Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

domingo, 10 de enero de 2010

el parto de un pais


LOS GRANDES UNIFICADORES, FORJADORES Y CREADORES DE
NACIONES

“El parto es carambada, tres pujos y la cagaste al muchacho... es la crianza y mantenerle alma y cuerpo junto al hijo lo que más cuesta” dijo una vez mi madre Juana Hernández de Levallois en su salada lengua vernácula, y fue a ella a quien le tocó aguantar la terrible pólvora de criar y forjar a un demonio como yo. Las sabias palabras de esta hermosísima chef nica pueden aplicarse maravillosamente a aquellos hombres y mujeres a quienes les tocó la ardua tarea de unificar, crear y juntar almas, territorio, condiciones y etnias para armar una nación. A lo largo de la historia, un puñado de personas amaron con una pasión tan desmedida a sus patrias que hicieron de todo para mantener alma y cuerpo vivo de sus terruños.
Ha habido personajes unificadores cuya importancia es tan innegable que hasta han tomado en serio la tarea de forjar físicamente las estructuras de sus países. El emperador Quin Shihuang de la China no dudó en unir los trozos de murallas que datan desde la antigüedad para formar la Gran Muralla China y proteger físicamente al reino de las invasiones bárbaras. Este emperador unificador de la China dejó tras de sí el monumento unificador más grande de la historia y la única edificación que puede ser vista desde la Luna.
La Edad Media vio surgir en Francia a un fornido, chele y brillante espurio quien había nacido antes que su papi Pipino El Breve se casara con la libidinosa Berta La Patuda, hija del conde Cariberto: Carlomagno. Este soberbio rey medieval, quien se vio coronado como el primer Sacro Emperador Romano en la Navidad del año 800 de la era cristiana por el agradecido papa de turno a quien había defendido, sería el hombre quien unificaría las Galias para formar el primer embrión válido de la Francia de hoy. Carlomagno se ganó el sobriquet de magno debido a los notables progresos que hizo como rey, imponiendo educación, impuestos justos y hasta anexando territorios a su reino.
Leonor de Arborea fue una hermosa y aguerrida reina de Cerdeña, nacida en 1347, quien supo juntar a sus ciudadanos para luchar contra las huestes invasoras de los aragoneses en el siglo XIV de la Edad Media. La ilustrada soberana, as quien no le fue muy bien en sus lides amorosas, probó ser una unificadora de armas tomar, quien incluso redactó un código de leyes-la famosa Carta di Logu- que se anticipó por siglos a su tiempo.
Hijo de un sultán y una sirvienta, Mehmet II el Conquistador es muy santo de la devoción de los turcos aunque haya sido el amante demoníaco de Radu el Guapo de Valaquia, a quien pervirtió desde chiquito. Mehmet II al deschincacar el fofo y casi putrefacto Bizancio en 1453 agregó un goloso trozo de territorio al imperio otomano, luego promulgó leyes que abarcaban hasta el real fratricidio para consolidar la sucesión, y fue un hombre cuya geofagia le permitióp agregar incontables territorios al imperio que forjó a mano de hierro.
Finalizando la Edad Media, en el siglo XV España se vio fuertemente unificada por una rubia princesa llamada Isabel de Castilla y un adusto príncipe llamado Fernando de Aragón cuando huyeron para casarse a escondidas un frío día de octubre. Como los Reyes Católicos de España, se dieron a la tarea de correr a judíos y moros para amarrar el lazo de la unificación de buena parte de la península ibérica, y aunque muchos les condenan por haber implantado la Inquisición con el sanguinario Torquemada y sus artefactos torturadores, es innegable que España a como la conocemos hoy en día nace gracias a los esfuerzos de estos “cristianísimos soberanos” como nación.
