Si caminamos hacia el sol dejamos las sombras detrás

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lo dijo William Wallace

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Ing.Adolfo Urrutia y Cecilia,2005

domingo, 3 de enero de 2010

El Rastro de Mozart


El Mensajero de la Nada

Desde hace días que un tremendo dolor en la espalda me viene agriando la existencia.
Cuando le digo a la muchacha que me prepare algo me mira de reojo, como queriendo recordarme quizás que ni Stanzerl ni yo le hemos pagado. De dónde rayos vamos a pagarle, pero ha de tardar unos cuantos días más para que se entere que no estamos en capacidad de pagarle ni un cinco.Ya vienen las Navidades y nos las tendremos que ingeniar de la mejor manera posible.No por mí, pero a mi hijo no le he comprado ropa nueva desde hace meses y las botritas lucen raídas. Hay un hilo de melodía que se me anda enredando por dentro pero no logro captarle ni el comienzo ni la cola. Si Antonio Salieri se percatara de eso pasaría el día de fiesta, porque para mí componer siempre ha sido más fácil que expulsar gases por atrás.
La peluca! Yo no la había dejado ahí. Recientemente muchas cosas aparecen en un sitio distinto al cual pertenecen. A veces miro sangre en las sábanas, pero es apenas una ilusión óptica.
Están tocando a la puerta, y a pesar de que se avecina una tormenta Stanzerl no ha regresado, lo cual no deja de inquietarme. Si fuera ella, no estuviera tocando, al menos que haya perdido la llave.

Lo primero que me fijé del sujeto que tocaba a la puerta era que tenía dos rostros. Una máscara doble como las que se usan para asistir a los carnavales-con un rostro adusto posado sobre el rostro real, y uno sonriente, burlesco mejor dicho, para la parte de atrás de la cabeza. Y vestido completamente de negro, por lo cual no me sorprende que haya venido a pedir que escriba un réquiem. Si no se muere él mismo de espanto de verse en esa indumentaria, de seguro que piensa asistir a un funeral muy pronto. Quizás el mío. Me dejó una pesada bolsa de monedas que ayudará mucho en cuanto al pago de los tábanos. Porque si comida y bienes no se acumulan en esta vida, vaya si las deudas no caben en varios sacos.

Un Réquiem. Dictado quizás por la muerte, porque nadie me quita la idea que ese era el emisario del dolor, el correo del diablo, el mensajero de la nada por no llamarle de la pus, de la putrefacción que el sepulcro castamente cubre, la podredumbre de los despojos tristes, huérfanos de madera porque el loco de nuestro emperador-quien ya pasó a mejor vida hace más o menos un año pero pretendía saber mucho de música- prohibió mediante un decreto que malgastemos madera y metal en ataúdes de un solo uso. No me equivoco, el sujeto que vino es el pregonero mudo de lo que sucede a los despojos tristes y abandonados que se quedan en la soledad movible de la descomposición, lo único que recuerda que la vida bella se ha escapado y nos hemos quedado en nada. Si he de hacer un réquiem, lo haré como el más bello del mundo, ya que estoy seguro que es para mí. Voy a cantar por mí mismo para mí mismo. Creo merecerlo aunque el recién finado emperador José de Habsburgo me haya negado su patrocinio. Decía que mi música tiene demasiadas notas, y me dieron ganas de contestarle que su primera mujer Isabella tenía demasiado lánguidos los ojos cuando miraba a las mujere,particularmente a su propia cuñada.

Por primera vez en la vida veo triste a mi mariposita Stanzerl, para quien la vida ha sido una amalgama de miserias salpicadas de carcajadas. Hasta sus propios malpartos le daban risa, pero esta vez no la veo riendo mientras limpia el piso tras haber vertido yo el tintero accidentalmente. Puedo jurar que vi sangre, espesa, color borgoña, en lugar de tinta. Stanzerl dice que la fiebre me hace ver cosas que no son. Durante dos horas pasé sudando, y podría jurar que las gotas eran rosáceas. Tenía una sarta de corcheas atoradas en el pecho, como un eructo melodioso que se negaba a brotar haciendo que sintiera como si una gran garra dolorosa me llevaba el corazón a un puño cerrado.
Hoy mis amigos vinieron a verme, y le dijeron en susurro a Stanzerl, a la hora de irse, que no soy ni la sombra del Amadeo bullicioso y alegre que fui. Ellos creen que no los oí, pero qué va! Esta enfermedad me hace escuchar hasta lo más mínimo. Mi oído privilegiado de músico natural se ha agudizado, encontrándole olor a uvas frescas a los racimos de notas, textura de seda a las armonías y puntas de espinas a las disonancias, y hasta el ritmo lleva el mismo sabor salobre que mi sangre envenenada lleva por el cuerpo. Tengo mucho miedo de no poder terminar este encargo, y hay tantas otras cosas que quisiera hacer con el pago final que me prometieron para cuando acabe la obra y la entregue.

