Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

domingo, 10 de enero de 2010

ineludible


PREDESTINADOS
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"Queréis olvidar un amor? Poseed al ser amado."
Margarita, reina de Francia, esposa de Enrique IV de Navarra.
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Margot siente que el peso de la cama debajo de su cuerpo es demasiado, es como si tuviera armazón y colchón encima y no abajo. Es una sensación de cansancio incompatible con sus dieciocho años pero siente una fatiga que se le acumula en las nalgas y la pelvis. Se levanta y sin tomarse la molestia de mojarse en la ducha, cubre su desnudez con unos pantaloncitos negros de lycra y busca una camiseta a medio ensuciar. Se calza unos viejos Adidas y sale por el portón trasero de la enorme mansión. Quizás una correlina le quite la sensación de letargo doloroso que tuvo su comienzo desde que permitió que el chofer de su padre le propasara con ella. Humberto se llamaba aquel joven analfabeta y de ojos grises, y después de dos sesiones de sexo en horas en que ella debió haber estado de compras por Masaya, él había dicho algo que la angustió mucho.
"No es falta de ganas niña Margot, es que usté tiene algo muerto en el fondo de los ojos y me da frío después que hacemos la cochinadita sabrosa" había dicho Humberto con su acentito segoviano una tarde en que le comunicó a su patrona que no iba a seguir trabajando. Margot se había sentido decepcionada y las siguientes semanas las pasó fuera de color, rindiendo poco en el colegio y comiendo aún menos."Como cúcala desarbolada" hubiera dicho el guapo Humberto. Será que no me meneé lo suficiente, se preguntó Margot y al día siguiente salió disparada al Book Shop de la Lupe Paz para encargarle que le trajera libros como THE JOY OF SEX, el KAMASUTRA, el ANANGA RANGA chino y EL INFORME HITE.
Le había pillado la tarjeta de crédito a su madre, pero Kata ni se había percatado de ello. Kata Marenco vivía solo para sus tardes de bridge, sus cartas del Tarot y las cartas astrológicas que le hacía Mikel, quien desde que era su astrólogo de cabecera estaba gordo y rosado. Kata Marenco tenía fe ciega en Mikel desde que éste había predicho la muerte súbita de Enrique, el padre de Margot. Kata estaba tan involucrada en cosas oscuras de ciencias ocultas que ni se daba cuenta que su hija menor había comenzado una vida de agitación sexual mucho antes de que la menstruación le aportara senos y caderas abultadas para hacerla más atractiva.
Margot a veces se preguntaba si el interés de su madre residía solamente en los augurios y poderes extrasensoriales de Mikel. Cuando su padre Enrique aún vivía, no habían faltado chismosos que dijeran que Kata Marenco se había desquitado de su infiel marido poniéndole los cachos con el barbudo y robusto astrólogo. Para entonces ya era público que Enrique consentía horrores a Diana Picado, su amante.
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Kata Marenco le había solicitado a Enrique que por una vez se dejara de fanfarronadas de supermagnate a-lo-Howard Hughes y que escuchara lo que tenía que decir Mikel, pero Diana le había dicho a Kata que se dejara de supercherías y que mejor admitiera que lo que quería era la atención de Enrique para proponerle un retozón. "Si querés te lo presto por una noche" había dicho la desvergonzada Diana a Kata Marenco, quien lo único que había intentado era convencer a Enrique de que lo que Mikel predecía podría cumplirse.
Fue para las fiestas agostinas que la predicción de Mikeltuvo oportunidad de cumplirse. Esa mañana Enrique se había ataviado de negro y escogiendo al mejor corcel de su cuadra de caballos, seleccionó a un garañón malencarado. Fue precisamente esa tarde cuando bebió más de la cuenta y dejando atrás el jolgorio hípico, se fue a meter a la miasma de gente que venía bailando y emborrachándose en un derroche de desorden pagano. Rafael, un amigo suyo, había salido corriendo a lomos de su propio corcel a buscar a Enrique, y cuando lo alcanzó en las inmediaciones del Gancho de Camino, ya la muerte venía bailando en pos del magnate en forma de una mujer ataviada de vaquita.
