Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

domingo, 3 de enero de 2010

cuando el personaje busca a su autor



AYME



"Al inicio, Dios dijo,`"Estoy solo. Me haré un mundo." James Weldon Johnson

Yo creo que muchas veces, los escritores no se dan cuenta del enorme potencial que
poseen para crear. Son capaces de fabricar monstruos, o ángeles, o ambas cosas a la
vez, y eso que yo no creo mucho en ángeles ni demonios. Pero al inicio, según el
poeta negro gringo James Weldon Johnson, Dios estaba tan solo que decidió hacerse un
mundo. No especifica Johnson si después de descansar el séptimo día y dejar todo a
media agua, creó otros mundos habitados, y precisamente de esta duda vengo a
hablarles yo. Basta con decirles que soy Aymé Armand, y por mi aspecto no me dan
más de 22 años cumplidos. Debido a esta confusión de los mundos y el potencial de
los escritores me tocó conocer a la mujer más extraordinaria del mundo en
circunstancias que podrían tildarse de cotidianas.

Alina Moratalla vino a ser el alfa y omega de mi mundo, pero no me malinterpreten.
Dejen en casa El Amante de Marguerite Duras y cualquier cosa que se asemeje a un
romance de D.H.Lawrence. La cuarentona Alina Moratalla fue mi maestra de inglés. Un
buen día me fui a matricular a la universidad, carísima por cierto, donde ella daba
clases y voilá, esa sensación de déja vu, de habernos visto en algún lado antes de ser
Alina Moratalla y el joven Aymé Armand. Una especie de feliz turbulencia, una firma del
armisticio en noviembre de 1918, el retorno a casa de Ulises, la bandera roja azul y blanco por fin ondeando sobre la
torre Eiffel después de la liberación de París a manos de los aliados. Ya me agarran la idea, verdad?

Es increíble la experiencia de aprender con alguien a quien le conocés hasta la hora que va a ventosear discretamente
al baño, alguien de quien sabés que ama con pasión a caudillos como el Tío Ho o Vercingétorix, un ser a quien te
consta que lloró emocionada ante el cacaste del caballo más celebre de Napoleón en su campana de vidrio en el
museo del ejército británico. Lo que no entraba en mis cálculos era el miedo feroz y disimulado que desaté en Alina
Moratalla con mi presencia.

Porque el miedo, señores, pordiosito que se huele. No es solo la adrenalina corriendo por el cuerpo como bandada de
monos huyendo ante el jaguar hambriento en la selva amazónica. Alina Moratalla iba creando un hálito de pavor en
torno a sus movimientos. En una ocasión tropezó aparatosamente en las gradas de la universidad, y al ayudarla a
recoger el contenido de su portafolio negro estaba más helada que de costumbre. Cuando le pasé el último objeto que
recogí, el libro de cuentos suyos publicado hace tanto tiempo, se ruborizó. "No es pecado soñar por escrito,
teacher,"le dije sin saber por qué. Ella me preguntó si había leído el libro y tuve ganas de echarme a reír con una de
esas carcajadas que solo Charles Chaplin te podía suscitar. Le dije que sí sin cambiar de expresión.

Las clases con ella eran un deleite. Yo parecía asimilar el difícil idioma de Shakespeare con la facilidad que una
esponja sorbe líquido y se hincha. Cero líos con aquello del contexto impartiendo nuevos tonos a las palabras, nada de
apuros con la idea que eran solo 12 tiempos del verbo en lugar de los numerosos que hay en castellano, poco sudor
en cuanto a recordar que el inglés es tan enrevesado que primero se pone el adjetivo y luego el nombre. Iba bien en
clases, y siempre tenía oportunidad de hablar con Alina Moratalla antes de que comenzara la clase. Yo aparecía
siempre 40 minutos antes del timbre de chiquilines que sonaban para entrar a clase. Hablábamos, muchas veces de
literatura, y otras de naderías.

Muchas veces eran sencillas confirmaciones de lo que ya sabía yo de ella, por ejemplo su inmensa frustración de no
haber tenido nunca un hijo varón que fuera su caballero galante dispuesto a ir por ella en cualquier cruzada imaginaria,
la rabia e impotencia después del nacimiento de sus sanas y sensatas gemelas, cuando resultaba encinta una y otra
vez y todo acababa en una pelotita de sangre, un coágulo de esperanza que iba a ser macho disuelto en dolor final. Se
autoconsolaba pensando que estaba en buena compañía porque la Frida Kahlo y la Marylin Monroe nunca pudieron
parir del todo, la vida había sido más drástica con esas portentosas hembras, y Alina por lo menos tenía a sus
gemelas para que le sacaran, como ella decía cuando el puritano y encorbatado decano de lentes de lupa no andaba
cerca,"veinte metros de puro culo."