Tengo miedo porque ayer, cuando revisaba la parte de la Lacrymosa del Réquiem me puse a llorar. Me dio vergüenza porque mi pupilo Sussmayer jamás me había visto soltar los mocos. Sé que me voy, el dolor es insoportable Siento que la Muerte gravita a mi lado. Es grande y mechuda como los gatos de angora que tuve de niño, y a veces me susurra una sugerencia al oído, en una voz de ángel seductor, y si le hago caso, sonríe satisfecha. Otras veces toma la pluma de mi mano y me escribe las notas sobre el papel pautado. Unos compases de ayuda, para que ya te vengas conmigo, me sisea. He tenido pesadillas, y en ellas mi mensajero de las dos caras viene a reclamarme por mi tardanza, y para mostrarme su enojo se quita la máscara y no hay nada debajo, solo un poco de aire turbio y maloliente. Por eso le digo a mi esposa que él es el mensajero de la nada, de la inexistencia, del punto final que las religiones niega, que nos insisten a los masones que es el puente hacia la vida eterna. El mensajero me había reiterado que lo quería para ayer, que el Réquiem es urgentemente necesitado. No creo ponerle el final. Mañana estaremos a cinco de diciembre.

De repente, una extraña lasitud se apodera de mí. Veo de nuevo a mi padre Leopoldo, con su rostro de viejo gruñón, y viene hacia mí con un palo. Me va a castigar otra vez, aunque esté muerto sigue siendo más disciplinario que un sargento prusiano. No quiero ver a mi papá, fue martirizante y me quitó mi niñez para que luego yo pasara mi adultez jugando ridículamente. Pero veo a mi hermana Nannerl con sus bucles de oro, y a mi mamá muriendo en París. Stanzerl está al borde la cama, gritando, gimiendo, pero no alcanzo a decirle que ya no tengo dolor

La capilla está llena.Tenía de veras tantos amigos, o es fácil ser amigo de un finado, decir que le ayudamos cuando no le dimos ni pan para el desayuno? Es un alivio haberme librado de mi pobre cuerpo enfermo. Pero extraño mis piernas, pues con una de ellas podría pegarle un puntapié en el culo a ese maricón hipócrita de Antonio Salieri. Ironía cruel que él esté a cargo de mi homenaje póstumo. Homenaje, porque todo muerto es bueno, pero cuando estamos vivos nadie quiere saber de uno. Los ricachos mientras vivimos dicen que no mantienen vagos, pero apenas estiramos la pata abren sus bolsillos para pagar por la caja.. Si Antonio Salieri fuera sincero, bailaría en un pie por haberse librado de un genuino rival al cual nunca pudo superar La que me da lástima es Stanzerl, dado que ya no tendrá con quien jugar. Se avecina una tormenta increíble y siento nostalgias de un paraguas hasta que me percato que no lo voy a necesitar pues ahora ya la lluvia no me moja. Olvidé que ya no tengo cuerpo.
Cuando salió mi cortejo fúnebre iban unos cuantos amigos, pero al caer la tempestad de nieve nadie llegó al cementerio de San Marcos, solo mi perro y mi gato.Ojalá les de pulmonía, se mueran ya y me vengan a acompañar. En el cementerio ellos presenciaron la triste escena del sepulturero sacándome de la caja de madera, envolviendo mis restos en una sábana porque el espelucado Leopoldo-hermano de José II-aún no ha derogado el decreto que dice que los ataúdes en Viena son reciclables, y lanzándome a una fosa común repleta de cal. No es de extrañarse que cuando Stanzerl fue al cementerio pocos días después, buscando conversar conmigo y ponerme unas rosas, no dio con mi tumba. Quizás el único que pueda ubicarme sea el mensajero de la nada, quien a final de cuentas fue enviado por un ricachón a encargarme el Réquiem. El ricachón tenía ínfulas de genio y mandaba a sus criados s buscar compositores en la pobreza para comprarles obras que él luego presentaba a sus amigos como que él las había compuesto. Esa es una buena versión de los libros de historia de la música en el capítulo dedicado a mí, y cuando Stanzerl se casó de nuevo mi compadre(o sea su nuevo esposo) escribió un libro muy bonito sobre mí, pero yo, Wolfgang Amadeus Mozart, sé que la muerte se sirve de todo- desde criadas impagas hasta mensajeros de la nada- para enviar el telegrama mediante el cual avisa que ya viene en camino.

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