El bailoteo de unas voluminosas nalgas recubiertas de tela floreada y con adorno de cachos puntudos fueron lo último que percibió Enrique antes de chocar con el corcel de Rafael y caer estrepitosamente. Uno de los cachos del disfraz de vaquita le penetró en el ojo izquierdo, llegando velozmente hasta la masa encefálica en un estallido de dolor y sangre. Enrique cayó al lado de una alcantarilla, escapando por poco de irse en el manjol destapado. Cuando Kata Marenco y Mikel llegaron a su lado en medio del tumulto, ya Enrique no respiraba, y el flujo de sangre se había detenido. No había más que hacer. De esa forma Kata Marenco había quedado viuda desde muy joven y con una enorme prole que terminar de criar. No era entonces de extrañarse que Kata Marenco no hubiera hecho una labor formidable, y que por ende Margot, la cumiche casi olvidada, se hubiera dedicado a extraviarse por los vericuetos de la imaginación y la lujuria desde muy chiquita.
Margot regresó a casa después de correr casi 6 cuadras por el barrio exclusivo donde vivía. El corazón le latía desbocado y se soltó la cola de seda fruncida que llevaba en sus cabellos castaño-rojizos. No era la forma más atractiva de hacer ejercicio. Era más interesante yogar, a como decía el personaje lujurioso de Vadinho en la novela DOÑA FLOR Y SUS DOS MARIDOS del brasileño Jorge Amado. Margot había adquirido la novela por el equivalente de dos dólares en un puesto de libros del Mercado Oriental donde atendía un viejo amable que le decían El Abuelo.
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Si su padre hubiera estado vivo no la hubiera dejado leer ese libro, y no por el alto contenido erótico sino porque Amado era un autor de izquierda y si algo odiaba Enrique era todo aquello que hueliera a comunismo y proletariado.Los hermanos de su padre y algunos de los de Margot actualmente estaban en lo que los sandinistas llamaban "la contra", tildándolos de mercenarios y otras cosas horribles. Margot odiaba la política, ya fuese de izquierda o de derecha. A ella le importaba un bledo qué sucediera con el gobierno mientras ella no se viera involucrada. Lo que le importaba era que hubiesen suficientes libros, trapos bonitos que ponerse y bastantes hombres atractivos con los cuales perder el sentido y yogar, hacer el ejercicio más saludable del mundo que era el amor. Comprendía por qué su padre había perdido el seso con Diana Picado, se miraba que la mujercita era perra a la sábana, a como hubiera dicho Humberto.
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Margot se dio una ducha y se vistió para ir a la universidad. Su madre consideraba que era una estupidez el haber rechazado una beca para estudiar en Radcliffe, pero Margot nunca había sido viajera empedernida. En Francia una vez había hecho pasar verguenza a Enrique pidiendo un nacatamal cuando éste llevó a su enorme familia a comer al Maxim's. Para entonces ya Margot tenía 4 años de edad y sabía que la nostalgia era algo mordelón y necio que se te anidaba cuando no estabas en Managua. "Parece india la jodida," había dicho riéndose Enrique, y le sugirió entonces que si no quería pato prensado que pidiera otra cosa, pero que ni de las catacumbas de París era posible que saliera caminando un nacatamal. Se sirvió un enorme vaso de jugo de naranja como desayuno y tras haber terminado, salió disparada. No tenía caso llegar tarde, quería ver a los dos nuevos profesores que sus amigas de tercer año de la carrera describían como "monumentos machos para embadurnar en mantequilla y comérselos vivos".
Henrik Barberena- Navarro miró de reojo su reloj de pulsera y ahogó un bostezo sin abrir la boca. Eran casi las 7 de la noche. Huy la noche estaba entera. Iban apenas por dos de los camaradas en la sesión de crítica y autocrítica. Tenía que hurgarse para encontrarse sus puntos débiles. Diablos, no se veía defectos.
Tenía Trayectoria. Había sido del CUUN. Había Sufrido.(Porque querías, le susurraba una vocecita malévola y con timbre de duendes, como uno se imaginaba a los cipitíos salvadoreños, porque en tu casa tenías todo, cajeta cuchillo y guaro y zacate para la mula, pero ya te tenía rojo lo blanco del ojo toda esa fundidumbre de marihuana pura pelirrouge que aprendiste a fumar en el Camino de Oriente a la salida del Bolerama).
