Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

sábado, 9 de enero de 2010

Ni conde ni lobo, patriota y muy justo


PATRIOTA O VAMPIRO: EL VERDADERO VLAD DRACULA

Quizás la imagen de terror más universal sea la del Conde Vlad Drácula, debido a las múltiples versiones cinematográficas de la novela "Drácula" del irlandés Bram Stoker. Pero pocos son los que saben que de veras hubo un Drácula que no era conde sino príncipe, patriota en lugar de vampiro y para colmo guapísimo y nada parecido al espantoso Bela Lugosi. Abraham "Bram" Stoker, irlandés nacido en 1847 y muerto en 1912, fue un escritor de mediopelo que dio tumbos por el teatro, le quitó la novia a Oscar Wilde antes de que éste se hiciera marica, y era muy aficionado al poteen (cususa destilada ilegalmente en Irlanda)... En resumen, Bram no pegó pie con bola hasta que en 1897 tuvo la macabra idea de difamar al Príncipe de Valaquia convitiéndolo en el monstruo chupasangre de su bestséller. No es de asustarse que en Rumanía, hogar de Drácula, la novela de Bram Stoker sea vista con odio y el nombre de este irresponsable irlandés sea anatema.
Vlad vino al mundo un 21 de octubre de 1431, siendo su padre el poderoso Vladimir Drácula (que significa Dragón en la lengua local), príncipe de Valaquia. Reza la leyenda que nació con sus inmensos y magnéticos ojos negros abiertos, y que desde niño tuvo gran voz de mando. Siendo un preadolescente le tocó pasar 6 años en la corte del sultán de Turquía, por aquel entonces Mehmet II el Conquistador (abuelo de Selim el Adusto y bisabuelo de Solimán el Magnífico). La estadía en Turquía le enseñó a Vlad que la vida era barata, se ejecutaba a las personas por motivos tan pueriles como el haberse comido una golosina que el sultán botó al piso... Vlad vio a muchos estrangulados, eviscerados, decapitados, torturados y ahorcados.
En Turquía Vlad iba a aprender mucho sobre algo que también le caracterizaría en su futuro: la sensualidad y las artes amatorias. En 1448, su padre y su hermano mayor -el heredero del trono de Valaquia- fueron asesinados en medio de un complot urdido por los boyardos (léase aristócratas). Y al igual que Iván El Terrible, zar ruso con quien Vlad a menudo es comparado, la venganza contra esta clase dominante no se hizo esperar.
Si bien El Grozny armó un ejército de fieles y sanguinarios perros para matar a los linajudos de quien sospechaba como asesinos de su esposa, Vlad no comenzó de esa forma. Sencillamente, al acercarse la Pascua, los invitó un viernes a un suculento banquete. Ipso facto procedió a empalar boyardos a diestra y siniestra. El resto de boyardos que no fueron invitados al macabro banquete, fueron reclutados y llevados a Transilvania para que ahí construyeran un suntuoso castillo. Los aristócratas, muchos de los cuales jamás habían levantado ni una jarra en su casa, trabajaron hasta quedar exhaustos, y no fueron pocos los que sucumbieron ante los rigores del arduo trabajo y el clima transilvano. Los pocos que quedaron para admirar el castillo fueron inmediatamente despeñados como pago final.
Vlad fue criticado por muchos y aplaudido por otros. El mismo Nicolás Maquiavelo lo mencionaba con pavor, lo cual ya es decir bastante. Vlad, al ver su reino plagado de bandoleros, prostitutas y otros antisociales, decidió poner remedio a la situación. Invitó a todos estos miembros de la baja estofa a gozar de un banquete. Una vez en el sitio, cuando ya estaban hartos, los encerró y les hizo quemar.
Vlad presumía de ser buen cristiano y mejor patriota... y le daba rabia que los turcos anduvieran por su reino. Como hombre que amaba su terruño, odiaba la injerencia de los islámicos, quienes buscaban cómo adjudicarse las mejores tierras. Vlad contó con el apoyo de los papas Nicolás V y Calixto III (éste último Alfonso Borgia, de los famosos e intrigantes Borgia), en su lucha por echar a los islámicos turcos del territorio de los Balcanes. Vlad no se detuvo ante nada: quemó aldeas enteras, envenenó pozos... y se divertía cercenando orejas, narices y senos a las prostitutas, penes a los violadores, manos a los ladrones y otras atrocidades.
No era enemigo de clavar sombreros o turbantes en las cabezas de los portadores, y la decapitación era uno de sus pasatiempos más gustados. Pero prefería, sobre todas las cosas, empalar a sus enemigos, lo cual le ganó el sobriquet de Vlad el Empalador. Cuando los enfurecidos turcos se presentaron ante las tropas de Vlad en un campo de batalla, encontraron a varios miembros de su exploración empalados en inmensas estacas... Los reyes vecinos comenzaron a tenerle mucho miedo y por fin el rey de Hungría apresó a Vlad. Lo mantuvo tras las rejas durante 12 años. Cuando el rey húngaro por fin lo soltó, Vlad se vio restituido en su trono de príncipe de Valaquia... pero no gozó por mucho tiempo pues fue asesinado poco después. La cabeza de Vlad fue llevada de regalo al sultán de Turquía y el cuerpo fue depositado en una tumba de monasterio.
Fue Bram Stoker quien inventó que Vlad bebía la sangre de los vivos, como un vampiro humano. Si bien es cierto que Vlad no se abstenía de acompañar su revigorizante yogurt con un poquito de sangre con paprika (dado que se creía que la sangre humana no solo daba valentía sino que era afrodisíaca), no hay la menor posibilidad de que el príncipe se haya podido convertir en murciélago o lobo. En cuanto a su fealdad, nada más lejano de la verdad. Vlad, a quien describen como un hombre alto, esbelto, de ojos negros, cejas espesas, tez marmórea y facciones perfectas, fue un hombre que suscitó muchas pasiones en las mujeres, entre ellas la famosa Zara, una judía que escapó del harén del sultán turco para seguirlo hasta Valaquia y parirle un hijo. Campesinas, aristócratas, criadas y se rumora que hasta religiosas pasaron por el ardiente lecho de Vlad y salieron felices, dado que se habla que Vlad nunca perdió su virilidad y era muy diestro en el fino arte de complacer a las hembras.
Hoy en día, los rumanos consideran al hermoso macho sanguinario que fue Vlad Drácula uno de sus patriotas más respetables y un guerrero como para adornar la mejor página de la historia. Hollywood por su parte, al igual que el inescrupuloso Bram Stoker, ha hecho un negociazo con la leyenda negra del príncipe, quien viéndolo bien, es digno de ocupar un sitio al lado del escocés William Wallace, de los indios norteamericanos Tecumseh y Pontiac, y del glorioso Lautaro araucano en los ideales patrióticos de mantener su tierra libre de invasores.

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