Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

domingo, 10 de enero de 2010

por la soberanía del Río San Juan


Juan
Yo sabía que ibas a quedarte conmigo, Manuela Valdivia, de por vida, más atada que en un matrimonio judío ortodoxo, desde esa primera vez en la fraticida década de los ochenta cuando te bajaste de un helicóptero y con unas manos incongruentemente masculinas, me tomaste suavemente y bebiste de mí. Andabas con un uniforme camuflado lodoso, y tras de vos venían varios reclutas del servicio militar gritando. Decían que ya era hora de irse, no capitán, no sea bruta le van a meter su semerendo rafagazo desde la otra orilla, pero nada. Estabas absorta viéndome, un genuino Coup de foudre como decís vos en tu francés de inflecciones parisinas. Flechazo sin retroceso. Más allá, el corresponsal gringo con cara de gorila benévolo y sudor asqueroso sacudía la cabeza. Claro que no te entendía. Yo sí. Estaba tan alegre como vos. Sabía que había logrado una conquista, y no un galanteo fácil. Era un affaire aux trés petit sérieux que iba a durar toda la vida. La tuya y la mía incluida, y eso que ignoro mi edad. Te fuiste, pero solo en cuerpo. Ya sé, ya sé, no me peleés, vos decías que no tenés alma. Pero algo tuyo se quedó conmigo. El helicóptero salió volando y vos en él, ya sintiéndote espeluznantemente incompleta.
Nunca te había pasado nada igual. A vos, tan mundana y pragmática, que recorriste los cuerpos de varios hermanos míos sin más que un breve aleteo que no llegó a ser orgasmo cósmico y definitivo. Ni la música de Bédrich Smétana te hizo sentir mayor cosa, aunque te montaste años atrás en Praga y anduviste en un bote sobre el Moldavia, oyendo el poema sinfónico del mismo nombre de Smétana, y solo alcanzaste a preguntarte por qué alguien quien hizo tan bella obra orquestal tenía que acabar más sordo que una tapia y más loco que una cabra que comió hongos alucinógenos. Te fijás a lo que me refiero? Querés más masa, lorita? Bueno, y la expresión de decepción, otra vez con tu eterna grabadora, oyendo las notas del vals Danubio Azul del mujeriego Juan Straus o las del Vals Ondas del Danubio( estrenado en París en 1889) del rumano Ion Ivanovici, allá en Viena, lamentándote que ni con la música lograbas la ilusión óptica de que el Danubio se viera azul y no café? Lo peor fue cuando un chele te dijo que buena parte de las poblaciones de sus orillas bebían agua de él y que provenía de dos riachuelos –el Brigach y el Breg oriundos de la Selva Negra en Alemania-que se juntaban para armarlo. Casi llorás…este no es el Danubio en el cual Marco Aurelio bañó a su gata Luna durante las Guerras Marcománicas, tampoco donde soñaba la Sissy Emperatriz. Casi le pedís al tipo del barco que te devuelva el dinero. Yo lo hubiera exigido. El que estafa y no te cumple el sueño completo, merece regurgitar el pago. Y doble.
Por eso es que no me asusté de saber que cuando llegaste a San Carlos, estabas tan absorta recordándome que te caíste del helicóptero a poca altura, pero eso fue suficiente para dejarte 2 vértebras lumbares fracturadas. No terminabas de razonar qué te había pasado. Porque vos tenés la maña de querer razonar todo lo que te pasa. Ese racionalismo francés que absorbiste en la teta intelectual de París, ay mujer, estaba destinado a ser tu perdición. Pero no tanto como yo.
En San Carlos estabas tan alelada que creíste hablar con un muerto, según vos pasaste hablando toda la noche con un chavalo que se llamaba Rubén y tenía ojos verdiazules como yo, pero que al llegar a Managua a bordo del mismo helicóptero en que te fuiste vos con tu corresponsal gringo, probó estar más muerto que una piedra. Hasta dijiste que de sus heridas manaba agua celeste, no sangre. Ya estabas obsesionada conmigo, Manuela Valdivia. Por quién en realidad diste alaridos de loba mal tirada, por la muerte del chico en la flor de la juventud, o por haberme dejado?
Era increíble eso que te estaba pasando a vos. Y eso que antes de que vos me conocieras, tuve inmensa competencia. Quién sabe negarse a una noche de otoño, con las flamíferas hojas de los boulevards parisinos cayendo al agua, con las luces de los bateaux-mouches, en el Sena? Olvidás que hasta hay poetas sepultados en sus riberas, y la bella Normandía se peina sus pastizales cabellos enamorando al río con leche y manzanas? El mismo tenía amores con Lutecia, vio nacer en Troyes a su hijo Chrétien, y en Ruán se horrorizó cuando asaron sin sal ni pimienta a la Juana de Arco en 1431. Y qué del azulado pero violento Rin en su desliz del Canal de Alsacia por la fría Estrasburgo, recuerdo asomándote a un puente y preguntándote cuántos se suicidaban ahí? No era para menos, pues la Batalla del bosque de Teutoburgo dejó tres legiones romanas muertas en el año 9 de la era cristiana, y el trauma fue tan grande para Augusto que no quiso meter más las uñas en Germania. No me digás que no sabías que con el Rin pasa lo mismo que conmigo, porque los franceses siempre han tenido jalones de mechas con los alemanes por él. Para 1840 se dio la crisis del Rin dado que el primer ministro francés Thiers hablaba de “la frontera del Rin” y por eso los alemanes compusieron la canción nacionalista La Mirada sobre el Rin y durante la Guerra Franco-Prusiana cuando el bulldog de Otto Von Bismarck arremetió contra el pusilánime Napoleón III y lo deschincacó en Sedán, esta canción fue casi un himno nacional.para los germanos? Cómo competir con el Támesis con su escolta de cisnes, que aunque la vieja cara de chancho de la reina Isabel II diga que son de ella, mío dice el gato cuando ni la cola es de él? Pero no, solo bastó recordar que Amy Johnson estrelló su nave en el estuario del Támesis para que no te gustara más.