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Había Escogido Luchar Con El Pueblo Para Derrocar a la Dictadura y ahora era de la Nomenklatura en que se definía que el Jefe no Haraganeaba, se Ganaba su Deskanso, Kamarada, y que el Jefe no se hartaba sino que se Alimentaba, y que el Jefe no hacía tertulia sino que Mejoraba las Relaciones Sociales En Pro del Pueblo. Trató de no sonreír cuando recordaba un chiste cruel que le habían contado sobre el gobierno como papi, la justicia como mami, la sirvienta como la clase oprimida, y el bebé como el pueblo, llegando a la conclusión de que el Gobierno estaba estrujando los senos de la clase trabajadora oprimida, mientras la justicia dormía a ronquidos y el pueblo nadaba en su propia mierda. Alguna risita debió haber soltado Henrik para que los camaradas de la reunión del comité de base lo miraran con los ojos como platos, como si hubiera hecho algo horriblemente reprobable. Carajo, iba siendo condenable reírse solo en Nicaragua. Solo los burgueses se ríen solos de sus maldades hacia el pueblo, había dicho en un discurso un hombre fuerte que años después pasó a ser dueño de 3 lotes de carros usados bajo pantalla de un pelirrojo panzudo pero que era un secreto a voces que los autos eran robados de Guatemala, México y Costa Rica.
-Compañero, le toca el turno a usted-le dijo a Henrik Barberena Navarro una mujer con anteojos más gruesos que culo de botella de champán barato.
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Henrik se salió de su ensimismamiento con un sobresalto al percatarse que las pupilas de la flaca mujer se veían a través del vidrio de sus gafas como un pez gordo y aburrido nadando flatulentamente en una pecera que precisaba limpieza. Antes de abrir la boca pasó por la mente de Henrik la interrogante de si los peces padecían de gases estomacales y si al poderse tirar pedos esto afectaría su velocidad de nado.
-Camarada, está usted perdido hoy- le dijo con sorna otro de los miembros del comité de base.
-Dispensen, compañeros-dijo Henrik Barberena Navarro antes de comenzar lo que él consideró que era una sarta de autoinfundios para satisfacer la sed de crítica que se padecía en esos años ochenta en Nicaragua. Hasta propuso quitarse el nombre para latinizarlo como Enrique, no sin antes mencionar que su madre había sido fiel lectora del gran dramaturgo noruego Henrik Ibsen y que por eso tenía tan exótico nombre, no porque le gustaran cosas alienantes ni fuera transculturización ni qué ocho cuartos de extranjerismo. Los miembros del comité de base se miraron entre sí extrañados hasta que uno de ellos afirmó que Henrik Ibsen era tranquilo-quizás confundiendo al dramaturgo noruego con uno de los miles de cheles hediondos patas lodosas internacionalistas que
habían caído como horda de moscas sobre el queque que era Nicaragua después de 1979.
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La sesión terminó faltando poco antes de las diez de la noche. A esa hora, con el estómago llorándole de hambre, Henrik Barberena Navarro se fue a su casa a bordo del Lada rojo que le habían asignado como comandante que era. Al llegar a la casa en Las Colinas sintió una sensación de soledad. Hubiera detenido por un momento a la capitán Tardencilla. Lo hubiera acompañado. Era una flaca consecuente a pesar de que con los anteojos puestos parecía prima hermana de lo que se imaginaba él que era el legendario Monstruo de la Laguna de Tiscapa, figura que le acompañaba desde su niñez silenciosa y llena de criados que le decían el señorito Kike.
Esa era una de las ventajas de la Revolución: abajo la virginidad, viva la revolución hasta en la cama. El matrimonio era passeé, una cochinada más de los burgueses, un título de propiedad como este carro es mío o este florero me pertenece. Ahora eran compas, mi compa va o viene, racatapunchín-chín el compa sube, echa su polvorete, racatapun-chín-chín y se sacude en cualquier lado, en el despacho del jefe, o en las radios el controlista con la locutora, viva la libertad sexual, igualdad de sexos, cero boda. Nunca hubo más enchufes en Nicaragua y cero apagones que cuando el tendido eléctrico estaba en plena Revolución.
