ticomo y el desengavetamiento de las fotos que me tomó mi adorado Franco, el mejor fotógrafo de Nicaragua.

Si he tenido la osadía de revelar que sí existís en mi gigantesco disco duro viviente, qué hago ahora? Me regreso a Asese en el Cocibolca, donde inicialmente ibas con Josías tu alumno de ojos azules, cuando eras un sencillo maestro de gramática que soñaba con ser un segundo Rubén Darío o una versión pinolera de Guillermo de Aquitania? Te acordás que en aquel carro viejo índigo que parecía estufa rodante me llevaste a Asese una tarde de sábado y no tuve mejor tino que subirme arriba de unos viejos cañones españoles? Pero no quiero regresar a Asese, porque para mí ese puerto me trae no solo la música del adagietto de la 8va sinfonía de Gustavo Mahler, tan judío como yo, sino el olor a desodorante barato que Carlos Benjamín Castro Moraga me untó en el interior de mi recién reconstruida muñeca derecha para que no olvidara de mi promesa de enseñarle a hablar francés después de bajarme del yate Gustavo Orozco un atardecer de marzo del 1986. Por eso no regreso con vos a Asese, cuando miraste directo al sol rojizo que se despedía y mencionaste que algún día alguien iba a preguntarme si algunos de los poemas publicados por Oberon Selim Morazán Ortega eran dedicados a mí. He ahí el detalle, nunca publicaste nada, y ya entrás en la cincuentena sin una página a tu nombre porque este cuento que estoy redactando lo hago yo, yo, solamente yo de mi pluma fértil aunque vos seás el protagonista infeliz y frustrado y posiblemente alarmado por el qué dirán.

Qué disparate, dirás, una modelito endiosada a la que le sonrió la suerte, fue un puro ramalazo de suerte porque para vos-protomacho vos, Family Man sin ser tan trompudo como Nicolas Cage, y que tenés sueños eróticos con George S.Patton- todas las maniquíes somos huecas de la sesera y más putas que las gallinas.Cristo bañado en oro-porque ya no sos ateo-dirás, y ahora se atreve a mencionar tantas cosas que debieron haber quedado silentes, en la bolsa transparente de una laguna de olvido. Utiliza una inundación imaginaria del Valle de Ticomo, deja caer unos nombres prominentes y así se las arregla para sacarse la rabia de que confundí su traducción de poemas de Chrétien de Troyes y le dije, burro grosero de mí, que mantuviera sus pinitos amorosos lejos de la sospecha de cualquier cosa. Te estoy leyendo la mente, verdad? Tuve siempre ese arte, porque no te amaba con la locura inútil de Josías, quien lloró al graduarse del colegio de internos donde dabas clase, y vos le dijiste que “cada vez que tú lloras lo siento yo en el alma” sin decirle que ese verso no era tuyo, granuja zángano que ni siquiera hablás de tú, sino del inefable Salomón de la Selva? No, ni me agradabas, pero no quiero ser grosera-aunque de hecho sí sos granuja y por eso rodaste tan alto, a como dice el incomparable negro Guillén de Cuba- pero leo tu pensamiento, saboreo tu miedo como el Rottweiler que me quitaron, quien sabía hasta cuándo andaba yo con la menstruación y en esos días era más dócil conmigo...Fue por eso que todo salió mal, la visita a Diriamba durante la fiesta de San Sebastián cuando mi enorme traje blanco casi se ve manchado por mi regla adelantada-hasta mis feromonas te rechazaban! No ayudó tampoco mi observación de que los arbustos a la entrada de la humilde casa de tus padres en la colonia Centroamérica estaban resecos por falta de riego y cuido, la expresión de que una vez contentas las hormonas te sentías realizado (no cabía mejor la palabra enamorado, o ya le pertenecía a Josías, no lo dudo?), tu carcajada involuntariamente sádica al saber que me habían disparado en combate y que posiblemente quedaría desfigurada? Estaban amargas las leche burras donde Prío, o salió una lágrima magenta de un ojo de la estatua de Máximo Jerez, o es que León se volvió frío, y luego el crepúsculo en Puerto Cabezas de súbito se hizo translúcido como una perla martajada en leche?
El mundo es enano, Oberon Selim, preguntáselo a los hijos de Josías, quien ya tiene gemelos con el mismo color turquesa en los ojos como él, y por pura casualidad mientras reñíamos mi esposo y yo en el buró de atención-o atropello-al cliente sobre una factura alterada de energía, el duende detector de fantasmas que vive en mi averiada 4ta. Vértebra lumbar se despertó de su letargo y me dijo que mirara hacia allá, donde un hombre pálido de sonrisa triste y ojos luminosos me seguía con la vista. Josías, 21 años después de conocerlo a través tuyo, me tomó de las manos y me estampó dos besos en la mejilla, a usanza francesa. Josías, con el mismo anillo de oro de 12 quilates que le regalaste cuando se bachilleró, y el mismo aroma de tierna soledad en los sobacos. Pipe, andás el anillo siempre, le dije como si fuera cómplice de un complot y con un rubor encantador para un hombre casi cuarentón me confesó que ni el anillo ni Oberon Selim le salían, uno del dedo y el otro de la nostalgia. Tuve ganas de preguntarle, corazón, pero qué le viste si nunca sirvió para mucho? Pero me detuve, porque el amor es ciego aunque tenga ojos de agua o de horizonte prometido. Sería capaz de quitarme la vida en público por él aunque no me lo pidiera, me dijo Josías, y le pregunté si sería algo aparatoso como la muerte de Yukio Mishima con su amante Masakatsu Morita en 1970 a la hora de almuerzo un 25 de noviembre en Tokio. Al instante vislumbré la cama estrecha del internado en Granada, el olor a calcetines sucios y a sudor fresco, el libro de Rubén Darío que leían antes de desbaratar fronteras y las miradas entre tus ojos entreverdes y los de él de un azul tan radiante que parecían zafiros una vez que vos te ibas de vuelta para tu habitación y él se quedaba feliz pero solo borrando las huellas del encuentro furtivo. Ese hombre tiene cara de lontananza, me dijo mi marido cuando salimos con el problema resuelto casi de milagro.
Yo me pregunté si todos los problemas se resolvían.
Quizás casi todos los aprietos se aflojaban, ya que mi entrada a la cuarentena me había traído patas de gallo, tres canas, una rebanada dulce de diabetes y el adiós a los comerciales de prensa escrita, pero la vida me había compensado con el éxito literario y el haber alcanzado un status similar al del Castillo de la Inmaculada Concepción, aunque por supuesto menos mohosa, a nivel internacional. Una matriarca de mi posición podía darse el lujo de disfrazar disparatados rencores, pastorearlos con elegancia y tener casi garantizada su publicación.
Fue cuando unas semanas después soñé con la inundación del Valle de Ticomo.