"Si la vida no me dio varones, tengo hijos adoptivos en muchos de ustedes mis alumnos,"me decía con una sonrisa
brillante que mas bien resaltaba la profunda tristeza de los ojos color de tolvanera leonesa.Ella buscaba cómo llamarse
a engaño, buceaba en sus razones por un motivo para explicar su apego a mí, rezongaba contra Blaise Pascal que
había dicho no solo que "a veces el corazón tiene razones que la razón no entiende" mientras yo pensaba en el mismo
sabio francés recordando que dijo que es el corazón y no la sangre lo que nos hace padres e hijos.

Mientras tanto, yo estaba en sintonía con sus dudas. Yo sé que ella reñía consigo misma al corregir mis tareas.La
imagino refunfuñando, con el ceño duro y una gran interrogante en la cabeza,rascándose el cráneo y diciéndose,"
jodido, pero si no hemos visto los adjetivos de participio y éste ya maneja bien el asunto...yo no le he enseñado eso
todavía, de dónde juco sacó ese conocimiento, de dónde viene Aymé Armand, con su nombre igualito al del lejano
conde de Angulema que deambula en mi enredado árbol genealógico...cómo es posible que domine tanto un idioma
que acaba de comenzar a aprender?"Le he puesto el mundo patas arriba. En clase es siempre la misma, autoritaria,
puño de hierro con guante de pura seda, firme, inclemente pero accesible, una matrona sin canas y a veces con ganas
de jugar.Pero a veces mientras está ante su computadora, sigue escribiendo sus relatos, crea nuevos personajes y
confieso morirme de celos cuando la imagino creando sus relatos de horror.

Sé que es difícil barajar ollas con intelecto, cocinar aprisa mientras quiere terminar de corregir papeles, lidiar con los
caprichos del marido y las gemelas que son todos cortados con la misma tijera. Es tan complicado ser mujer en estos
tiempos. Hasta ahora me doy cuenta, y no por eso soy menos macho.

Hubiera seguido quién sabe cuánto tiempo en este delicioso y tenue limbo al lado de Alina Moratalla pero los vampiros
llegaron a la universidad. No crean que resucitó Elizabeth Báthory, la legendaria condesa de sangre de Hungría. Fue
algo menos aparatoso. Llegó la unidad de recolección de sangre de la Cruz Roja, y con ella mi estado de ensueño real
se vino a pique. Resultaba incongruente siendo yo el más robusto y de aspecto saludable de la clase me negara a
donar sangre. Después de cerciorarme que abrían un paquete de aguja nueva por aquello del contagio de SIDA,
coloqué mi brazo izquierdo listo para el pinchazo. Una joven enfermera que mascaba chicle a 75 mandibulazos por
segundo comenzó a buscarme la vena y al parecer no la halló. Exasperada, me dio un pinchazo en cualquier lado,
pero la sangre no manaba. Sentí que el tiempo en este mundo,el cual confío fue creado por Dios, se acababa.Me
levanté raudo de la camilla dejando atrás mi chaqueta de azulón.Cuántas preguntas habría en cuanto a mí? Hablarían
de que yo nunca llevaba amigas a mi casa, que nadie sabía demasiado sobre mi origen y costumbres?

Para los que sueñan con finales felices en historias que no llegan a ser completamente románticas, siento
decepcionarlos. Alina Moratalla nunca más volvió a ver con vida a este servidor vuestro, Aymé Armand.Y no porque me
haya muerto. No puedo morirme si en primer lugar nunca fui parido, o por lo menos no a como fueron paridos todos
ustedes. No pude despedirme de Alina Moratalla, pero eso no es grave. En cierta forma, nunca me podría despedir de
ella, a quien conozco tan bien desde que gravité en su imaginación desde que andaba en la guerra, viví en sus
entrañas y debajo de su piel sin que sintiera náuseas y habité en su memoria sin que ella se diera cuenta.

Uno no se puede jamás despedir de quien le dio la vida, y aunque ella no es mi mamá biológica(algo que por lógica no
tengo), es mi autora. Porque yo sencillamente soy un personaje de ficción que ella creó con mucho amor en uno de
sus cuentos publicados hace años, pero por esa confusión de mundos y el poder que tienen los escritores y su
dominio sobre la nostalgia, logré tomar a la vida por asalto, robé un cuerpo de momento y logré salirme de las páginas
de su libro para conocerla en persona. Alina Moratalla posteriormente se dará cuenta que en realidad nunca me fui, y
estoy a su alcance con solo abrir a la página 90 de su antología de cuentos como el personaje de uno de sus mejores
relatos.

9 de enero del 2001.

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