Margot todavía estaba bajo la influencia hipnótica de Henry Guido cuando comenzó a modelar en los certámenes de dise`no que organizaba lo que entonces se conocía como la ASTC, ASociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura. Para entonces diseñadores nicaraguenses como Federico López y Damaris Núñez hacían casi magia tiñendo, frunciendo y refaccionando la manta nacional, y aunque las modelos eran vistas supuestamente como objetos sexuales, casi prostitutas bajo otro nombre, las cosas iban cambiando poco a poco. Lo curioso era que muchos de los mismos dirigentes que afirmaban que la mujer no debía ser tratada como objeto se pegaban tres caídas por salir con una de las maniquíes. Adornos. Henry Guido se reía en grande de los dobles standards.
Cada régimen los tiene, mi muchachita, le decía Henry Guido, mientras ella se preguntaba por qué el nombre de Enrique en todas sus versiones tenía que ser tan importante para ella en su vida afectiva. Había amado con locura a su padre, pero éste había desaparecido de su vida cuando ella todavía no se percataba de su importancia. Henry Guido procedía de una rica familia y adoptaba un aire de rebelde sin causa que le sentaba muy bien, sobre todo después de haber sabido capear en cuatro ocasiones la llamada tenebrosa del servicio militar obligatorio. Los dolaritos, tan vilipendiados oficialmente pero codiciados como siempre, habían logrado que el joven se escapara de ir a parar como carne de cañón a la montaña. Cero Mulukukú para Henry Guido, aunque su padre-por más ricachón que fuera- en una ocasión murmuró algo como que mantener a su primogénito fuera de peligro era como llenar un pozo sin fondo. Desde entonces, cuando Margot y Henry Guido se pasaban de cervezas cantaban a grito partido el éxito de la brasileña Denise de Kalafe "eres un Pozo sin Fondo, imposiiiiiibleee de llenaaaaaaaar!"

Un día en que hubo mucha lluvia, Margot lució más hermosa que nunca con atrevidos trajes en un desfile de modas. Quiso la casualidad que en ese evento estuviera presente Henrik Barberena-Navarro acompañando a una hermana suya que no por ser capitán del ejército tuviera poca inclinación por los divinos trapos. Un chorrito de adrenalina se virtió en la sangre del comandante sandinista al ver a la muchacha. Sylvia, su hermana, pareció tener olfato para detectar el interés que Margot incitara en Henrik. "Contras hasta la pared de enfrente todos sus hermanos, el mayor de ellos es casi sombra de Adolfo Calero Portocarrero," le había siseado Sylvia a Henrik.
El ansia de adquisición que se desata en un connoisseur de arte al ver una obra maestra o la sed de compras que padecen las mujeres solitarias se manifestó en Henrik. Era absurdo, pero Margot era la mujer que andaba buscando. No le conocía la voz aún, ni sabía de sus costumbres, pero le daba la sensación de que estaban predestinados. Una vez que hubo terminado el fashion show, la hermana de Henrik se fue a reservar sus prendas de vestir y él quiso reservar un cachito de espacio en la vida de Margot, pero solo atinó a verla salir en shorts y sandalias del brazo de un joven rubio y fornido. Indagó con las otras modelos quién era el muchacho, y era curioso cómo un uniforme verde olivo y el tono de mando hacía maravillas entre las hembras de la especie.
Henri Guido. Seguramente de aquellos Guido que muchos se preguntaban por qué capeaban servicio militar y no les habían confiscado más que una fábrica. El chavalo obviamente aún estaba en edad de andar de sombrerito y con la mochila al hombro. La hija menor de la loca Kata Marenco, le había dicho una de las modelos. Cómoda, una burguesita, chica con tarjeta de la diplotienda, mi comandante. Y más puta que las gallinas, porque ese chele no es novio, o tal vez no-vio-el hoyo que le habían hecho. Marinovios, mi comandante.