Los nipones tuvieron la inmensa suerte de contar con tres unificadores exactamente a como les hubiera recetado el doctor de la historia: Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y finalmente el férreo Ieyasu Tokugawa. Oda fue el primero en hacer los esfuerzos para juntar a los daimyos o nobles nipones que administraban militarmente algunas provincias y echarlos a trabajar en pos de un Japón unificado. Gran estratega militar, este primer intento de unificación no solo costó muchas batallas, sino también la vida de Oda, a quien lo quemó otro general mientras el hombre estaba orando en un templo, quedando santuario y Oda reducidos a cenizas. Al morir tan violentamente Oda, su mejor amigo Toyotomi Hideyoshi pasó a tomar las riendas del país mientras el pusilánime emperador languidecía en sus lujos, siendo solo lo suficientemente dañino como para negarle el título de shogún a Hideyoshi solo porque era de cuna campesina y no de cuna de seda. Tras morirse en su lecho Hideyoshi-a quien llamaban Cara de Mono- en 1598 lo hizo confiando que su mejor amigo Ieyasu Tokugawa iba a cuidarle el trono a su hijo, pero una vez finado Hideyoshi, Ieyasu hizo a un lado al hijo de Cara de Mono y se fue con el chisme al emperador que él sí descendía del lujoso y azulejo clan Minamoto para poderse ceñir el mando de shogún. De esta forma Ieyasu-gran guerrero, hábil político, administrador feroz y amante perdido de los gatos- creó el célebre linaje de los shogunes Tokugawa y amarró con cadenas de hierro la unidad del Imperio del Sol Naciente. Más o menos por esos entonces el barbudo y cruel Iván IV, posteriormente a ser llamado el Terrible o El Grozny, fue el primer monarca ruso en hacerse llamar zar, y aunque hoy lo recordemos mayormente como un monstruo seudorreligioso y depravado, tenemos que rendirle el charro que unificó a Rusia y hasta le agregó montones de kilómetros en territorios gracias a sus sanguinolentas campañas de conquista. No en balde lo adoraría en el siglo XX ese controversial y despiadado industrializador de la Rusia moderna que fue el feo José Stalin!
Los hawaianos-cuya soberanía fue víctima del más asqueroso estupro intervensionista por parte de los EUU en el siglo XIX cuando derrocaron a la última reina Lilino-recuerdan con apasionada ternura a su rey unificador, Kamehameha I, quien en el siglo XVIII se dio a la tarea de fabricar un reino con las islas de este precioso archipiélago. Kamehameha I, un robustísimo y alegrísimo monarca de sensualidad alborotada, fue apoyado incondicionalmente por su sexy esposa favorita Kaahumanu, en esta ardua labor. Los zulúes hasta la vez recuerdan con gran sonrisa a su gran unificador, el monarca guerrero Shaka. Este fabuloso y guapísimo negro superdotado(porque era buen rey, gran poeta, tremendo bailarín, veterinario amateur y hasta compositor) supo lograr que distintas tribus dejaran a un lado rencillas tontas para formar una de las maquinarias de guerra más increíbles que brotaran en Africa en el siglo XIX. Lástima que en un momento de excesiva confianza bajara la guardia y se dejara asesinar por un hermanastro, dictando así una lección para que todos aprendamos bien.
Antes que Shaka forjara su reino un sensual político estadounidense fue el que le brindó a su país la adquisición de territorio más grande de su historia: Thomas Jefferson. Este redactor de la constitución gringa aprovechó que Napoleón Bonaparte estaba dispuesto hasta a empeñar las bragas y joyas de su Josefina para convertirse en el agente de bienes raíces más exitoso de todos los tiempos: le compró a precio de guate mojado la Luisiana al general-enano corso, y producto de esta astuta geofagia Estados Unidos en 1803 creció hasta el doble del territorio que la Yunáit entonces tenía. En Africa, el precioso protomacho negro que fue el emperador Menelik II de Etiopía hasta la vez tiene un fan club poderoso. Este hermoso estadista, guerrero y promotor de las artes sacó nalgueados a los imperialistas italianos en la Batalla de Adwa y procedió a forjar la Etiopía que hoy concemos con su glorioso pasado. Para entonces Italia había sido rediseñada por los ardientes patriotas José Garibaldi y el Conde Camilo Cavour después de haber pasado siglos siendo una ensalada de reyezuelos pleitistos. Y no podemos cerrar este tributo a los grandes unificadores sin mencionar en el siglo XX a dos bellísimos unificadores que brotaron en torno al Mediterráneo: Mustafá Kemal Ataturk, a quien le tocó pepenar los trozos lastimados del Imperio Otomano tras la I Guerra Mundial para formar la Turquía moderna al convertirse en el dictador más beneficioso de todos los tiempos; y el multifacético, fascinante y mujeriego Josip Broz Tito, quien logró juntar tantas etnias y religiones bajo su puño de hierro con guante de seda para confeccionar lo que fue Yugoslavia, país que perduró hasta poco después de la muerte de Tito en mayo de 1980.

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