Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

lunes, 4 de enero de 2010

thank you teacher


AL MAESTRO CON CARIÑO


Es curioso que en Nicaragua se celebre el Día del Maestro los 29 de junio, en un país donde el profesor se ve humillado, malpagado y muchas veces hasta irrespetado en la mayor parte de sitios donde imparte el pan de la enseñanza.


E igual a como sucede que una no se percata cuánto la aman sus padres hasta que una tiene su propia cría, es difícil entender cuánto amor, sacrificio, sabiduría y ternura nos dieron nuestros profes hasta que una comienza a impartir clases y le va tomando un afecto galopante al magisterio y a sus alumnos. A lo largo de mis 37 años de edad, he tenido la inmensa fortuna de contar con maestros que son los responsables de cuantas cualidades yo pueda tener, y lo menos que puedo hacer para agradecer sus enseñanzas es recordarles hoy.

Hay de todo en la viña del Señor, y desgraciadamente ni los dedos de las manos son iguales, por lo cual es normal aunque no justo que una prefiera a algunos teachers. En mi primaria, la mujer que se ganó mi corazón fue una gringa chelita con cara de muñeca, Teresa de Alvarado. Mrs. Alvarado me soportó increíbles pataletas, preguntas indiscretas y casi llega a egiptóloga al poder descifrar mi espantosa letra.

Para gran alegría mía, hace poco me la reencontré, dulce e inmarcesible como siempre, trabajando en el departamento de idiomas de la UCA. En secundaria, cuando muchos seres humanos nos convertimos en inaguantables y temperamentales bestezuelas debido al caos de nuestras hormonas, los héroes de turno para mí fueron varios. Nunca olvidaré la primera lección de historia en séptimo grado cuando un hermosísimo Ray Hooker Taylor -destinado a ser diputado sandinista por la Costa en el gobierno de doña Violeta-nos comenzó narrando el inicio de los tiempos con el diluvio, prosiguiendo durante 45 minutos...
y llovió y llovió y llovió casi sin respirar. Mr. Hooker nos mostró el lado alegre y divertido de la historia, materia que según él no debía ser jamás sosa ni aburrida...

y fue gracias a él que opté por ser historiador. En cuanto a la forja inicial de mi pluma, los dos teachers que llevan "vela en este entierro" aún viven en Nicaragua: James Martin, un gringo fornido quien buena parte de sus hebras de plata me las debe a mí (aún da clases de inglés de secundaria en el Colegio Americano) y doña Carmencita Cajina de Mendieta, la dulce esposa del ex titular de INAA Róger Mendieta.

Fue Mr. Martin quien me dijo que cultivara la memoria fotográfica, me fomentó la adicción por la lectura y la adoración por poetas como Carl Sandburg, Robert Frost, T.S.Eliot e e.e. cummings. Doña Carmen por su parte me soportó que le recitara versiones vernáculas de la Margarita de Rubén Darío y Las Moscas de Antonio Machado. Hace poco que me la encontré en una actividad cultural, me dijo,"Yo siempre supe que ibas a ser escritor,y que ibas a dar guerra."
Uno de los profesores a quien más he amado es el viejeño Julio Max Blanco, quien me impartió clases de piano, solfeo y armonía en el Conservatorio Nacional. Don Julio, modelo de padre, eximio músico y todo un caballero medieval en su galantería, me regañaba con suavidad cuando tocaba el Rondó Alla Turca de Mozart a una velocidad espantosa como si me fuera siguiendo el diablo, y nos decía a Francisco Jarquín Vega-actual director de la Orquesta Nacional-y a mí que el buey no podía trinar como jilguero. Una vez en Francia, fue una marquesita rubia y de ojazos azules quien se perfiló como mi maestra favorita: Claude Yvette Marais, Comtesse de Valois, concertista de piano. Madame Marais era una extraña combinación de rancio abolengo y fanatismo por la izquierda.

Se vanagloriaba de ser descendiente de la real casa de Valois-la misma de Enrique II, rey de Francia-pero era ciega admiradora del político Georges Marchais, del partido comunista francés. Fue miembro de la Resistencia durante la II Guerra Mundial y estaba casada con el famoso Jean Claude Marais, músico negro senegalés que hasta la vez dirige el Combo de Jazz del Marquesito Negro. Madame Marais me enseñó donde estaban las grandes gangas en París, me nalgueó cuando de imprudente y arriesgando mi beca gubernamental me fui a una marcha de los estudiantes que protestaban en 1981 por el recorte de Giscard D´Estaing al presupuesto universitario, y me regaló mi anillo de graduación. Cuando murió hace unos años en un accidente automovilístico, lloré tanto que la cara me quedó por buen rato como perfil de sapo.

Salvador Cardenal Arguello, cuando fue al Conservatorio una tarde en la década del 70 a escoger a dos alumnos para tutorearlos él, jamás se imaginó que al llevarme consigo a Radio Gueguense iba a criar en mí un afecto que ni el paso del tiempo ni su muerte en septiembre de 1988 iba a borrar jamás. Don Salva, a como le llamábamos muchos quienes tuvimos el inmenso honor de conocerlo, era una enciclopedia ambulante y un vivo ejemplo de lo que debe ser un buen ciudadano, un amantísimo esposo y un padre inmejorable.

Exigente, severo y sincero hasta más no poder, me decía,"Para qué querés sacarte un 90 si podés optar siempre por el cien?" En tres ocasiones, su fajita negra de cuero de lagarto se calentó en contacto con mis posaderas, y hasta hoy en día le agradezco esas zurras con las cuales logró poner a buen recaudo mi soberbia.Fue Don Salva quien dio el aval final para irme becada a Francia. Cuando murió en 1988, yo ya estaba embarazada de mi hija Elizabeth, y el impacto fue tan grande que casi pierdo la criatura. Un buen porcentaje de lo que soy hoy en día se lo debo a él, quien para mí sigue ocupando su pedestal del maestro a quien más he adorado en toda mi vida.

T. S. Eliot solía decir que el título universitario es apenas la licencia para continuar conduciendo por la carretera del conocimiento, y muchas cosas que no se aprenden ni en Sorbona ni en Conservatorio, la vida misma se encarga de enseñártelas. No puedo cerrar este artículo sobre mis profes sin mencionar al maestro práctico con quien más he aprendido en la escuela del diario vivir:
Emigdio Suárez.El incomparable Patrono era una enciclopedia viviente sobre el arte del buen vivir, de avanzar sin tapujos y de no dejar que el destino le jugara a uno una mala pasada...
El me quitó la venda de los ojos, y sus consejos, sumados a las enseñanzas de mis otros maestros, lograron que haya llegado hasta esta fecha en que intento agradecer de forma pública la labor de los maestros.

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