Pasó buen rato pensando en cómo abordar a Margot. Henrik había conseguido la dirección de la muchacha, sorprendiéndose al descubrir que eran casi vecinos. Ya sabía lo que se decía de la madre de la muchacha y del astrólogo Mikel, quien estaba fichado en los archivos de la DGSE como un loco poco peligroso, oportunista a morir y gigoló de viudas. Pero varias cosas se interpusieron ante la decisión de abordar a la muchacha, entre ellas la maxidevaluación que se diera a inicios del 88 y para la cual fue necesario obrar con una conspiratividad y celo pocas veces vistos en la historia de Nicaragua. Mucha gente perdió cantidades gordas y muchos nunca volvieron a creer en el ahorro.
Margot se aburrió de Henry Guido y pasó a buscar otros intereses. Quedó semifinalista en uno de los nuevos certámenes de belleza que se hacían en La Piñata, y le importó muy poco no haberse ceñido el cetro. Era solo cuestión de matar el tiempo entre las expediciones amorosas a los nuevos moteles con machos de estreno. algunos de los cuales no le duraron más de una noche porque al día siguiente de alguna forma se iban hacia la muerte segura en la montaña. Las horas muertas después de la universidad las llenaba de bestséllers, a pesar que todavía eran tan escasos en Nicaragua como para pensar que se trataba de contrabando.
Dos de sus hermanos regresaron de Honduras y andaban alborotadísimos con el asunto de las elecciones. Cuando 1989 despuntó como el año de la contienda, le sorprendió que Kata Marenco optara por aceptar la candidatura presidencial del partido en el cual había militado su esposo mientras vivió. Quizás las lágrimas-aunque provocadas con cebolla- de una viuda surtieran similar efecto como cuando Sirimavo Bandaranaike ganara las elecciones en Sri Lanka. Eso solo confirma que mi mama está loca de atar, pensó Margot mientras se preguntaba cuánto tardaría en tener que involucrarse en la campaña de su progenitora. Lo que nunca sospechó es que tanto slogan de reconciliación y pacificación fuera a acabar con su libertad ilimitada. Una tarde tras haber ido a explorar las posibilidades eróticas de Xiloá, se encontró en su casa algo inesperado: su madre sentada en el mullido sofá con un hombre joven que le resultaba familiar. Trató de ubicar el rostro y no daba con su procedencia.
-Margot, vení sentáte mamita-le dijo Kata Marenco.
Margot puso los libros en una mesita. -El es Henrik Barberena Navarro, es el comandante que ha estado en todos tus desfiles de modas y quiere hablar algo serio con vos.
Margot percibió un hálito a hielo en su espinazo. Su mente se separó de su presencia física mientras se enteraba que ya todo estaba decidido, que solo le estaban comunicando y no consultando una decisión. Reconciliación, fin de guerra fraticida, fecha de boda...trozos de frases y fragmentos de oraciones que iban y venían como el repiquetear en la cancha de una bola de baloncesto. La vida decidida por ella, sin abrir la boca, sin opinar no decir basta de locuras, o negarse a ser parte de un sucio juego político. Todo por la paz...de quién? Miró al hombre fijamente y decidió que si no se lo hubieran impuesto hubiera sentido hasta gusto en acostarse con él, pero por su propia decisión y no porque la cama ya estaba servida para que ella entrara a cumplir con su deber.
No tengo obligación de quererlo, y por ende tampoco de serle fiel, pensaba Margot mientras se hablaban de detalles y se sopesaba si era mejor hacer la recepción de la boda en el Inter o en el Camino Real. Casi estalla en carcajadas cuando su madre propuso que dado que se iba a casar que lo hiciera con todas las de ley y que propondrían a Emperatriz Urroz el traje blanco, blanco, qué horror, clase de engaño, con la cantidad de amantes que llevaba atuto le hubiera sentado mejor morado o escarlata, y con velo, Jesús qué horror, quizás después le serviría el velo de mosquitero. Pobre Henrik, a él le tocará tapar el hoyo, pensó con sorna Margot.