Yo hubiera querido resolver mi fijación con las lagunas con algo epistolario, como el recurso magistral de Pierre Choderlos de Laclos en Las Relaciones Peligrosas. Quizás en la cuarentena eso aún no esté a mi alcance. Quiero madurar bien como el buen vino, o sea el vino francés, porque los otros son vinagres. Mirá cuánto guevo le hiciste para querer ser poeta, y solo una hernia de frustración pudiste producir, dándote cuenta que la métrica y el ritmo, la rima y el alejandrino no se transmiten en la cama como el SIDA o el herpes? A tus cincuenta y pico que negás después de que te hicieron una ritidectomía que te dejó estirados los ojos como de koreano, seguís siendo vinagre, Oberon Selim? O seguís siendo el intoxicante Sabra israelí para los sentidos de Josías, quien dice que una vez quiso verte y le cerraron el paso? No quiero agobiarte con preguntas, ni que me tengás miedo. La que ahora tiene miedo soy yo.
Josías hace poco murió de un infarto súbito, y dicen sus hijos que al caer al piso en las garras del dolor te llamó. Apesadumbrada, quise ir a conocer el Valle de Ticomo, y me fui con un discípulo de confianza a recorrerlo, y no había trazos de la inundación que soñé, nada de la humedad refrescante de un embriagador ojo de agua. Las lagunas estaban solo en mi mente, y en esas aguas de olvido vivís aún vos. Todo hubiera quedado así sin más si no hubiera sido que cuando nos detuvimos a cambiar una llanta ponchada del jeep, a la polvosa orilla del camino, estaba tu cédula de identidad, con un hoyito en la esquina, enganchada en un llavero con una piedra redonda, como un ojo-guijarro del mismo color del agua de mis sueños. Al voltear el llavero, tenía sangre fresca. Lo solté como si hubiera tomado la cola del diablo que me consta que no existe. Mi pupilo la tomó en sus manos al ver que yo sudaba copiosamente, como tapa de olla de nacatamales.
No pude tocar nuevamente tu documento ni el llavero. Era como que el destino me lanzaba una carnada, y no iba a morderla. Ni hecha cucaracha buscaría cómo verte, y eso que no creo en dioses a los cuales temer, ni kismet de los árabes ni el ridículo sentido de karma del que chischilean algunos fanáticos mientras se ponen cobijas azafranes y aunque dicen que su dios es de amor llaman comeperros a los que no son de su secta. A como decía Ho Chi Mihn, yo creo que ya tengo el derecho de vivir en paz bien conquistado.

Si deseás recuperar tu documento y tu llavero, es con mi pupilo. Yo solo te mandaré un correo electrónico con el teléfono de mi alumno para que busqués lo que perdiste. Pero no reclamés nada más ni le hagás preguntas. Recordá que vivís en una laguna de mi olvido y este relato es para realizarme un exorcismo liviano, y que el Valle de Ticomo en realidad no se inunde, ni siquiera con tus ojos ni con la sangre de todos aquellos a los que nos has hecho –o intentado hacer-tanto daño.


24 de diciembre de 2005

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