jueves, 14 de enero de 2010
Abelardo y Eloísa
ABELARDO Y ELOISA
Un 17 de mayo de 1164 se fue de este valle de lágrimas Eloísa, considerada como una de las mujeres más fascinantes, eruditas y hermosas de la Edad Media. Nacida en Paris en 1101, Eloísa perdió a sus padres siendo muy niña, por lo que pasó a manes de su tío Fulbert, un canónigo de muy malas pulgas. A pesar de ser un avaro, Fulbert le proporcionó a su sobrina una esmeradísima educación con la esperanza de contar con ella como asistente cuando Eloisa fuera mayor, cometiendo así el error de muchos padres que creen que los retoños son cuentas bancarias en las que se invierte de todo para luego cosechar intereses en tiempos venideros...Eloísa aprendió matemáticas, hebreo, latín, griego, filosofía, todas cosas increíbles para una era en que las mujeres solo cosían, parían y cocinaban. Fulbert, reconociendo algunas de sus limitaciones intelectuales, quiso proporcionarle a Eloísa un toque final educativo fabuloso cuando ésta arribó a la adolescencia, y le contrató a nada menos que a Pedro Abelardo.
Nacido cerca de Nantes, ciudad donde siglos después el rey galo Enrique IV iba a emitir un edicto que permitiera el libre ejercicio de cultos religiosos, Abelardo era un genuino genio. Su padre lo quiso hacer militar, pero él prefirió ser un intelectual. Hablaba y escribía varios idiomas (en una época en que casi todo mundo era analfabeto), era diestro en dialéctica y teología, y cuando a los 19 años apareció por Paris los sabios lo colmaron de elogios. A los 22 años de edad fundó su primera escuela en Corbeil. Desafió al erudito Guillermo de Champeaux y luego su fama se extendió por toda Europa como maestro de maestros. Añádase a esta tremenda mollera de Abelardo un rostro hermoso, una silueta a-lo-Dolph Lundgren, juventud y un bolsillo siempre abultado... Abelardo experimentó el gran flechazo de su vida al conocer a Eloisa, y pronto la pasión fue tan grande que Abelardo le pidió a Fulbert que le arrendara una habitación en su casa, servicio que pagaría "en especies" dándole clases a la muchacha. Fulbert, siempre gustoso de ahorrarse gastos, accedió encantado sin sospechar que las grandes lecciones las daba Abelardo en materia de erotismo. Pronto, dado que estábamos a muchos siglos de que el doctor Pinkus hiciera la píldora antibaby, los retozos be los amantes dieron fruto en un embarazo. Estalló el escándalo! Fulbert puso de patitas en la calle a Abelardo, pero Eloisa y su amante se escaparon a Bretaña, donde les nació un varoncito al cual le pusieron Astrolabio. Fulbert exigió satisfacciones y Abelardo se tuvo que casar con Eloisa, quien aborrecía ser esposa en un tiempo en que las amantes eran las amadas y las esposas las criadas del hombre. Abelardo pidió que el matrimonio permaneciera secreto para no verse afectado en sus labores de canónigo y Eloisa regresó a casa de su avaro tío. Pero Fulbert soltó sus "tapitas premiadas" y divulgó la noticia del matrimonio. Al fin y al cabo, se sabía que Eloisa ya tenía un hijo y no quería que la tildaran de fácil y ligera madre de un bastardo. En casa, Fulbert maltrataba a Eloísa.
Abelardo, furioso, se llevó a la muchacha al convento de Argenteuil, donde ella se puso el hábito de monja sin profesar. Fulbert cada día echaba más humo por la actitud de Abelardo y su sobrina. Dando oídos a chismes de que Abelardo andaba con otras, Fulbert contrató a unos delincuentes para vengarse de Abelardo. Los maleantes sobornaron al criado de Abelardo y una noche mientras éste dormía, subieron a su habitación, le sujetaron bien y chas! le cortaron las menudencias! De esta forma Abelardo quedó castrado, con la suerte de no morirse de una gangrena en tiempos en que ni se soñaba con los antibióticos ni la cirugía reconstructiva que permitió al gringo Bobbit recuperar sus partes nobles... París entero lloró ante la desdicha de Abelardo, quien entró al monasterio de Saint Denis tras recuperarse de la castración. Eloísa también optó por los hábitos aunque seguía enamorada de su Abelardo, y con el paso de los años fundó un convento que llamó Paráclito. Las cartas que se cruzaron entre estos esposos convertidos por la tragedia (léase la maldad de Fulbert) en religiosos forman parte de la herencia cultural de Francia. Abelardo murió un 21 de abril de 1142 y Eloísa le sobrevivió en más de una veintena de años. Cuando Abelardo murió, Eloísa solicitó que le llevaran su cadáver para enterrarlo en el jardín de su Paráclito. Ella cuidaba de la tumba de su esposo como si fuera el mismito Santo Sepulcro, y lo siguió amando hasta que murió un 17 de mayo. Con el correr de los siglos los cuerpos de Eloisa y Abelardo fueron echados en una misma cripta en el cementerio parisino de Pére Lachaise, donde su tumba constituye todo un monumento al amor que es visitado por los enamorados del mundo entero.
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