Algo quiso rebelarse dentro de Margot y no acpetar su triste destino de novia vendida pero para entonces Henrik Barberena Navarro ya esgrimía su as bajo la manga. Tenía en su poder un listado completo de chicos que habían gozado de los favores de Margot-entre ellos Henry Guido-y era solo cuestión de poner las cosas en orden para que estos muchachos nunca regresaran de "más allá del dulce abismo" a como le llamaba Silvio Rodríguez eufemísticamente a la guerra. ERa bueno recordarle que el servicio militar dejaría de existir solamente si ganaba un partido que no fuera el Frente Sandinista, y las encuestas y hasta astrólogos como Donald Casco decían que el frente iba en pos de la victoria. No, yo no puedo dormir pensando que si digo no todos esos chavalos se van a morir, quizás bayoneteados a manos de sus jefes, o eliminados por "friendly fire" (fuego amistoso, o sea proveniente del mismo bando). Recordó la cara endurecida del jefe del BLI RUfo Marín, la unidad en que estaba Henry Guido, y tembló. Luego dijo que sí, claro que se casaba.
A pesar de la rimbombante boda y de todo lo que se habló por hacer la paz a través de las menudencias de Margot y su comandante, la violencia no cesó en el norte y Margot descubrió que había tantas cosas que no le gustaban de su nuevo esposo. La puso a recibir un curso de cocina elemental porque ignoraba que ella ya tenía su diploma de Cordon Bleu, pero para nada fue lo que se ejercitaba entre pailas Margot pues Henrik Barberena Navarro engullía con ruido como los cerdos y no esperaba que ella se sentara a la mesa.
Chale, uno de los hermanos mayores de Margot, se había puesto más borracho y ruidoso que un saco lleno de monos en la ceremonia eclesiástica en la capilla del Carmen en Managua, afirmando en la fiesta que al dar a su hermanita en casorio a un sandinista que juraba que se cagaba en Cristo su familia le estaba dando a Margot a todos los sandinistas, haciendo alusión a la larga trayectoria de cama de la muchacha. Chale también se había orinado de la risa en los elegantes pantalones burlándose de su nuevo cuñado, quien había tenido que renunciar a sus juergas para casarse por la Iglesia Católica, Apostólica pero no Romana al menos que se considerara un gato "romano" casándose con una gata de angora. Tanta burla había dejado amargado a Henrik Barberena Navarro, quien en la noche de bodas le quiso pegar a Margot. La joven ya estaba lista para cualquier cosa y había desengavetado los gritos y llaves del karate-do para tranquilizar a su nuevo marido.
"I know I need to be in love" berreaba Margot en la ducha mientras la espuma le bajaba por el cuerpo a paso lento. Era una de las cosas que irritaba más a su marido, que cantara en inglés y sobre todo canciones de los Carpenters. Yo sé que necesito estar enamorada, decía el tema de Karen Carpenter, y Margot no pudo haber estado más de acuerdo con la anoréxica norteamericana. Eso de estar complaciendo al marido sin amor era lo peor que le podía haber pasado. Wham, bam, thank you ma'am, polvo de gallo. No sabía sobrevivir sin la emoción de la cacería amorosa, sin la ilusión de probar cosas nuevas.
Terminó de ducharse y se atavió elegantemente. Si bien su madre no había ganado las elecciones presidenciales, había quedado a cargo de un importante ministerio y atrás quedaban los que le decían Kata La Loca por su adicción a Mikel, quien incluso había declinado ser ministro de salud con el nuevo gobierno. Mikel había seguido con sus predicciones en los periódicos, y Kata Marenco había pasado a dedicarse tiempo completo a la política. Casi ni se le veía por casa.
Margot se metió en su Toyota Cressida plateado y se fue al despacho de su madre, quien le había prometido que le iba a pasar las escrituras de una casa que les había sido confiscada y que recientemente había sido devuelta a sus manos. Nunca la encontraba en casa, por eso para verla tenía que saltar por encima de las cuatro secretarias con cara de dóbermann con rabia, por no decir el asistente odioso con complejo de cancerbero que no permitía acceso a nadie. No se tomó la molestia de sonreírle al asistente cuando éste por fin la dejó pasar. Tenía muy poco que hablar con su madre, al fin y al cabo que Margot consideraba que le debía su infelicidad a ella por haberla obligado a casarse con Henrik Barberena Navarro.