Pero yo gané. Con tantas cosas contra mí, me han querido vender como esclavo de los intereses colonialistas, imperialistas y suciamente capitalistas como decís vos. Vi a una pobre bastarda quererse blanquear la tez al hablar siseado como castiza, y luego luchar cegada por su fanatismo de criolla, de española arrimada por el lado de los parientes pobres, y luego supe que se amargó criando chanchos, esperando que el rey español considerara que los patriotismos mal ubicados fueran pagados en abonos suaves. Ni los retoños le sirvieron para mucho a la señora, ya que a través de su rama genealógica la posteridad solo supo joderla y solo salió un mal presidente que incluso ni siquiera sabía ni qué talla de naguas se ponía su bisabuela la Paya que había nacido en Cartagena. Me quisieron manosear muchos hombres, sucios piratas con escorbuto y con manos y piernas menos, imbañables europeos geófagos. Cuando me conociste, aún sabiendo que una prostituta sureña con mala dentadura quería que fuera solo de ella, vos me has pertenecido sin condición. No te imaginás cómo el piojoso de Cristóbal Colón pudo ignorarme en su cuarto viaje en 1502, sin embargo una sonrisa surca como corbeta por la comisura de la mare nostrum tus labios cuando te recuerdo que nada menos que Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, estuvo perdidamente enamorado de mí.
Muchas veces te esperé al atardecer, cuando todos los tonos desde el ocre hasta la púrpura real se lían en una breve pero intensa batalla tras mi ventana al Atlántico, pero no viniste. Hasta llegué a creer que te habías olvidado de mí, que es algo por lo que debés disculparme. Entre murmullos yo me repetía “que vuelve vuelve…ella ama a su Juan”. Y no me equivoqué. Un día te aburriste de ser un simple coronel, no quisiste ser combatiente de escritorio ni llegar a general por andar de cepilla del jefe. Tus mellizos ya estaban grandes, casados y con hijos, y tu esposo ya te había cambiado por una mujer más joven. Una noche, mientras hacías planes de estudio para los que estabas convencida que nunca serían guerreros aunque luego los becaran para Sandhurst o West Point, no quisiste quedarte quieta. Te pusiste tu uniforme de gala, con sus medallas, con las botas jungla nuevecitas aunque te sacaran ampollas.
Quiero pensar que solo fue un arranque de impaciencia, un mendrugo de patriotismo encendido como las ascuas que son los ojos del legendario pero inexistente diablo, pero no. Tomaste a 5 jóvenes tan infatuados como vos, dos de ellos pilotos, y no pudiste contenerte. Tu gato triste y azul te quedaría esperando como en la composición de Roberto Carlos, pero yo no me quedé burlado. No sé cómo esa carimbada vieja de helicóptero aguantó el viaje hasta acá, si hacía más ruido que una estufa vieja, pero ese ruido fue música para mí. Te precipitaste sobre una embarcación foránea armada, y a sus ocupantes solo les dio tiempo de decir que cuando uno es chancho le llueve la mierda del cielo, guevón,pura vida. Al caer el helicóptero estalló en una bola sonora de fuego y ellos quedaron vestidos de pura muerte. Las fotos del rescate de tus restos dieron la vuelta al mundo y nunca más se habló de Tribunal de la Haya donde nunca hubo posibilidad, ni de qué le pertenecía a quien ni nada. Vos, al caer sobre mí, habías dicho o Mío o de Nadie. No te equivocaste, hoy soy tuyo. Soy tu Juan, el Juan de la coronel Manuela Valdivia.
Curiosamente, hay quienes dicen que te han visto vagar de noche por tu antigua oficina en el campo de Marte. Llevas puestas las botas jungla y de tus heridas mana un torrente cristalino y aromático. Tu ex marido ahora se siente apabullado, y dice que el patriotismo es el refugio de los cobardes, porque si no lo dice la nueva mujer se le va con otro y lo manda a dormir al sofá. Es espantoso vivir bajo la sombra de alguien de tu talla.
Nunca más se habló de abrirme el vientre para hacer un canal por el cual pasara la carroña del capitalismo y la basura de la globalización, ni hubo más disputas por mí. Quizás porque ya es obvio que sigo siendo tuyo, el Juan de la Manuela. Nadie se imagina que yo te hice este relato para sentirme en tu compañía, porque para todos sigo siendo solo una atracción ecoturística, esa estela de agua azul que llaman Río San Juan y por la cual ningún hombre-aunque no sé si los políticos lo son, e.e.cummings los catalogaba de culos sobre los cuales todo menos un hombre se había sentado -quiso arriesgarse. A veces, cuando he estado recordando por mucho tiempo, mis aguas se tiñen de rojo. Pero esas sobremaquilladas edecanes que ni hablan buen inglés dicen que es solo efecto del atardecer, pero ningún ocaso dura más que unos instantes.

7 de febrero del 2006.

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