Retiró los papeles de la casa y se largó. Eran apenas las diez de la mañana. Todo el día bostezando vacío frente a ella. Qué aflicción! Decidió dar las vueltas legales para poner la casa a su nombre. Ya era algo en qué ocuparse.
Con el correr de los años, Margot confirmó que no había mal que no viniera con un bien empacado al lado. Toleraba a Henrik a tal punto que se alegró horrores cuando supo que tenía querida oficial, una ex coronela con más malas pulgas que un perro callejero. Ahí las va a pagar las que hacía conmigo, se dijo Margot riéndose sola. 4 años habían pasado desde la noche en que decidió darle un poco de sopa de su propia cosecha a Henrik. El problema era que no lograba encontrar a alguien de peso entre los amantes fortuitos, las escapadas tontas para ver si tal motel tenía espejo en el techo o si tal posada de veras servía carne de venado. Se sentía vacía, y tampoco le apetecía un polvo de deber con su maridazo, quien ahora era un verdadero "poder tras el trono" como asesor del ejército. Había sido una bendición contar con una casa propia donde ir a hacer sus barbaridades. El pobre Henrik vivía tan alelado que se tragó el cuento que Margot estaba alquilando la casita a un organismo no gubernamental por la suma de 500 dolaritos, y nunca se preocupó por verificar si eso así era en efecto.
Un día en que Margot decidió ir a una tienda exclusiva para renovar su vestuario, se encontró con un tipo que quitaba el hipo de solo verlo. Margot lo espió hasta que entró en uno de los bastidores para probarse dos pantalones Levi's y una vez que calculó que el hombre se había quitado los pantalones propios, se metió tras la cortina y le miró a menos de unos centímetros de distancia. You sonafabitch, you're hung like a horse, fue lo único que se le ocurrió decirle al hombre en inglés gutural. En efecto el señor en cuestión estaba soberbiamente dotado para el amor y se llamaba Claudio Aléncar. Dejó los pantalones que iba a comprar botados en el piso del vestidor, se colocó los suyos de nuevo a sabiendas que en pocos momentos iba a volvérselos a quitar en cuanto estuviera a solas con Margot. Se fueron en el carro de ella hacia la casita que venía sirviendo como punto de encuentros ilícitos para Margot, y una vez que estuvieron ahí la ropa y los modales salieron sobrando. Una vez que terminaron de deleitarse, Margot pensó que había dejado en el olvido la precaución, los condones y todos los cuidados. Huy, si estaban en tiempos del SIDA. Pero la urgencia había sido descomunal.
Margot y Aléncar se siguieron viendo a escondidas durante varios meses. Ella siempre quiso saber qué hacía, dónde lo podía llamar que no fuera a su teléfono celular, pero Aléncar con mucha suavidad le negaba acceso a sus andanzas, a sus horarios. Una vez se topó con Henry Guido, su antiguo amante, cuando venía de una sesión particularmente gustosa de lecho, y Guido la había mirado detenidamente dictaminando una curiosa combinación de rostro radiante con mirada de preocupación. Un aura de desamparo ya rodeaba a Margot, y Guido sintió lástima por ella. Se habían sentado a comerse unos sandwiches en una cafetería y él le había contado que había logrado graduarse de cirujano plástico. "Estoy a la orden cuando querrás quitarte llantitas Michelín o plancharte la cara...por no decir revirginizarte si echás al lado al piricuaco y querés pescar algo mejor" le ofreció entre risas. Guido no había pensado que Margot, antes de lo esperado, le iba a hacer cumplir su ofrecimiento y no precisamente en función de su propia apariencia.

Hubo una semana en que Margot acudiò puntualmente a la casita en las horas en que acostumbraba encerrarse con Alèncar para darle las espaldas al mundo y adentrarse por el universo personal de sus sentidos pero dìa tras día se llevó el chasco de quedarse esperando a su amante. Claudio Aléncar nunca había faltado a las citas amorosas, y aunque a veces traspasaba el umbral de la puerta con el ceño fruncido, nunca dejó que sus preocupaciones interfirieran con sus relaciones íntimas. Aléncar siempre era un paradigma de fogosidad y vehemencia en la cama, por lo cual no es de extrañarse que Margot estuviera ciegamente enamorada del hombre, llegando a considerar la posibilidad de tener un hijo con él. Chale estaba entre los pocos allegados a Margot que estaba enterado de que su hermana y Aléncar se entendían en la cama, y se había abstenido de hacerle comentarios a su hermana. A pesar de que Margot era casquivana, le daba pesar a su hermano mayor y por eso evitaba que se enterara en qué tipo de negocios andaba metido Aléncar. Eso sí, no tuvo potestad de evitar que una mañana, a la par del desayuno de su hermana la doméstica le haya puesto los 5 periódicos y que en cada uno de ellos hubiese una versión a cual más escabrosa de la captura de Aléncar por parte de la policía. Estaba acusado de ser el enlace en Nicaragua de nada menos que el cartel de Cali, y como por arte de magia surgieron acusaciones contra él en Miami, Costa Rica y Belice. Fue llevado a una cárcel de máxima seguridad y se le fijó juicio inmediatamente. Se estimaba que unos 30 años de prisión le aguardaban, y lo que le salvaba de ser extraditado a Colombia era el hecho de portar pasaporte nicaraguense a pesar de haber nacido en Barranquilla.
Cuando fue llevado a los juzgados esperaban los periodistas ansiosamente pues se creía que iba a sacar a bailar a medio humanidad en sus detalles de quiénes estaban ligados al narcotráfico en Nicaragua. Entre la muchedumbre que se agolpaba contra la malla, una joven con abultado vientre de gestante se dio vuelta y desapareció al ver que Aléncar llegaba. Cuando ya iba a penetrar a las instalaciones de los juzgados, la joven reapareció como por magia y sacando de abajo de su gabán de encinta, produjo un fuerte disparo que manchó de rojo el traje azul de presidiario de Aléncar. Los guardias se tiraron encima de la mujer, acabando con ella. Se descubrió que nunca había estado encinta. El cadáver fue llevado a la morgue junto con el de Claudio Aléncar, quien se fue desangrado de este mundo portando en su rostro una mueca de dolor aledaño al placer, la misma expresión de cuando Margot lo azotaba con un látigo de cuero crudo mientras cabalgaba sobre sus caderas.
Margot no perdió tiempo. Ahí se dio cuenta que la plata siempre habla, y lo hace con voz de mando. Posteriormente tuvo que recurrir a Mikel-a pesar de haberse burlado de él siempre, llamándolo todas las variantes posibles de charlatán. Se alegró de que Henry Guido se hubiera convertido en el mejor cirujano plástico de Nicaragua, porque iba a necesitar de su excelencia.
A menudo Henrik Barberena Navarro se preguntaba qué tanto hacía su esposa en una casa que ella alegaba estaba alquilada a un organismo no gubernamental extranjero. Después de la muerte de Aléncar iba diariamente ahí, y no supo más de devaneos suyos. Una tarde, ya buscando la hora del crepúsculo la siguió. Esperó que entrase a la casa y penetrara hasta adentro. El se lanzó por la baranda de atrás y penetró a la casa por la cocina. En una habitación completamente forrada de negro, Margot yacía en una especie de diván completamente desnuda y con las piernas ampliamente separadas. Henrik Barberena Navarro no se percató hasta que llegó anonadado a su casa que el pelo se le había tornado blanco del impacto emocional de ver a su esposa con expresión de éxtasis, gimiendo y susurrando "más, Claudio, más" con la cabeza del finado Claudio Aléncar sumida entre las piernas, con la lengua amoratada y tumefacta del macabro trozo de cadáver hundiéndose entre el vello púbico y sin que se viera cuerpo alguno ligado a la macabra cabeza...como una versión macabra del poema La Cabeza del Rabí de Darío, solo que peor porque esta era la realidad de su cónyuge practicando la necrofilia y olvidando su misma máxima de olvidar a un ser amado poseyéndolo.

4 de octubre de 1995, Managua.

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